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Sobre este blog

Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Tres estaciones: camarera, auxiliar de residencia, cuidadora

Pañuelo

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Nuevo cuento de la serie 'Mari contra la pobreza'. Mari vive en un barrio murciano, trabaja de camarera, tiene dos hijos (Jaime y Jorge) y un dinosaurio. El dinosaurio (que podría ser el mismo que sale en el cuento de Augusto Monterroso) representa la fuerza interior de Mari, la fuente de energía que le permite enfrentarse a todos los problemas cotidianos que provoca vivir en situación de pobreza. Mari comparte el protagonismo de estas historias con sus amigas Tamara y Henriette. Ellas representan a todas aquellas mujeres que pelean a diario contra la pobreza y queremos que sea el reconocimiento de la EAPN-RM a su valor y esfuerzo. Este cuento vuelve a contar con una ilustración original de la artista Laia Domènech.

Puedes leer el resto de cuentos de Mari aquí.

Primavera

Si por él fuera no acompañaría a Mari al bar. Preferiría quedarse en casa, durmiendo en el sofá, boca arriba, despatarrado, con la cola sobre los ojos para librarse de la luz. Mari le tiene prohibido subirse al sofá pero los dinosaurios son de natural inconformista y, cuando nadie le mira, se acomoda entre los cojines y se echa la siesta. Lo que pasa es que a Mari le viene bien que esté con ella mientras trabaja así que, resignado y fiel, la acompaña todos los días. Al menos la cafetería en la que trabaja ahora no tiene nada que ver con los bares en los que ha tenido que trabajar otras veces. Recuerda aquellos sitios con verdadera repulsión. Los jefes parecían no conocer nada relativo a normativa laboral o convenios de la hostelería y saberlo todo sobre métodos burdos y sutiles de explotación. Los clientes parecían no saber nada acerca de los buenos modales y saberlo todo sobre ser unos babosos. Más de una vez, Mari tuvo que pedirle que se tranquilizara y no arremetiera contra alguno de esos machotes. Yo tengo dignidad, pero mis hijos tienen hambre, leyó el dinosaurio alguna vez en algún sitio.

La cafetería en la que trabaja Mari ahora es otra cosa. Los turnos son razonables, el convenio se cumple y la clientela sabe comportarse. Babosos hay en todas partes pero aquí Mari tiene permiso de su jefa para pararles los pies. Al dinosaurio le encanta cuando le dejan enseñar los dientes. Los machotes se acobardan a la primera de cambio.

Desde hace unos días, el ánimo en la cafetería está de capa caída. Adela lleva varios días sin aparecer y todo el mundo se teme lo peor. Adela es, o era, una de las clientas habituales de la cafetería. A diferencia de otros, le gustaba ir cada mañana a una hora distinta y no pedir nunca lo mismo. A Mari le divertía ese aparente desorden. Le parecía, frente a la rutina sin gracia de la mayoría de los clientes habituales, un comportamiento alegre y colorido. Un día le reconoció que se divertía con su comportamiento errático y que muchas mañanas se entretenía intentando adivinar a qué hora vendría y qué pediría para tomar. A Adela aquellas palabras de Mari parecieron hacerla muy feliz y, desde entonces, se hicieron muy amigas. 

Al dinosaurio también le gustaba. Cuando Adela estaba en la cafetería, solía quedarse rondando su mesa mientras espiaba los libros que leía. El dinosaurio se quedaba fascinado por esos libros en toda clase de idiomas diferentes, con más números que letras, y sobre cosas que no era capaz ni de empezar a entender. El último que le vio era un volumen de cartas entre Einstein y un tal Gödel.

Una de las últimas mañanas en las que Adela desayunó en la cafetería, le regaló a Mari uno de los pañuelos que siempre llevaba alrededor del cuello. Esos pañuelos eran como ella, coloridos, algo extravagantes, nunca el mismo. Mari recibió el pañuelo con una punzada en el corazón, mitad regalo, mitad mal augurio.

Verano

-Que no llego -le dice Tamara a su encargado por enésima vez-. No me da tiempo, no puedo arreglar veinte residentes en una hora, o me ponéis menos o me quitáis de dar desayunos.

El encargado, que hace siempre todo lo posible por evitar mantener contacto visual con Tamara, le responde que ni una cosa ni otra. Que los turnos son los que son, que el número de residentes por auxiliar es el que es y que, fin de la conversación.

Tamara sale del despacho sin poder evitar dar un portazo. Cuando se enfada, un viento huracanado parece seguirla a todas partes. La sobrecarga de trabajo ya hace imposible atender a las personas residentes como se merecen, pero es que la empresa lleva meses sin cubrir las bajas. Entre otra compañera y ella están haciendo el trabajo de tres. Tamara entra a las seis de la mañana y tiene veinte residentes que levantar, asear y vestir antes de la hora del desayuno. Más allá del tremendo esfuerzo físico que le supone mover a los residentes ella sola, es humanamente imposible que le dé tiempo a dejarlos a todos apañados antes de tener que servir el desayuno. Hay residentes que se quedan sin arreglar mientras otros se quejan por el retraso del desayuno.

A Tamara le indigna todo aquello tanto como la pasividad del resto de la plantilla. En los descansos o en los vestuarios, bien que saben quejarse y bien que dan todo tipo de detalles de las lesiones que les provoca el trabajo, que si dolores de espalda, que si contracturas en el cuello, que si lumbago… Pero, luego, ante el encargado, todo son sonrisas cobardes y miradas sumisas.

-Cuando no me llevan los demonios por una cosa, me llevan por otra -les decía a Mari y a Henriette cuando necesitaba desahogarse-. Me paso el día en compañía del diablo.

Tamara no sabe qué pasará antes: que la despidan o que se despida. Lo va a sentir especialmente por las personas residentes con las que ha entablado amistad; es decir, todas las de la residencia. Eso no quiere decir que todo el mundo le caiga necesariamente bien. Por ejemplo, a Gregorio se le nota que la mira con desconfianza y procura tenerlo todo a mano cuando ella entra en la habitación. 

-Gregorio, hombre -le suele decir-, que no te voy a robar nada. Si me encuentro tirado por la calle ese móvil viejo que tienes, ni lo cojo.

Gregorio se ríe, pero no pierde el móvil de vista. El racismo tiene razones que la razón no entiende. 

Con quien le está costando tomar confianza es con una de las últimas residentes en entrar. Algunas personas entran a la residencia arrastradas por las circunstancias, abrumadas por la resignación e incapaces de aceptar la situación. Ese parece el caso de esta nueva residente. Se llama Adela, parece tener un bolso como el de Mary Poppins lleno de libros infinitos, y cada mañana, cuando Tamara entra a levantarla, ella ya está despierta y arreglada.

-Adela, que eso me toca a mí. Si todas las residentes fueran como tú, me quedaba sin trabajo en un santiamén. Menudo pañuelo llevas, ese es aún más chulo que el de ayer. ¿Tienes más pañuelos que libros o más libros que pañuelos? 

Adela da siempre una respuesta amable e ingeniosa a todo lo que le dice Tamara pero habla como si, en realidad, estuviera ya en otra parte.

Otoño

Henriette a veces piensa que se consumaron tantas desgracias en el desierto que ya nunca más puede pasarle algo malo. Por supuesto, esto no es así. Le han seguido pasando cosas malas, pero ya nada puede tener la gravedad que tuvo el desierto. Comparado con aquello, todas las desgracias parecen ahora de juguete. 

Soportó con estoicismo trabajar jornadas interminables en el campo de Cartagena por un sueldo literalmente de miseria. Peor fue el desierto. Aguantó con paciencia trabajar en un almacén de pimientos a destajo, una práctica que creía erradicada de la civilizada Europa. Peor fue el desierto. Llevó con la resignación justa trabajar de interna como si con trabajar estuviera todo hecho y ya no hiciera falta vivir. Peor fue el desierto. Es largo el etcétera de trabajos precarios que enfrentó hasta que tuvo un golpe de buena suerte, porque, aunque sea por pura probabilidad, de eso también tiene que haber un poco para todo el mundo. Una madre del cole tenía una amiga que tenía una vecina que tenía una madre que ya no podía valerse del todo por sí sola y necesitaba alguien que la cuidara durante el día. Y así, Henriette acabó cuidando a Soledad.

El primer día de trabajo, Soledad le dijo dos cosas. Una ya la sabía, la otra se fue matizando con el paso del tiempo. Mi hija es una imbécil, fue lo primero que le dijo, como bien sabrás ya después de la entrevista de trabajo que te hizo. Me he tomado mi nombre al pie de la letra la mayor parte de mi vida. siguió diciéndole, y prefiero estar sola que mal acompañada. Haré lo que pueda por ser buena compañía, le respondió Henriette. 

Y lo consiguió. 

Soledad había sido profesora de Matemáticas. Se había divorciado al poco de nacer su única hija que ahora trabaja en una funeraria. Habla cinco idiomas, uno más que Henriette, pero no le parecen suficientes. De vez en cuando, le pide a Henriette que le hable en lingala, su idioma natal, y desde hace unos meses ha empezado a estudiar chino. China es el futuro, le advierte a Henriette. 

Soledad tiene por costumbre aprender el idioma de turno leyendo los clásicos. La Montaña Mágica y El Capital para el alemán. Moby Dick para el inglés. En Busca del Tiempo Perdido y La sociedad del espectáculo para el francés. Guerra y Paz y Ana Karenina para el ruso. Y las tres obras fundamentales del taoísmo filosófico para el chino. 

Henriette y Soledad suelen discutir apasionadamente a cuenta de qué estudiar y cómo. A Soledad no le interesa el uso cotidiano de los idiomas que sabe. No los quiere hablar, no quiere que nadie le hable, solo quiere leer. Henriette valora todas las destrezas: hablar, escuchar, leer y escribir. Se empeña en dedicar tiempo a la fonética y a la pronunciación. Soledad no le ve el sentido a perder el tiempo desarrollando unas destrezas que nunca usará. No pienso viajar a China, se queja. Pero igual quieres hacer la compra en el mismo idioma que la dueña de la tienda de abajo, insiste Henriette que se siente bastante cómoda en el papel de maestra exigente.

Esa tarde, la hija de Soledad llega antes de lo habitual y las sorprende en plena discusión. Está empeñada en que su madre ya no tiene la cabeza para seguir estudiando y le riñe como si fuera una niña pequeña cada vez que la sorprende leyendo o estudiando. Qué lástima que no me pueda divorciar de ella también, le dice Soledad a Henriette por lo bajo. Después de la regañina de turno, y de pedirle a Henriette que recoja todos esos hilos de colores que hay por todas partes, la hija les cuenta que esa tarde han incinerado a una mujer que había llegado directamente de la residencia sin que nadie se hiciera cargo de ella. Llevaba un pañuelo muy bonito, añade. A punto estuve de cogerlo, confiesa, me recordó a ese pañuelo que lleva escondido toda la vida al fondo de tu caja de los recuerdos.

Henriette nota que la cara de Soledad se vuelve pálida como el yeso, que la sangre sale huyendo de ella y que las fuerzas le abandonan. La hija, sin darse cuenta de nada, sale de la habitación. Henriette le da la mano a Soledad. La mano de la mujer está fría como el metal. ¿Estás bien?, le pregunta. Después de un rato de silencio profundo, Soledad consigue hablar. Lo hace en ruso, que era el idioma con el que hablaba con Adela para que nadie descubriera sus secretos, como si Henriette pudiera entenderla. Y Henriette, que no sabe ruso, entiende perfectamente lo que Soledad le está contando porque las historias de amores imposibles se entienden igual de bien en todos los idiomas.

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Las mujeres siguen siendo las principales responsables de los trabajos de cuidado en la familia. Según un informe de desigualdad salarial de CCOO, las responsabilidades familiares y del hogar siguen recayendo hasta 11 veces más en mujeres que en hombres.

Lo anterior condiciona su entrada al mercado laboral. Muchas deben ajustarse a jornadas laborales de tiempo parcial. De hecho, según el Ministerio de Trabajo y Economía Social, el empleo a tiempo parcial lo concentran las mujeres, que suponían, en 2023, el 73,6% de las personas ocupadas con ese tipo de jornada. 

Las mujeres desarrollan su actividad mayoritariamente en el sector Servicios, donde trabajan 8.698.700 (el 88,9% de las mujeres con empleo), principalmente en las actividades de Comercio, Sanidad, Educación y Hostelería (de nuevo según el Ministerio de Trabajo y Economía Social). En “empleados contables, administrativos y otros empleados de oficina”, el 67,5% son mujeres.

En cuanto a la brecha salarial, el último Informe Global de la Brecha de Género 2024, muestra que en España la brecha salarial alcanza el 19,6 % en contra de las mujeres. En términos económicos, esto supone que las mujeres cobren de media 5.212,74 euros menos al año que los hombres. Los datos anteriores, los reformula UGT dentro de su campaña #YoTrabajoGratis cuando explican que “debido a la brecha salarial entre mujeres y hombres, las mujeres españolas trabajan gratis del 30 de noviembre al 31 de diciembre”.

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