Estos últimos años habrían sido una fuente de inspiración ilimitada para el añorado Luis García Berlanga. El esperpéntico desarrollo del discurso político, duramente condicionado por la pandemia, nos ha llevado a ver, ojipláticos, a la versión más rural de un Pablo Casado inmerso en un descenso a la locura, en términos de comunicación política. La derecha española ha endurecido su discurso hasta límites que en muchos casos van más allá de lo moral en lo que a dignidad política se refiere.
Pese a tratarse de reformas legislativas por separado, ambas son medidas que siguen la línea socialdemócrata europea de mejora de la calidad de vida de las clases trabajadoras, en mayor o menor grado. Con la votación del Decreto-Ley de la Reforma Laboral en el aire, era de esperar este aire belicista por parte de las bancadas conservadoras del Congreso por una simple razón: la subida del Salario Mínimo Interprofesional es una ratonera de la que la ciudadanía no va a permitir salir a ningún gobierno a partir de ahora. No era para menos la celebración exaltada de los diputados de Vox cuando pensaban que iba a salir adelante aquel nuevo tamayazo en las Cortes, cuando una vez más resultó ser frustrada por esa magia made in Spain que lleva a un diputado a equivocarse al pulsar no uno, sino dos botones de confirmación y votar en contra de la disciplina de partido, echando por tierra toda esperanza del sector reaccionario del Congreso de los Diputados de poder revertir los efectos del terrible socialcomunismo antes de que sea demasiado tarde.
Desafortunadamente (para ellos), ya es demasiado tarde. La subida del SMI, pese a toda publicidad negativa que pueda hacerse al respecto, se ha traducido en una mejora real de las condiciones materiales de gran parte de la población activa del país, y a la que es evidente que nadie está dispuesto a renunciar.
Entre unas y otras cosas, la reforma laboral, que podría haberse hecho de manera más eficaz, va a suponer al mismo tiempo otro impulso en las relaciones laborales de la totalidad de la clase trabajadora española, y es un factor que la derecha ha asimilado perfectamente.
Por esa razón tenían que tratar de echar por tierra a toda costa cualquier intento de parte del Gobierno de llevar a cabo cualquier medida de dicha índole. Supone, a nivel de consecución de derechos, un avance importante en materia económica y de condiciones de vida mínimas para gran parte de la población, y de la que, gobierne quien gobierne en el futuro, no hay marcha atrás. Pone muy difícil a un futurible gobierno conservador asumir frente a su electorado cualquier tipo de retroceso a este respecto, porque la experiencia de la crisis de la década pasada en lo relativo a lo nocivo de las políticas de austeridad en términos laborales y sienta un precedente sobre el protagonismo relativo de la CEOE en las negociaciones de estos términos. Una ratonera de la que es imposible de escapar.
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