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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El consentimiento

Campaña No es No. Sólo sí es sí del Ayuntamiento de Málaga y ACP para prevenir la violencia sexista

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La ministra Irene Montero ha proclamado, con llamativa vehemencia, el derecho de los niños a tener relaciones sexuales “con quien les dé la gana”. Esta expresión tan rotunda, formulada en términos absolutos, ha sido interpretada por algunos como situando en el consentimiento el único límite legítimo a la libertad sexual infantil.

Nuestra civilización occidental ha producido odas a la libertad desde Heródoto hasta nuestros días, y la ha situado como uno de los tres pilares de la modernidad junto a la igualdad y la fraternidad. En tiempos más recientes, la hipertrofia del estado está asfixiando la libertad individual, por lo que resultan de agradecer actitudes libertarias como la de la ministra. Ahora bien, el ejercicio de la libertad requiere de ciertos límites y consideraciones para evitar que algo tan valioso despliegue su reverso tenebroso y resulte dañino.

Freud escandalizó al mundo al hablar sobre la sexualidad de los niños en una época en la que se entendía que éstos eran una especie de querubines semiespirituales. Sin embargo, el padre del psicoanálisis explicó que la sexualidad infantil no es como la adulta, focalizada en los genitales, sino que funciona de una manera diferente. Ferenczi, por su parte, describió cómo la sexualidad infantil, buscadora de vínculos y de afecto, podía chocar con la sexualidad adulta, orientada al encuentro genital. Este choque, en el que una “confusión” de lenguas hace que el niño busque al adulto para encontrar en él algo distinto a lo buscado, lleva con demasiada frecuencia a situaciones abusivas y traumáticas.

En un encuentro sexual entre un niño y un adulto, el niño puede consentir sin saber qué es lo que consiente, dado que desconoce la naturaleza de la sexualidad adulta y el impacto que el encuentro con ésta puede tener en él.

Para que un consentimiento sea válido, requiere conocimiento de aquello a lo que se consiente, además de cierta madurez por parte del sujeto consentidor.

Respecto a la cuestión del conocimiento, la educación sexual es importante, pero sólo transmite información. El conocimiento requiere, además de ésta, una comprensión de las consecuencias de dicha información que no es fácilmente transmisible, sino que requiere un proceso de asimilación y desarrollo. Además, la información transmitida en la educación sexual queda frecuentemente restringida a cuestiones biológicas, anatómicas, mecánicas y técnicas, descuidando aspectos relacionales, emocionales y la atribución de sentido a las experiencias.

En cuanto a la madurez necesaria para el consentimiento, requiere un proceso progresivo del sujeto que resulta difícil de valorar. La ley suele abordar esta cuestión imponiendo un límite arbitrario de edad, esperando que en un número significativo de casos establezca una frontera adaptada a la realidad de los sujetos en desarrollo. Cuando es necesario hilar más fino (como en algunos procesos judiciales), algún experto valora la madurez del sujeto concreto.

En general, se entiende que los niños no tienen capacidad, al faltarles tanto conocimiento como madurez, para consentir una relación sexual con un adulto.

Además, otro problema a tener en cuenta es el de la asimetría entre el niño y el adulto. Una actriz de cine puede tener suficiente madurez y conocimiento como para consentir, o no, a una relación sexual con un productor. Sin embargo, la asimetría de poder en estas relaciones lleva fácilmente a situaciones de abuso, como ha visibilizado el movimiento 'Me too'. Para evitar este tipo de abusos, los médicos no pueden acostarse con sus pacientes, ni los profesores con sus alumnos. Se requiere una cierta simetría entre los partenaires sexuales para proteger al más vulnerable. Entre un adulto y un niño no la hay.

En los últimos tiempos el debate público se ha centrado en la forma de expresar el consentimiento, con fórmulas como la del “sólo sí es sí”, pero parece que se ha desatendido la capacidad para producir dicho consentimiento.

El encuentro sexual tiene un alto potencial de abuso. La liberación de la parte más instintiva, más animal, de la persona lleva fácilmente a usar al otro como un objeto con el que satisfacer el goce propio. Un encuentro profundo y respetuoso que incluya los cuerpos y las subjetividades de ambos participantes es muy complicado. Esto es lo que lleva a Lacan a afirmar que “no hay relación sexual”. Y la experiencia en salud mental nos muestra el potencial devastador de muchos de estos encuentros fallidos.

Me considero un firme defensor de las libertades individuales. Sin embargo, creo que éstas necesitan un marco que las canalice para evitar que su ejercicio lleve al daño del otro, o al del sujeto que las ejerce. Este marco incluye a la ley, aunque no se reduce a ella. Desde el punto de vista legal, la ley prohíbe el encuentro sexual entre niños y adultos, más allá de un consentimiento que considera inválido, y creo necesario que continúe haciéndolo. Los niños no pueden acostarse “con quien les dé la gana”. Los adultos tampoco, pero esa es otra cuestión, que ya abordé en otro momento.

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