Cuando pensábamos que estábamos definitivamente narcotizados, de repente, volvimos a la vida. Sin elecciones, ni campañas, ni mensajes prefabricados y sí con mucha organización de base. Hay quien creía que, efectivamente, el fracaso de las fuerzas políticas de cambio en las urnas suponía el fracaso de las nociones políticas transformadoras en la sociedad; se equivocaban. La gente parece caminar muy por delante del sistema institucional permitiéndonos, por suerte, averiguar que lo “político” no tiene nada que ver con lo “partidista” y que el primer término se refiere a la acción colectiva social en marcha, por mucho que la poca altura de miras tradicional nos impida entender que se puede hacer política sin más afiliación que el de ciudadana con derechos plenos.
En este final de invierno ganamos la política para colectivos asimilados y lo hicimos incluso en la Región de Murcia, con protagonismos excepcionales, resignificando a la Catedral, nuevo símbolo de encuentro. Ni los típicos liberados sindicales ni la habitual minoría universitaria, el 2018 nos ha regalado liderazgos extraordinariamente anónimos, cargados de empoderamiento.
La lucha parece estar cambiando para siempre de método, transitando hacia una pluralidad que más que atomizar el sentido común sobre lo que no debería ser permiten fijar un gran punto nodal. Nos enfrentamos a movimientos mayoritarios y con voluntad de victoria, constructores de hegemonía que dejan sin posibilidad de oposición alguna a los más reaccionarios. ¿Qué hay más potente que construir el nuevo sentido común social? Y queda demostrado, al mismo tiempo, que los argumentarios de partido son incapaces de filtrarse en los cafés diarios como lo hacen las personas comunes defendiendo ideas radicales y amables por igual.
Deberíamos con este nuevo mapa de los sonidos del pueblo hacer un ejercicio de delegación política renovando los liderazgos del discurso social para, tal vez así, lograr un cambio mucho más profundo que la más abultada de las mayorías absolutas nunca imaginada por nosotros, siempre acostumbrados a perder.
Desde el capital simbólico acumulado tras haber ganado sin urnas el consenso, tan solo nos queda garantizar que se abra una etapa civilizatoria institucional fundada sobre la gesta patriótica del 8M y el ejemplo popular de los jubilados, cumpliendo así el mandato histórico fijado en la voluntad de declararnos independientes de todo lo que nos ha oprimido durante siglos –pasando especialmente esto último por enterrar a un sistema patriarcal que embrutece y ridiculiza a los hombres–.
Los sistemas políticos del futuro tendrán como actores principales a unidades muy diferentes a las estructuras de partido, sin suponer esta desconcentración de la representatividad una devaluación de las instituciones sino más bien una eliminación de la brecha entre sociedad y Estado. En el futuro todas las personas harán política y solo entonces habremos podido cerrar la etapa de aprendizaje para disfrutar de un final de la historia, al no haber un horizonte mayor de emancipación.
