Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El fantasma de una repetición electoral sobrevuela la campaña catalana
Teresa Ribera: “Las llamadas leyes de concordia imponen la desmemoria”
OPINIÓN | Cuatro medidas para evitar el lawfare, por Juan Manuel Alcoceba Gil
Sobre este blog

Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Chernóbil y la radiación de Franco

Alina Petrik

Durante unas pruebas rutinarias de mantenimiento, algunos actos negligentes que incumplían las técnicas de seguridad, produjeron un sobrecalentamiento del núcleo del reactor 4, que derivó en una explosión y un incendio posterior. Hoy se cumple el 32º aniversario del mayor desastre medioambiental de la historia a manos del hombre: el accidente nuclear de Chernóbil. Pese a aquella tragedia y sus consecuencias, los tres reactores restantes siguieron funcionando hasta el año 2000.

Yo misma nací en aquel país marcado por la tragedia. Nací en 1987 en la República Socialista Soviética de Ucrania. Chernóbil para mí solo era un nombre. El oscuro nombre de una desconocida ciudad convertida en un lugar fantasmagórico. En mi infancia, el 26 de abril las pantallas de nuestros televisores soviéticos se llenaban de imágenes de aquellas 115.000 personas evacuadas, engañadas durante tres días enteros en los que vivieron una fingida normalidad y luego, de repente, fueron obligadas a abandonarlo todo, su vida entera y todas sus esperanzas.

Nos decían que los ucranianos tuvimos suerte, que el viento se llevó las nubes contaminadas hacia el oeste, a Polonia, y al Norte, a Bielorrusia y los países nórdicos. Que tan solo 31 personas murieron por heridas directas provocadas por el incendio en los tres meses siguientes, muchos de ellos bomberos que no contaban con los trajes de seguridad adecuados para librar aquella batalla, desconocida hasta entonces.

Los hombres jóvenes que hicieron el servicio militar, aunque sin ninguna experiencia en la lucha contra la radiación, fueron citados como operarios para subsanar las consecuencias de la tragedia en Chernóbil. El 26 de abril se convirtió en un día de luto en los países de la antigua URSS, llenándose las calles de las ciudades de banderas nacionales con un lazo negro. `La semana de Chernóbil´ se llamaba aquella semana en las escuelas, donde se rendía homenaje a los caídos y se rememoraba aquel oscuro día.

Pero como pasa con el 11S y otros fatalismos antropógenos (tragedias a manos del ser humano, palabra poco usada en español, para denominar todas aquellas catástrofes provocadas por el hombre y, por tanto, evitables), el desastre soviético de Chernóbil fue y sigue siendo objeto de interpretaciones diferentes. Una de ellas es la que publica el Comité Científico de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas, elaborado por 142 expertos en la materia, procedentes de 21 países, desde el día de la catástrofe hasta el 2016.

Dicho Comité de la ONU deja entrever en sus informes que los casos de cáncer, abortos y mutaciones en los recién nacidos posteriores a la explosión del reactor de la central nuclear ucraniana se deben más al estrés y miedo creado por el Gobierno soviético que a la radiación.

Pues incluso después de la masiva evacuación de los habitantes tanto de la ciudad de Prípiat como de las localidades situadas en el radio de 30 km alrededor del origen de la tragedia, hubo gente, familias enteras, que permanecieron en sus hogares, que siguieron plantando hortalizas en sus huertas y alimentándose de ello, cazando y pescando en los bosques de la zona de evacuación, y que no manifestaron problemas algunos de salud en ningún momento.

La dosis media de exposición a la radiación en el momento de la explosión y los días posteriores en los que los operarios trabajaron para mitigar las consecuencias del incendio fue de 120 mSv, 30 mSv para las 115.000 personas evacuadas y 9 mSv para aquellos que decidieron permanecer viviendo en el área contaminada. La dosis de radiación a la que se somete un paciente para realizarse una sencilla tomografía es igualmente de 9 mSv. Años después de la catástrofe, los niveles de la radiación provocados por la explosión en el reactor de Chernóbil han ido disminuyendo hasta alcanzar un 1 mSv, siendo menor al 2,4 mSv de nivel de radiación global en el mundo.

Después del accidente se ha demostrado un incremento dramático de los casos del cáncer de tiroides en niños y recién nacidos, expuestos a la radiación a su temprana edad y especialmente por ser los mayores consumidores de leche, por su capacidad de absorción de radiación. También se han constatado algunos casos de leucemia y problemas de cataratas en los operarios de la central. Aunque no se dispone de pruebas relevantes para demostrar que se hayan desarrollado otros tipos de cáncer o leucemia en la población a causa de la radiación.

En cambio, estos científicos consideran fácilmente demostrables los grados de estrés a los que se vieron sometidos los habitantes de las zonas afectadas por la radiación debido a la evacuación sin explicaciones y al “consejo” a las mujeres embarazadas de carácter obligatorio del gobierno de abortar por riesgo de dar a luz a niños mutantes o con otros problemas genéticos, disparando así la cifra de abortos en la antigua URSS en los siguientes diez años.

El miedo infundido entre la población a la radiación y a las bombas atómicas, resultado del funcionamiento de la industria nuclear, provocó la histeria colectiva de unos países ya arrasados por la tragedia y el sufrimiento, y a los que esperaba el inminente fin del imperio soviético.

A lo largo del siglo XX, la humanidad fue testigo de varias catástrofes nucleares, aparte de la de Chernóbil. El accidente nuclear de mayor envergadura y el más silenciado de España se produjo en 1970 en el Centro de Energía Nuclear Juan Vigón (JEN), llamado actualmente el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), situado en el corazón de Madrid, en la avenida Complutense de la Ciudad Universitaria.

Los técnicos de la central se disponían a trasladar 700 litros de desechos de alta radiactividad que, por error o negligencia, acabaron en los desagües de Madrid, filtrándose en el río Manzanares, primero, luego en el Jarama, y de ahí, en el Tajo, hasta acabar en las costas de Lisboa, en el Océano Atlántico.

El accidente se produjo un viernes y hasta el lunes los técnicos no adoptaron medidas para atenuar las consecuencias del accidente o subsanarlas, aunque tampoco sufrieron las consecuencias en sus propias carnes, pues habían respetado todas las medidas de seguridad dentro de la central. Por supuesto, los habitantes de la zona afectada no fueron informados del peligro y siguieron consumiendo toneladas de frutas y verduras plantadas en las huertas que fueron irrigadas con el agua contaminada. 24 años después, en el 1994, se dieron a conocer por primera vez los informes confidenciales del alcance de aquel acto de negligencia humana.

La energía nuclear en España es la segunda fuente de generación de energía eléctrica con un 21,2 %, después de las energías renovables (42,2 %). En total el país cuenta con cinco centrales nucleares en activo con un total de siete reactores. El desarrollo nuclear español comenzó durante el régimen franquista y tenía un propósito civil, aunque el verdadero propósito secreto era utilizarlo con fines militares, precisamente, para crear una `bomba nuclear española´, como se supo después. Pues España era el país donde se podía conseguir energía nuclear, a escondidas del mundo y del tratado de No proliferación Nuclear.

En EEUU acaeció un accidente muy similar al de Ucrania. En 1979 en Three Mile Island, Pensilvania, se derritió el núcleo de un reactor. No obstante, nadie sufrió las consecuencias del accidente gracias a las condiciones adecuadas de seguridad y a que no se llegó a liberar a la atmósfera ningún tipo de partículas radioactivas.

Así que el problema no está tanto en la energía y combustible nuclear, sino en los sistemas de seguridad, como el sarcófago que se construyó en 2016 para tapar el reactor accidentado y derretido de Chernóbil 30 años después de la tragedia, financiado por el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y con la colaboración de 28 países.

El precio total de la estructura, que funcionará supuestamente durante 100 años, fue de 1.500 millones de euros, una cifra completamente inasumible para Ucrania, un país atrapado en la eterna crisis económica y en una guerra silenciada. Tanto Ucrania como Bielorrusia, los más afectados por la catástrofe nuclear reciben ayudas y subvenciones para las víctimas del desastre. Que llegue ese dinero a los afectados es otra cuestión. Lo que demuestra que las tragedias también se han convertido en un negocio.

En la actualidad se organizan excursiones a la zona cero de Chernóbil, donde poder ver y sentir aquel silencio sepultado, la ciudad abandonada al olvido, un lugar del pasado que no ha cambiado en las últimas tres décadas, el regreso a la Unión Soviética cubierta por una invisible radiación y un halo eterno de tristeza. La ciudad de las peores pesadillas. Y, no obstante, fuera de la ciudad de Chernóbil, aquel radio de 30 kilómetros evacuado para siempre hace treinta y dos años es el mejor ejemplo de la belleza y fuerza de la naturaleza en su estado más puro, donde la huella humana es tan mínima que ni se aprecia, pues quizás, aparte de las frías tierras de la Antártida, cada vez más afectadas por el cambio climático, positivo o negativo pero existente, es el lugar más virgen del planeta Tierra.

Sobre este blog

Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Etiquetas
stats