El último vals de Nacho Para

En varios momentos de la noche del pasado jueves 30 de octubre, el Luzzy no parecía una de las sedes de nuestro veterano festival de jazz, sino mismísimamente el Winterland Ballroom de San Francisco. Tampoco parecía que estuviéramos en una noche de finales de octubre de 2025 en Cartagena, sino en California y en el día de acción de gracias de noviembre de 1976. Ni que estuviéramos ante el concierto de homenaje de la Bantastic Fand al difunto Nacho Para, sino ante aquel otro concierto de despedida de The Band que Martin Scorsese filmó en aquella legendaria película que fue The Last Waltz, una cinta de culto que todo verdadero aficionado al rock clásico habrá visto al menos cien veces.

Y una muy digna versión de eso mismo es lo que vimos en Cartagena la otra noche. Porque los miembros supervivientes de la Bantastic Fand supieron copiar exactamente aquel mismo espíritu en el concierto de homenaje al compañero que falleció súbitamente en su casa el pasado 8 de diciembre (mismo día que Lennon) a los 62 años.

El homenajeado y el homenaje

Nacho Para fue un almeriense que un día decidió acabar de golpe con su exitosa carrera periodística (fue durante muchos años el jefe de Cultura de El Periódico de Catalunya), abandonar Barcelona y dedicarse a su verdadera pasión: el rock’n’roll. Se radicó en el campo de Cartagena, lejos del ruido de las capitales, fundó su grupo, la Bantastic Fand, con quienes estuvo girando por todo el país durante más de una década y entregando varios álbumes (Strong enough to refuse, Wellcome to desert town, Somebody’s world y Under dim lights) y una joya en solitario titulada No parking tickets in the clouds.

Y el concierto homenaje, presentado por Joserra Rodrigo -quien se desplazó desde Bilbao- se planteó con el repertorio de esos álbumes de la Bantastic Fand con un Fernando Rubio como maestro de ceremonias a lo Robbie Robertson y el eterno Carlos Campoy en el papel de Richard Manuel cuando atacaba el piano o Garth Hudson cuando se iba al órgano Hammond.

Había un montón de guiños más hacia El Último Vals de The Band: si los americanos contaban con un batería que también cantaba, Paco del Cerro cantó unas cuantas sin soltar las baquetas, al modo de Levon Helm, y como los miembros de The Band, también se cambiaba de instrumento porque en algunas tocó la guitarra. De Rick Danko hizo Jacinto Marcos. Quién tocaba la mandolina en The Band no lo recuerdo, pero aquí fue Iván Estefanía. José del Cerro animaba el cotarro con las percusiones, hacía coros y levantaba a un público que también comulgó con la ceremonia. Porque esto no es rock’n’roll solamente. Esto es religión. Y el difunto Nacho Para es el santo al que venerar, el mártir a recordar. Ni esto era solo un concierto: era una celebración, una liturgia como aquella californiana de 1976.

Los invitados y la viuda

Si en The Last Waltz aparecían a cada momento estrellas invitadas como Bob Dylan, Neil Young, Van Morrison, Joni Mitchell, Ringo Starr, Eric Clapton y una larga nómina compuesta por toda la aristocracia del rock de aquellos momentos, en el Luzzy y para homenajear a Nacho Para se iban sumando amigos músicos invitados al escenario a cada canción: el pianista Ramón García; el guitarrista Fino Onoyarte (ex bajista de Los Enemigos); Isabel Márquez y Pablo Vizcaíno, coautores de varias letras con Nacho Para; y el bajista Román García, que fueron añadiendo talento y emoción mientras la noche avanzaba.

Hemos dejado un espacio especial para Paloma del Cerro, cantante y percusionista de la Bantastic Fand. Porque ella quedó viuda aquel fatídico día que la partió por la mitad, y un año después ahí estuvo bravamente al frente de su banda defendiendo el legado de su marido, Nacho Para. Con una dignidad y entereza admirables, sin momentos lacrimógenos, con fuerza, con sonrisas y con solvencia. A Nacho le habría gustado verla así. Y el público la llevó en volandas todo el rato. Cuántas emociones y qué bien llevadas, qué gusto dio verla, qué gusto tuvo también la gente haciéndole todo eso. Fuerza para Paloma.

La apoteosis final

Un concierto que no tuvo altibajos y que fue in crescendo de principio a fin acabó como tenía que acabar: al igual que en The Last Waltz, el momento cumbre y definitivo fue cuando grupo y músicos invitados interpretaron juntos en el escenario el I shall be released de Bob Dylan a modo de plegaria comunitaria. Esto fue ya la catarsis, con todo el público cantando en comunión el himno dylaniano, con un nivel de intensidad emocional que este cronista ocasional curtido en mil conciertos ha visto pocas veces. Todos vimos venir la luz brillando desde el oeste hasta el este repetidas veces y seguimos soñando con que algún día seremos liberados. Una felicidad plena que no queríamos ninguno que se acabara.

Un concierto esdrújulo

Fue un concierto esdrújulo, porque la Bantastic Fand construyó para homenajear al caído un ambiente mágico y épico. Y para describir bien lo que pudimos disfrutar la otra noche, le caben, sin exagerar, todos los otros tópicos hiperbólicos con acento en la antepenúltima sílaba, porque además fue mítico, litúrgico, icónico, mayúsculo, cómico, espléndido, nostálgico, clásico, magnífico, catártico y único. Quiero pensar que al homenajeado, quien sin duda escribía mejor que yo, le habría gustado esta colección de palabras esdrújulas que quieren, torpemente, resumir la pasión con la que vivimos todos esa (sí) fantástica noche de rock’n’roll con la Bantastic Fand en el Luzzy de Cartagena en honor al añorado Nacho Para.