Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
El botijo, un icono de postmodernidad estival
Poco a poco se van acabando las vacaciones y entramos en el período, para mí, más insufrible del año: El relato post-vacacional. El momento en el que tu entorno social te bombardea con sus vacaciones que siempre son geniales y con buen tiempo. Al margen de que les hayan caído chuzos de punta o que hayan discutido constantemente con su pareja. Sin entrar en las opciones personales que cada uno elige a la hora de vacar reivindico las vacaciones postmodernas.
La postmodernidad es algo de lo que se habló mucho a finales del siglo pasado y nadie supo explicar qué era. Quizás por su propia naturaleza herética y dispersa. Más que un pensamiento o una corriente cultural, la posmodernidad es una actitud que cuestiona la hegemonía cultural y los estilos de vida que produce. Mantiene una actitud estética distante frente a las modas. Se refugia en los márgenes, no en la norma. Es decir, va a contracorriente del pensamiento único y de su aparato publicitario.
Cuestiona las verdades absolutas reivindicando la diversidad y la relatividad de la misma. Surgió como una respuesta displicente a la modernidad que todo lo comprendía y abarcaba de manera eficaz. En ese contexto, dado que las vacaciones suponen una interrupción de lo cotidiano, no sólo en tu trabajo sino también en tus hábitos cotidianos por qué no reivindicar unas vacaciones posmodernas. Unas vacaciones capaces de evadirte de tu mundo. De la cultura de consumo dominante, de la realidad virtual que nos envuelve, de la necesidad de representar un rol.
Reconozco que es muy difícil lograr este tipo de vacaciones. Se trata de encontrar un no logo, una zona temporalmente autónoma que diría Brey. Un espacio donde la cotidianeidad inveterada, anclada, se anteponga a los tiempos de actualidad. Donde libertad de la vida cotidiana prevalezca a la libertad como espectáculo.
Cierto es que hay pocos espacios para ello; por no decir ninguno. Además, los que existan mejor no divulgarlos porque dejarán de serlo. Así, el otrora auténtico y genuino Mercado de la Boquería de Barcelona se ha convertido en un ‘take-away’ para turistas. Ante esta escasez de espacios, mejor escoger el mal menor y escabullirse entre las grietas. Y en esas grietas, las zonas rurales pueden representan una cierta posmodernidad. Cierto es que las zonas rurales están contaminadas por la hegemonía cultural; de hecho, también en los pueblos se pueden cazar Pokémon. Pero todavía podemos encontrarnos residuos sociales, atavismos, de lo que fueron.
En las zonas rurales todavía hay espacios donde la cotidianeidad comunitaria se antepone a los nuevos tiempos. Donde el tiempo no pasa de la misma forma; sólo la campana de la parroquia nos advierte de su existencia. Todavía podemos encontrar comunidades locales donde salir por la noche a tertuliar bajo el argumento de salir a tomar la fresca. Donde puedes entablar comunicación de forma directa y personal. Todos son conocidos y tienen una biografía; al contrario de las ciudades que son los espacios comunes de los que no tiene nada en común. En definitiva, todavía el sentimiento y el sentido social de lo comunitario prevalecen a otros órdenes sociales.
En resumen, apuesto por las vacaciones postmodernas que rompan temporalmente con nuestros hábitos sociales y de consumo. Y como toda idea debe tener un icono. El de la postmodernidad vacacional debiera ser el botijo. Alta tecnología de cómo un recipiente de arcilla puede enfriar, mediante exudación, el agua que nos refresca.
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