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Explotación y racismo

Jornaleros del Campo de Cartagena / E. R.

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Eleazar Benjamín Blandón, nicaragüense, murió en Lorca hace unos días tras una jornada doble de trabajo, mañana y tarde, con una temperatura de 44 grados. Fue abandonado inconsciente en la puerta del centro hospitalario, en un acto inhumano y vergonzoso, donde poco después falleció debido al estrés térmico. Este ha sido el final, tras meses de trabajo en durísimas condiciones; pero no tenía opciones: carecía de apoyo familiar, de dinero y de papeles. Estaba, literalmente, a merced de sus empleadores. Ahora, la situación laboral a la que estaba sometido está siendo investigada, pero ha tenido que haber una muerte para que eso suceda.

Para que se produzcan este tipo de hechos sin que como reacción haya poco más que comunicados de enérgica repulsa, es necesario que se den unas condiciones previas.

Hay una conexión directa entre racismo y explotación. El racismo crea las condiciones para que la explotación sea posible, condiciones que consisten básicamente en despojar de valor a los individuos. Es algo que también se da en el clasismo, pero en el caso del racismo hay otra vuelta de tuerca  ya que enfrenta a unos trabajadores con otros, nacionales y extranjeros, como si su explotación fuera distinta, como si no se tratara de un mismo sistema que usa y abusa de las personas, independientemente de su raza y origen. Los trabajadores nativos están convencidos de que tienen un plus sobre los inmigrantes. Es el racismo el que persuade a las clases más bajas de que el enemigo es el extranjero porque no es su igual sino su oponente, el que pone en peligro su puesto de trabajo y el sostenimiento del sistema social del país. Quienes generan y difunden este discurso saben perfectamente lo que hacen pues se trata un marco de ideas que produce beneficios económicos para los grandes empresarios de la agroindustria, entre otros. La desvalorización pasa por varias etapas (extrañamiento, hostigamiento, negación de papeles), hasta reclamar que se les eche del país. En realidad los beneficiarios de este sistema no quieren que se vayan, porque quién recogería entonces los melones en agosto a 44 grados en jornadas de diez horas a cambio de un salario de 30 euros, pero pedir que sean expulsados forma parte del necesario clima de hostilidad hacia los inmigrantes. Es necesario que siga siendo una masa laboral perseguida, hostigada y en condiciones de irregularidad, incapaz de negociar sus condiciones y que no podría denunciar una situación injusta, llegado el caso. En resumen: es preciso que permanezcan en una situación de intensa vulnerabilidad social que les haga susceptibles de aceptar casi cualquier trato laboral. 

Se dice simultáneamente que los inmigrantes les roban el trabajo a los españoles y que los españoles no quieren trabajar. No es que los españoles no quieran trabajar, es que no quieren trabajar en condiciones de indignidad. No, no somos iguales y para que esa desigualdad laboral siga naturalizándose es necesario que la percepción de los aspirantes al trabajo también sea desigual. El racismo cumple una función legitimadora de la desigualdad. Si no tienen el mismo valor no pueden tener los mismos derechos, no pueden cobrar igual, no pueden disfrutar de las mismas condiciones de trabajo. El hecho de que se trate de extranjeros, en muchos casos en situación irregular (no tener papeles equivale a no tener derechos) los invisibiliza socialmente, provocando entre la población nacional indiferencia cuando no rechazo. El pantón del color de piel también es un marcador del valor: cuanto más oscuro más devaluado. Y como siempre hay un escalón por debajo, cuando esa mano de obra es femenina, a esa explotación se añade el acoso o directamente el abuso sexual, como se vio entre las temporeras de la fresa en Huelva. 

El discurso racista, por lamentable y ridículo que nos parezca, no es ni absurdo ni vacío, obedece a una lógica precisa y genera frutos que son recogidos por los explotadores. Para que la explotación laboral sea posible sin que haya un estallido social, es necesario devaluar a los trabajadores y esa es la labor del racismo. El racismo es la estrategia de marketing de la explotación.

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