Una mañana con la comparsa de gigantes y cabezudos de Pamplona: 165 años de historia y pasión popular
A las 9:25 de la mañana, mientras las calles de Pamplona se recuperan de otra noche de San Fermín, el Palacio de Ezpeleta se convierte en el punto de encuentro para aquellos que quieren vivir una jornada más de una tradición centenaria. De sus puertas salen los majestuosos gigantes y los traviesos kilikis y cabezudos, dando paso a un nuevo día de fiesta en la capital navarra.
Ibon Laspeñas, el presidente de la comparsa, sale de la puerta del palacio antes de que lo hagan los demás, y se acerca a saludar a diferentes personas: amigos, familiares y conocidos. “Cada salida que hacemos lleva alegría a la ciudad. Todas las mañanas nos esperan con entusiasmo, y se valora mucho el ambiente festivo que inunda las calles”, comenta. De esta manera, el desfile de la comparsa se convierte en una de las imágenes más emblemáticas del imaginario colectivo de locales y visitantes.
Un desfile con más de 160 años de historia
La comparsa de gigantes y cabezudos de Pamplona tiene su origen en el siglo XIX. Según Laspeñas, la comparsa se compone de cinco cabezudos –Alcalde, Concejal, Abuela, Japonés y Japonesa–; seis kilikis –Coletas, Barbas, Napoleón, Patata, Caravinagre y Verrugas–; seis zaldikos; y ocho gigantes –dos reyes europeos, dos reyes asiáticos, dos reyes afrícanos y dos reyes americanos–. Además, hay dos personas por cabezudo, dos por kiliki, dos por zaldiko y tres por gigante. “Por delante tenemos a los cabezudos, que son la parte más institucional de la comparsa. Son los que van saludando y repartiendo un poquito de 'cariño'. Luego tenemos a los zilikis y los zaldikos, que son más juguetones, que suelen estar con los niños. Y al final, se encuentran los ocho gigantes, que son los que hacen los bailes y los homenajes a las familias”, comenta Laspeñas.
Cada mañana de San Fermín, el desfile recorre las calles del casco viejo, como si fuera un ritual. Los gigantes, de casi 4 metros de altura, se balancean al son de los txistularis, mientras que los kilikis persiguen con sus varas a niños y niñas entre risas y gritos. El día 10 de julio, en la calle San Antón, uno de los zaldikos se acerca a un niño, que se encuentra acompañado de sus abuelos. “Es bonito lo que se vive aquí, he venido desde el valle de Baztán y estoy con mi mujer y los críos disfrutando del evento”, comenta el abuelo.
Las figuras: más que simbologías
Los gigantes son estatuas en movimiento, que son cargados a hombros por los cargadores o portadores. Cada figura pesa entre 50 y 60 kilos y los portadores se turnan para mantener el ritmo alegre pero constante. “Generalmente vamos tres personas por gigante, y en algún caso, cuatro”, explica uno de sus portadores. Por otra parte, comenta que “no es lo mismo bailar en un barrio o pueblo que bailar en la ciudad”. “La verdad es que me siento muy agradecido. Llevar una tradición de ciento sesenta y pico años llena mucho”, comenta el gigantero.
Por otra parte, los cabezudos saludan a los niños desde su posición. Algunos miran aterrados, otros simplemente sonríen. Muchos se les acercan para pedirles una foto con los más pequeños. “La del cabezudo es la figura del concejal y el que más manda es el alcalde que está por ahí”, comenta Javi, uno de los cabezudos, que no para de sacarse fotos con distintas familias y allegados, entre risas.
El cabezudo comenta, además, que su función es “pasear, dar la mano a los niños y acercarse a la gente. Con los más pequeños nos comunicamos de forma más cercana”. Al final, al ver un muñeco tan grande con semejante cabeza, “los niños se asustan bastante, y debemos transmitir que somos como una figura paterna, que da confianza. Hay niños a los que les entra auténtico terror, que tiemblan, y cuando ya ven que no eres uno de los que golpean, que tienes una actitud más amistosa, se relajan, te dan la mano y sonríen”, concluye.
En cuanto a la tradición, el miembro de la comparsa comenta que “en el grupo hay historias de todo tipo, de gente joven y mayor. Este año se cumplen 165 años desde la creación de los gigantes. Los abuelos y los bisabuelos de muchos miembros de la comparsa han visto estos mismos gigantes. La historia que hay detrás es una pasada”.
Los kilikis, por otra parte, tienen un cuerpo pequeño y una gran cabeza. Su objetivo es interactuar con el público azotándolos. En las calles, el público corre detrás de ellos. Javi comenta: “Si nosotros somos la parte de la corporación, ellos son la guardia”.
Detrás de las figuras, personas comprometidas
El compromiso de los integrantes es clave para la existencia de la comparsa. Según cuenta Laspeñas, “ahora mismo la componen unas 120 personas”. “Organizamos todo nosotros: los puestos, las personas, absolutamente todo”, dice. Además, explica que la comparsa es una asociación y que hay diferentes generaciones dentro. “Yo llevo en la comparsa desde el año 2011, pero hay una persona que cumple 50 años en el grupo. Para mí es algo muy familiar. Mi padre también pertenece a la comparsa. Hay terceras o cuartas generaciones de comparseros y es algo que llevas muy adentro”, comenta el presidente.
Desde los giganteros hasta los músicos, pasando por las personas de apoyo, todos comparten la pasión por mantener una tradición heredada viva. De hecho, Javi, el año que viene, va a cumplir 20 años con el grupo. “Empecé con 16 años, cuando era un jovencito. En aquel entonces, llevaba toda la vida detrás de la comparsa. De hecho, mi abuelo nos hizo a los primos y a la familia una comparsa txiki, con los dos gigantes europeos, tres zaldikos... Por lo tanto, siempre hemos llevado la tradición”, señala.
Para el público, por otra parte, el desfile es uno de los momentos más entrañables de las fiestas. En las calles se ven familias enteras que madrugan para ver a los gigantes pasar por la calle. Además, el 10 de julio es el día infantil de San Fermín y, por lo tanto, se observan muchos niños con sus familias disfrutando del buen ambiente. Desde Alfaro (Rioja), una mujer ha venido con su hijo: “Venimos hoy porque ayer no podíamos venir. Es una maravilla ver esto hoy”. Otro hombre de mediana edad también se encuentra viendo la escena: “Soy de Pamplona y es muy emocionante ver esto, sobre todo ver a los niños tan felices”.
A pesar de los cambios que atraviesan las fiestas, la comparsa de gigantes y cabezudos de Pamplona sigue siendo una de las columnas vertebrales de San Fermín. Sus figurillas se venden en las tiendas. Lejos del bullicio de los encierros o los conciertos, su desfile ofrece un momento de ternura, de juego y de conexión intergeneracional, así como de identidad pamplonesa. “Llega un momento en el que ves la cara de los niños y la de las familias, en situaciones como cuando hacemos un baile, se acerca Caravinagre o aparece cualquier cabezudo, y eso te llena profundamente”, concluye Laspeñas.
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