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La Zaranda: la rabia hará grande nuestro fracaso

'Ahora todo es noche', de La Zaranda

José Antonio Fuentes

Molina de Segura —

Asistir al teatro un domingo noche en Murcia es algo inusual. Si además quien actúa es La Zaranda, compañía fundada en Jerez en 1978, se convierte en una experiencia excepcional. En la puerta del teatro Villa Molina de Segura, Juan Cerón, gestor cultural del Teatro y artista, afirma que “es un día raro para programar pero se han vendido dos terceras partes del aforo. No ha habido forma de traerlos otro día, tienen una gira nacional e internacional completísima”. Así, lo que surgió como un problema de agenda de una de las pocas compañías de culto de España, se ha convertido en todo un acierto de programación del Teatro Villa Molina.

La Zaranda celebra sus 40 años de carrera profesional con el espectáculo Ahora todo es noche (Liquidación de existencias), un alegato a favor de la dignidad de las personas. Hace tres años, después de casi cuatro décadas de trabajo y sede en Andalucía, la compañía se mudó a Madrid. Una especie de refundación en la que incluso cambiaron de nombre. La Zaranda, Teatro Inestable de Andalucía la Baja pasó a llamarse Teatro Inestable de Ninguna Parte. Los motivos de este cambio los explicó el director escénico y actor, Paco de la Zaranda, en una declaraciones al ABC cultural: “En 2015 llegamos casi a la quiebra por retrasos en cobros y no conseguimos ninguna ayuda. Hemos actuado en más de 50 países, pero en Andalucía solo nos contratan cinco o seis funciones. Ya basta de quejas. Se acabó”.

En Ahora todo es noche, antes incluso de que los actores se apropien del escenario, la escenografía revela mucho de lo que sucederá en la obra: una mesa de autopsias cubierta con una manta de supervivencia de destellos dorados. La muerte, la pobreza, el desamparo, la vida más allá de la muerte, el teatro, la vida errante… Temas de un hondo calado existencial atravesados de humor negro, una dramaturgia obsesiva y unas interpretaciones excepcionales. Todo cabe en el inicio del espectáculo en una estrecha mesa cubierta con una manta plastificada de emergencias que proporciona más calor y cobijo que el encuentro con el otro cuando no te habla porque no te ve. Una desolada crítica social a un sistema capitalista que atraviesa desde el modo de vida individual a la médula de las grandes instituciones culturales de nuestro país, algo que ellos han experimentado en sus propias carnes y no dejan caer en el olvido.

El humor negro y esperpéntico desplegado por la Zaranda es perturbador, políticamente incorrecto. Un gesto, unas palabras pueden despertar una sonora carcajada de igual forma que provocar en otro espectador una cierta incomodidad o nudo en el estómago. Los diálogos son picados, rápidos, recuerda a las esticomitias clásicas pero con estructuras repetitivas, obsesivas que no hace sino ahondar en el alma rota de los personajes, el callejón sin salida en el que se encuentran a la vez que impulsan la tensión dramática.

La Zaranda se sirve de la metateatralidad para hablar de estos 40 años de trayectoria artística sin ningún tipo de artificio, el personaje del mendigo que no tiene donde caerse muerto, es ahora un artista veterano con un desarraigo y desencanto bastante parecido al personaje que interpreta aunque de diferente naturaleza. De hecho, pasado el ecuador de la función, los mendigos encuentran unos harapos en cubos de basura con los que se disfrazan de tres personajes del teatro clásico como son el rey Lear, Segismundo y Prometeo ahora convertidos en extranjeros en su propio reino, en desahuciados.

Paco de la Zaranda, en declaraciones a El País en enero de 2017, habla de esta escena en la que mendigos juegan a hacer teatro “De alguna manera en nuestra profesión siempre bordeamos estas situaciones. Hay una precariedad brutal en el oficio, y si desde fuera lo que se ve son muchos premios y el mundo del famoseo, lo que se oculta detrás es una precariedad absoluta”.

La función destila de cabo a rabo una crítica social al funcionamiento de un sistema que no funciona y del que no hay salida, algo está muy mal y la única opción es moverte sin cesar para sobrevivir, como en un conflicto armado, un sin techo en cualquier ciudad o miles de artistas en nuestro en país. En un momento determinado, los tres personajes recorren el alcantarillado de una gran ciudad y por el hedor o la podredumbre que encuentran a su paso reconocen la procedencia de los deshechos de cada agujero negro, esto viene del “Ministerio”, esto otro de “los grandes teatros”.

Cabe destacar el milagro que supone la existencia de una compañía como La Zaranda para un oficio en el que la división y etiquetas entre lo qué es y no es teatro dramático o posdramático está presente en muchos de sus profesionales. En un número típico de clown, uno de los mendigos se extrae una ristra de corbatas interminables y entre todos intentan elegir la adecuada mientras enumeran incontables corrientes de vanguardias artísticas seguidas de los prefijos post- y pre-. Tampoco se libran los grandes teatros, los burócratas culturales, ni los que se hacen grandes con el aplauso o risa fácil. Ni su humor es fácil ni al finalizar la obra esperan los cálidos aplausos de un público fiel y agradecido. A tres metros sobre suelo, elevados, eternos, inmutables se van a negro y desaparecen con los primeros aplausos.

Eusebio Calonge, dramaturgo y creador escénico, en el ensayo Orientaciones en el desierto nos habla de la importancia de esta verticalidad en sus propuestas teatrales. Un recorrido que en Ahora todo es noche conduce a los personajes desde el underground irrespirable de las alcantarillas hasta la cúspide de unos cubos de basura. Peces voladores en busca de un espacio y tiempo donde respirar un instante. Un viaje que es un “intento de desentrañar la realidad, de esta elevación fugaz hacia la verticalidad. Kazantzakis recuerda al pez volador, que acaba entreviendo una realidad superior que se retendrá con palabras e imágenes, con cantos, con ritos…”.

La Zaranda nos tiene acostumbrados a finales épicos. En su anterior producción, El grito en el cielo, también concluía con los actores en lo alto de unos carros-jaula con lo que habían construido otro universo del desamparo. En este caso, los mendigos, los artistas precarios, los tirados, los malditos, los Lear, los Segismundos… se elevan sobre el escenario y la rabia lleva el fracaso a lo alto de unos cubos de basura donde se transmuta en algo grande y sagrado. Y junto a ellos, cada espectador, en la intimidad de la butaca, liquida sus propias existencias.

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