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Notas sobre mi estancia en Cuba (I): Pilar, el bloqueo y otras cuestiones

Una de las calles de La Habana

José Enrique Ruiz Saura

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La pasada primavera, tuve la oportunidad de conocer en profundidad varias poblaciones del área occidental y meridional de la isla de Cuba: La Habana, Matanzas, Cienfuegos, Santa Clara, etc. Al regresar a casa, vienen siendo muchas las conversaciones con amigos y conocidos en las que surgen preguntas, no tanto por el clima o los paisajes, sino por la forma de vida en el país. “Vi una vez en televisión que…”, y frases de ese tipo.

Es algo lógico, al fin y al cabo, Cuba lleva 60 años siendo mirada con lupa por el resto del mundo. Para bien o para mal, no cabe duda de que tendemos a ponerle un nivel de exigencia más alto al modelo social y político cubano que al de los demás países de su entorno. No en vano, para las personas con sesgo conservador, cualquier resquicio negativo que pueda subyacer del modo de vida en la isla, por pequeño que sea, les resulta más que suficiente para reafirmarse en sus ideas neoliberales y/o antizquierdistas. Por su parte, desde sectores progresistas, Cuba es vista como ese estudiante al que siempre se le pide que saque sobresaliente en todas las asignaturas dadas las esperanzas que hay puestas en su potencial. De tal manera que, en ocasiones, decepciona al obtener resultados similares a los del resto de sus compañeros de clase, incluso aunque estos resultados pudieran ser razonables dado el contexto en que se producen. Por todo ello, trataré de proyectar en estas líneas la realidad social, económica y política que he podido conocer de primera mano durante mi estancia.

El primer contacto con el sistema de asistencia social de Cuba, paradójicamente, tuvo lugar en Madrid. Allí, unos días antes de emprender el vuelo a La Habana, conocí a Alfredo, miembro del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), días más tarde conocería a sus compañeros Rubén y Joaquín. Este organismo de carácter gubernamental, entre otras muchas tareas, está trabajando desde fuera de la isla para atender las necesidades de Pilar, una niña de Santa Clara que padece una “enfermedad rara” que le impide metabolizar adecuadamente lípidos, es el único caso en toda Cuba. El ICAP se está encargando de hacerle llegar periódicamente desde el Estado español alimentación especial, medicación y productos higiénicos, para lo cual se dedica a hacer todas las gestiones necesarias con entidades del tercer sector y con personas dispuestas a colaborar. De esta forma, Cuba logra salvaguardar a Pilar de los efectos del bloqueo económico al que está sometido todo el país por EE.UU. desde 1960, el cual también implica la prohibición de entrada en la isla de medicamentos estadounidenses. Es destacable que no sucede a la inversa, y, por ejemplo, el gobierno cubano sí ha puesto a disposición de hospitales norteamericanos el Cimavax, que es un tratamiento avanzado contra el cáncer de pulmón desarrollado íntegramente por el sistema de salud cubano. En fin, hablo de esta primera experiencia porque me parece meritorio que las instituciones cubanas realicen cotidianamente ese despliegue de medios materiales y humanos para cubrir las necesidades de Pilar, sin importarles que sea la única destinataria en toda Cuba de esa ayuda.

Para hacernos una idea de lo que supone el bloqueo económico en Cuba, basta pensar en los hipotéticos efectos que, sobre una región de extensión y población comparable a Andalucía y Murcia, tendría el hecho de que toda la Unión Europea en su conjunto eliminara cualquier tipo de relación comercial (incluida la de los productos más básicos para subsistencia de cualquier pueblo) durante 60 años ininterrumpidos y, además, instara a otros países de su entorno a hacer lo mismo bajo amenaza de sanción.

Aterrizamos en el aeropuerto José Martí a principios de abril, a media tarde. Esa noche di un largo paseo por El Malecón, el paseo marítimo de La Habana. Después, al igual que hice muchos otros días, me dediqué a transitar por multitud de calles y avenidas alejadas de la zona propiamente turística de la ciudad, llegando también a zonas del extrarradio. Hay que señalar que, ya fuera por la mañana, por la tarde, por la noche e, incluso, de madrugada, he caminado con mi pareja por la calle sin temer por nuestra seguridad en ningún momento. A diferencia de muchos otros lugares del Caribe y Latinoamérica, en Cuba se camina por cualquier rincón sin el riesgo de ser asaltado o violentado. Tampoco he sido capaz ni siquiera de intuir zonas de venta o consumo de droga. La seguridad y el bajo índice de delincuencia es sin duda un enorme logro del modelo de sociedad cubano.

Por el contrario, hemos de señalar como aspecto negativo que, en las zonas de mayor afluencia turística, la picaresca es relativamente habitual. Vaya por delante que el trato que se le dispensa a quien viene de fuera por parte de la gente de a pie es hospitalario en la mayoría de los casos. Sin embargo, en determinadas ocasiones, es habitual que se acerquen al turista personas con ánimo de embaucarlo. Como ejemplo, además de la tarifa que aplican algunos taxis para los foráneos, diremos que se ha convertido en un clásico el señor que se ofrece a llevarte a la cooperativa más cercana donde, según él, se fabrican puros habanos de altísima calidad, y supuestamente ese día es el único del mes donde se venden a mitad de precio. Luego resulta ser todo falso y ese producto suele ser un fraude. La venta de puros está prohibida en cualquier establecimiento distinto a los gestionados por el Estado (precisamente para poder asegurar la calidad del producto), pero esta prohibición se incumple a menudo. Al hilo de lo señalado, hablando con la dependienta de una tienda de souvenirs, nos comentaba que estos pícaros emplean la expresión “viene fresco” para referirse a los turistas identificados como recién llegados y susceptibles de morder cualquier anzuelo.

Decía en líneas anteriores que el tráfico de drogas no existe en Cuba. No obstante, no puedo decir lo mismo sobre la prostitución. En una de mis noches en La Habana salí a conocer El Floridita, un local gestionado por el Estado que tiene una merecida fama por su buen ambiente y sus sabrosos daiquiris. En los aledaños, con mucha cordialidad, un señor se me acercó para comenzar por desearme una buena estancia en la isla. A continuación, me ofreció la posibilidad de pasar la noche con alguna chica (llevaba una lista en el bolsillo), incluso llegó a decirme la profesión de algunas de ellas. Después de que rechazara su ofrecimiento, se marchó sin perder un ápice de su simpatía. En ese momento, quizás carecí de la agilidad mental necesaria para recordarle que la prostitución, y por ende, el proxenetismo están prohibidos en Cuba. En ese y otros locales de copas, se pueden ver extranjeros de avanzada edad con jóvenes chicas autóctonas agarradas del brazo o haciéndoles compañía, es lo que coloquialmente se denominan “jineteras”. Si bien hay que decir que este problema no puede compararse con lo que sucede en otros países caribeños como República Dominicana o México, verdaderos destinos de turismo sexual, esta realidad es algo que muchos cubanos no asumen con indolencia, sino que, en mis conversaciones con ellos, afirmaban que la prostitución llegó a estar erradicada durante mucho tiempo en Cuba, y que les gustaría que volviera a ser así.

Esto es algo que sí sucede, por ejemplo, con el juego, cuya prohibición está recogida a nivel constitucional. Pues bien, fruto de ello, las casas de apuestas y los casinos son inexistentes en Cuba, no habiendo rastro obviamente de casos de ludopatía.

Exactamente lo contrario sucede con la cultura y el deporte. Me crucé con bastantes escuelas de danza y de interpretación a lo largo de mi estancia allí, y me encantó presenciar cómo un grupo de niñas bailaban sevillanas junto a sus maestros en un lugar de Centro Habana. El cubano medio tiene un nivel de cultura general amplio, conocen a la perfección cuestiones tan ajenas a su país como, por ejemplo, el rescate bancario de Bankia o la moción de censura que acabó por hacer presidente a Pedro Sánchez en detrimento de Rajoy. Por su parte, tampoco suelen faltar canchas de béisbol, fútbol o baloncesto en cada barrio…pero no todas igual de bien conservadas, todo sea dicho.

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