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Varios países europeos prueban ya los nuevos radares de ruido causado por el tráfico

Los radares de ruido se han empleado en fase de pruebas en varias ciudades europeas.

Víctor Celaya

Aunque normalmente utilizamos el término contaminación para referirnos a la que causa la emisión de gases nocivos, cada vez resulta más urgente prestar atención a la provocada por el ruido, buena parte del cual proviene del tráfico. Como queda patente en un reciente estudio de la Agencia Europea de Medio Ambiente basado en datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), unos 113 millones de europeos sufren la contaminación acústica de la circulación de vehículos, y los niveles sonoros elevados y permanentes ocasionan 12.000 muertes prematuras al año.

La Unión Europea ha tomado cartas en el asunto y ya se dispone a probar un nuevo tipo de radar que, en lugar de la velocidad o las emisiones -estas a través de un sistema también experimental-, medirá el ruido que soportan diariamente los ciudadanos. Genéricamente, la norma europea establece que son contaminantes todos los ruidos con una intensidad superior a 55 decibelios durante el día y a los 50 decibelios por la noche.

La publicación alemana Auto Motor und Sport ha informado de que estos dispositivos ya se han empleado en fase de pruebas en varias ciudades europeas, en tanto que la británica New Atlas asegura que el Reino Unido ha declarado igualmente la guerra a la contaminación acústica y se ha adelantado, al igual que Suiza -conocida por la devoción por el silencio de sus habitantes-, en las pruebas de los radares de ruido.

Según el secretario de Transporte inglés, Chris Grayling, “la contaminación acústica hace que la vida de las personas en las comunidades de Gran Bretaña sea una miseria absoluta y tiene efectos muy graves para la salud”. Completamente tajante, ha asegurado: “Por eso estoy decidido a acabar con los conductores molestos que arruinan nuestras calles”.

Como los radares de velocidad, los de ruido estarán operativos todos los días del año durante sus 24 horas para escuchar, identificar y multar a los vehículos que exceden los límites legales establecidos. Garyling ha señalado que se tratará de sistemas automáticos dotados de equipos de grabación de vídeo y audio, y por supuesto con capacidad para reconocer matrículas automáticamente. Esta tecnología se probará hasta principios del año próximo, con miras a desarrollarla más si tiene éxito.

La experiencia británica ha tomado como ejemplo los ensayos realizados previamente en Australia, donde se optó por una forma de aplicación suave de las sanciones con el fin de animar a los propietarios de camiones ruidosos a actualizar sus vehículos y someterlos a un mantenimiento adecuado en ese sentido.

Sabedor de que las motos estarán en el punto de mira de los radares de ruido, el director ejecutivo de la Motorcycle Industry Association, Tony Campbell, se ha mostrado abiertamente favorable a la iniciativa del Gobierno: “Los escapes ilegales instalados por algunos usuarios atraen una atención no deseada sobre la comunidad de motociclistas y no hacen nada por promover los muchos beneficios que estos vehículos pueden ofrecer”.

Cabe esperar que los nuevos radares de ruido compliquen mucho las cosas a aquellos moteros que colocan escapes rectos y artesanales que quitan para pasar la ITV y vuelven a poner poco después. Con todo, hay que reconocer que la contaminación acústica ha disminuido en nuestras ciudades de forma tan significativa como grata con la práctica desaparición de los ciclomotores de dos tiempos y 49 centímetros cúbicos equipados con sonoros y molestos escapes.

Por lo que respecta a los coches, los límites del ruido que generan se han ido ajustando progresivamente desde 1978, cuando tenían permitido alcanzar los 82 decibelios, hasta la actualidad, en la que el tope está fijado en 74 decibelios. De acuerdo con la normativa de homologación aplicable en este caso, las mediciones de ruido se realizan con el vehículo parado y el micrófono situado en las proximidades del escape.

Los nuevos radares no evitarán que los habitantes de las ciudades sufran el ruido de fondo de sirenas, bocinas y frenazos, además del propio rumor del tráfico en general, pero al menos podrán perseguir y, si es necesario, quitar de la circulación aquellos vehículos que individualmente más contribuyen a la perniciosa contaminación acústica.

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