Algunas mañanas cuando me levanto a tomar el café y oigo a según que gente, me parece estar leyendo en el archivo El Alcázar o El Arriba, sendos periódicos franquistas que repetían como loro según que consignas. Algunas han triunfado, al parecer, y nos encontramos con unas retóricas sobre comunistas y comisarios del pueblo que hacen gracia por anticuadas. Un lenguaje y una polarización que es buscada para tapar una nefasta gestión. El ejemplo más claro es Murcia con la discusión del lenguaje inclusivo, polémica con la que se ha intentado ocultar una gestión educativa desastrosa con ratios por las nubes, falta de profesores y una desatención de la educación pública que es de sobra conocida.
Queda ya poco del ciclo del 15M y parece que España haya ido para atrás. Se atisba, sin embargo, un proceso de cambio que conduce, por la situación española, hacia un regionalismo cada vez más acusado. Este es el resultado de la incapacidad de los partidos políticos de resolver las acuciadas tensiones que sacuden un país demográficamente en coma con profundas desigualdades en su distribución poblacional. Una situación agravada por una secuencia de inversiones pensadas más en políticas electorales que un desarrollo común. Este cambio regionalista ha venido marcado por Teruel. Un lugar en el que llegar en tren era una peripecia y que, gracias a su único diputado, se electrificara sirviendo de ejemplo para otras aventuras regionalistas de marcado carácter provincial.
El terremoto de las provincias con representación, producto de la circunscripción electoral, puede crecer en las próximas elecciones haciendo mucho más difícil alcanzar las aritméticas parlamentarias y convirtiendo al Congreso en un Senado, y al Senado, en vete a saber qué. Sobre él solo he oído escribir bien a quienes enchufan por “mérito y capacidad” los partidos para hacer prácticas, los demás hablan de la necesidad de reforma.
Una cámara que iba para notables, de reflexión que no de veto, para colocar a los “importantes en retirada del franquismo” y que, por la obsesión de Alfonso Guerra, todo esto según sus memorias, pasó a ser de territorios, pero con un sistema de selección directo e indirecto que no termina de representar la realidad española, edificada en Comunidades Autónomas, sobre las que hemos empezado a conocer la intrahistoria de su construcción de la que he de desatacar la de Castilla y León.
La creciente conciencia de la realidad del sistema electoral va a hacer crecer la representación en las provincias. Si logran unificar los votantes, porque su problema viene determinado por el sistema de reparto de los mismos. En todo caso, su aparición viene a demostrar las carencias de los partidos para articular la representación de los territorios en su interior. Pues estos olvidan pronto a sus electores para seguir cual borregos los dictámenes de sus partidos. Una situación que no ha logrado solucionar ni el PSOE con su federalismo asimétrico, ni el PP con su centralismo a la búlgara, ni Podemos con sus listas plancha desde Madrid y sus pactos en las comunidades autónomas.
España, parece hoy, caminar a una vuelta al bipartidismo, pero con una serie de partidos provinciales que enmarcan un transito hacia un modelo federalista de provincias, que no de autonomías. Tiene su aquel. La pregunta es qué papel jugaran los movimientos territoriales, esta claro que las andaluzas marcarán el camino, y quedará por ver, como he dicho en alguna ocasión, que vendrá antes, si las autonómicas, cuando correspondan, o las generales. Será el calendario electoral el que establezca los ritmos de los pactos. Aunque parece claro que las generales no llegarán hasta una recuperación económica progresiva que no arribará antes de verano y, si me apuran, hasta las próximas navidades. Y eso es un tiempo muy largo en política.
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