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Cuestión de largura

Concha Piquer y Rocío Jurado

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“Sé que yo soy más larga que Concha Piquer”, insinuó una vez una altiva Rocío Jurado. La impetuosa chipionera se abría camino en el mundo de la copla, atreviéndose incluso con temas de la valenciana, ya consagrada. De ahí arranca la famosa rivalidad entre ambas, que yo mencioné en un artículo publicado en este medio en septiembre pasado para comparar la situación que se vivía en el seno de Ciudadanos en la Región a través de Isabel Franco y Ana Martínez Vidal. Poco tiempo después -no lo había hecho desde que en el verano de 2019 accedió a la vicepresidencia-, Ia primera me llamó una mañana por teléfono mostrando interés en que compartiéramos una caña y charlar. Era un período en el que todo apuntaba a que saldría del Gobierno, tras asumir la segunda el cargo de coordinadora autonómica de Cs por nombramiento directo del equipo de Inés Arrimadas. No desvelaré el contenido de nuestra conversación por un principio elemental de confidencia, pero sí contaré, porque no tiene mayor importancia, que Isabel Franco, en un momento de nuestra charla, se interesó mucho en que le explicara quién de las dos era la Piquer y quién la Jurado.

Estoy convencido de que lo ocurrido en Murcia estos últimos días tiene mucho que ver con la pugna mantenida por ambas dirigentes políticas. Y que Ana Martínez Vidal infravaloró a Isabel Franco al no calibrar su capacidad de reacción ante las consecuencias y daños colaterales que para ella tendría la moción de censura. La firmó, como el resto de compañeros, en el edificio de Centrofama, a cuya sede llegó la tarde del martes sin saber muy bien a qué iba, y ante el vicesecretario general Carlos Cuadrado. Pero mientras lo hacía, discurrió su estrategia para evitar ser defenestrada ante lo que ella misma estaba rubricando. El denominado clan de Alcantarilla puso en funcionamiento sus tentáculos y antes de la medianoche López Miras ya sabía vía marítimo-terrestre que iban a por él. Sin embargo, el hecho de que no barajara la posibilidad de convocar elecciones, como sí hizo en Madrid su homóloga Isabel Díaz Ayuso, pudo estar fundamentado en que desde ese momento ya tuvo la impresión de que aquella iniciativa tendría un corto recorrido. 

Es evidente que Martínez Vidal, como Arrimadas, son lideresas que no controlan el partido, ni en la Región ni en España, como fielmente ha quedado demostrado. A Isabel Franco y Francisco Álvarez se unió la tercera en discordia, Valle Miguélez, otrora mandamás del partido naranja pero reducida a menos que fontanera desde la llegada de Ana Martínez Vidal a la dirección. Por cierto, la nueva consejera-portavoz, en una carta de alegaciones para hacer frente a su expediente de expulsión de Cs, no tuvo reparo en reconocer que en la noche de autos no sabía lo que estaba firmado. Para el PP, y en especial para el ciezano Teodoro García Egea, no fue complicado cerrar el acuerdo, con la inestimable colaboración de un sibilino Fran Hervías, quien horas después anunciaba su marcha desde Cs a las filas populares. 

Al día siguiente, tras registrarse la moción en la Asamblea Regional, López Miras cesó a dos consejeros de Cs, la propia Martínez Vidal y su hombre de confianza José Gabriel Sánchez Torregrosa, pero significativamente mantuvo a Franco en su puesto y a Miguel Motas, por aquello de guardar las formas. El expolítico de AP, Juan Ramón Calero, aventuró ese mismo miércoles, en una tertulia en la SER, que se avecinaba un tamayazo. Lo argumentó ante el riesgo de perder el poder por quienes llevan 26 años instalados en él, con lo que esto supone en cargos y empleos para padres, hijos y nietos: “Gente colocada como medio de vida en la Administración pública”. Y especuló con que algunos ya estarían consultando la lista para buscar gente a la que “comprar o alquilar”. Viejo zorro el brillante exabogado del Estado.

El caso del presidente de la Asamblea Regional, Alberto Castillo, que anunció que barajaba la opción de abstenerse en la votación de la moción de censura, está estrechamente ligado a Franco y Miguélez, toda vez que ambas fueron las que le abrieron la puerta de la formación naranja en las pasadas elecciones autonómicas. Una vez que Cuadrado, que fue quien los instó a firmar el documento, dejó su cargo en la ejecutiva nacional de Cs, Castillo asegura que se vio liberado de su compromiso. Ello, trufado con una cierta pátina de supuesta neutralidad institucional.

Otro capítulo que no conviene perder de vista son las excelentes relaciones que Ana Martínez Vidal mantiene con el presidente de la patronal murciana CROEM, José María Albarracín, gran ausente esta pasada semana de las jornadas empresariales de COEC, en el auditorio de El Batel, en Cartagena, a las que sí asistió el jefe del Ejecutivo regional, Fernando López Miras. En San Esteban sonaron como un torpedo unas declaraciones suyas de ese miércoles: “Tienen el derecho a presentar la moción de censura si consideran que la situación se está desviando”. Cuentan que los teléfonos echaban humo.

De manera que, en buena parte, no es de extrañar que este bochornoso capítulo de la política murciana tenga mucho que ver con esa rivalidad que, como aquellas tonadilleras en el pasado, mantuvieron y mantienen Ana Martínez Vidal e Isabel Franco. Una pista para dilucidar quién es quién y deshacer la curiosidad, que no tiene porqué ser siempre malsana, es lo que en una ocasión contó su hija, Conchita Márquez Piquer. Hacia 1957 su madre recibió en su casa madrileña a la Jurado, ya que le habían hablado de una chica andaluza que cantaba bien, por lo que aceptó conocerla. De entrada, la de Chipiona se ganó una monumental bronca cuando comenzó a interpretar un tema y se apoyó en el piano. Doña Concha le espetó que eso solo lo hacían las cantantes líricas y que para interpretar copla lo que había que hacer era andar por el escenario y mover enérgicamente los brazos. “Anda, avanza y empieza a cantar”, le ordenó tajante. “El caso es que hoy tengo la voz 'rozaíta'”, dicen que se le oyó decir a la Jurado en aquel día ya tan lejano. Qué fina estuvo para la ocasión.

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