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ENTREVISTA

Álvaro Bilbao, neuropsicólogo experto en educación positiva: “Todos los que somos padres perdemos los nervios”

Álvaro Bilbao.

Lucía M. Quiroga

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Quien ha sido madre o padre en los últimos años o tiene contacto con niños y niñas conoce, seguro, algunas de las ideas de Álvaro Bilbao. Sus infografías y sus listados simples de trucos para abordar conflictos familiares corren entre los grupos de Whatsapp de padres, colegios o grupos de crianza. Este doctor en Psicología y neuropsicólogo es uno de los mayores referentes en educación positiva tanto a nivel nacional como internacional. Se ha formado en el Hospital Johns Hopkins y el Kennedy Krieger Institute, en Estados Unidos, ha colaborado con la Organización Mundial de la Salud y sus investigaciones le han valido diversos premios en el ámbito de la psicología y la neurociencia.

Su tesis principal es que unos conocimientos básicos sobre el cerebro infantil pueden ayudar mucho a los adultos en su relación diaria, tanto en la educación como en la convivencia. Partiendo de esa idea, la aplica a diferentes ámbitos, como la educación respetuosa, el sueño infantil o la comunicación con bebés. Su libro El cerebro del niño explicado a los padres (2015) es uno de los básicos en educación: lleva ya 34 ediciones y ha sido traducido a 24 idiomas. También ha publicado Cuida tu cerebro (2013), Todos a la cama (2017) y acaba de lanzar ¡Hola, familia! El primer diccionario bebé-mamá, bebé-papá (2023), todos ellos con Plataforma Editorial. 

El elemento común de todo su trabajo parte de la idea de que tenemos que conocer mejor el cerebro de niños y niñas para saber cómo actuar con ellos. ¿Hay todavía mucho desconocimiento en este ámbito?

Mucho, sí. Los padres tienden a ver a los niños como equivalentes a ellos, en el sentido de que como hablan son capaces de razonar, pero si miramos el cerebro de un niño de dos años, sabremos que hay cosas que no puede hacer. También hay ideas que heredamos de nuestros propios padres, como que los niños se pueden acostar solos o que son capaces de gestionar sus rabietas. Y la verdad es que no, no son capaces de hacer ciertas cosas y las tienen que ir aprendiendo poco a poco con nuestra ayuda.

Otra derivada de esa idea pasa por ajustar expectativas, saber qué podemos esperar en cada etapa. ¿Es esto quizás lo más difícil en la crianza?

A los padres y madres les cuesta mucho tener en cuenta el momento evolutivo del niño. Los primeros meses, el bebé va a tener muchos despertares nocturnos, y más adelante también. Con dos años, las rabietas son normales, e irán pasando. En algunos momentos, a los niños pequeños les va a costar negociar con un niño que quieren el mismo juguete porque no pueden hablar. Y entonces es normal que peguen, muerdan o tiren del pelo. Tendemos a pensar que la otra persona piensa de la misma manera que nosotros, y en relaciones de adultos con niños también: creemos que pueden razonar como nosotros. Eso nos lleva al “adultocentrismo”, un término que no me gusta mucho pero que supone una barrera. Y otro de los problemas es que aplicamos el modelo que hemos aprendido cuando éramos pequeños. 

A partir de ese conocimiento, el modelo que propone se basa en la educación positiva. ¿En qué consiste?

Yo utilizo el término educación positiva, y no otros, porque es lo que más se ajusta a mi trabajo. En esto hay pequeñas variaciones entre términos, desde la crianza con apego, a la disciplina positiva, pasando por la crianza consciente. Al final son todos modelos pedagógicos que trabajan en que los padres sean conscientes de sus propias emociones, de las necesidades del niño y sean capaces de utilizar herramientas firmes pero amables. Se trata de abordar el sistema familiar en conjunto para que funcione. Es tan importante ayudar al niño al que su padre le está gritando como ayudar a ese padre que grita a su hijo y está construyendo una relación de la que no puede sentirse orgulloso.  

Algunas madres y padres que siguen este modelo son conscientes de la parte positiva, de tratar a los niños con respeto, pero fallan más a la hora de poner límites. ¿Por qué es tan importante combinar ambas cosas, el cariño y la firmeza?

A veces los padres, sobre todo cuando empiezan en esto, y también algunos formadores que no tienen una formación adecuada, tienden a centrarse en la parte positiva, la de criar con cariño. Pero es importante combinar eso con la firmeza en las normas o límites. El cerebro es un órgano muy complejo, y si tú trabajas mucho en el cariño, construyes una base emocional muy sólida, pero estás desatendiendo otra parte importante del niño, que tiene que ver con el autocontrol, las normas sociales y la regulación emocional. Por eso a veces decimos que la falta de límites podría considerarse una forma de maltrato. La educación tradicional en ocasiones podía ser poco respetuosa, o podía faltarle cariño, lo cual podría desencadenar problemas de apego. Pero la falta de límites también puede traer problemas graves a los niños, como ansiedad o faltas de comportamiento muy graves. 

¿Es más peligrosa la ausencia de normas que el exceso de autoridad?

Lo que es importante es combinar el cariño y la firmeza, pero que haya normas y límites muy claros. Cada vez vemos a más familias que no ponen límites, y que además lo defienden porque creen que poner normas a un niño puede ser perjudicial para él. Y esto es peligroso. Mucha gente me ve como referente en educación positiva, pero en realidad la base de mi trabajo está en los límites, para mí son esenciales. Cuando a mis hijos les preguntan cómo es vivir en casa conmigo siempre contestan que soy mucho más estricto que el resto de padres y madres. 

¿Y qué ocurre si nos vamos al otro lado, si en un momento de tensión caemos en estrategias punitivas como los gritos, las amenazas, el castigo o incluso las agresiones físicas?

Lo primero que les diría a los padres y madres a los que les pasa eso es que estén tranquilos, porque todos los que somos padres en algún momento perdemos los nervios. Educar niños implica agotamiento, deprivación del sueño, estresores como llantos, gritos o peleas que producen una cantidad de cortisol desorbitada en el cerebro. Esto ocurre de manera sostenida en el tiempo: 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año. Así que es normal que haya momentos donde no podamos regularnos.

Si a un niño su padre le grita y después de gritarle le dice “Te lo mereces”, ese niño puede desarrollar un trauma. Pero si le pide perdón y le da una explicación de lo que ha pasado, esa reparación ayuda al niño a regular esas emociones

Lo que yo creo que hay que hacer es, en primer lugar, ser consciente del impacto que esto tiene en nuestros hijos. Y en segundo lugar, reparar el daño, pidiendo perdón y explicando que lo que he hecho no está bien. El trauma no se genera por lo que le ocurre al niño, sino por lo que ocurre dentro del cerebro del niño cuando pasa algo negativo. Si a un niño su padre le grita y después de gritarle le dice “Te lo mereces”, ese niño puede desarrollar un trauma, sentir que de verdad se lo merece. Mientras que si ese mismo padre, gritando de la misma manera, a continuación pide perdón y da una explicación de lo que ha pasado, no aparece trauma, porque esa reparación le ayuda al niño a regular e interiorizar mejor esas emociones. 

Una de las críticas a este modelo de educación suele venir del entorno cercano, de la familia extensa por ejemplo, con comentarios como que “un cachete a tiempo viene bien a un niño” o “tú te llevaste alguna que otra bofetada y has salido bien”. ¿Es duro criar en positivo cuando ni siquiera el entorno te apoya?

Entiendo que muchas veces los padres y madres se pueden sentir en una pelea entre lo que vieron en su casa y cómo quieren educar a sus hijos. El cerebro humano bien desarrollado es puro equilibrio. A mí me gusta poner en valor a los abuelos, porque todo ese tipo de frases que dicen, aunque los ejemplos que usan no sean adecuados, tienen una base muy importante.

La idea de “una bofetada a tiempo viene bien”, por ejemplo, se refiere a la necesidad de poner un límite a tiempo, aunque hoy sepamos que la bofetada no puede poner el límite. O la frase de “no le cojas en brazos, que se acostumbra”, viene a decir que el niño necesita autonomía, que no puede estar sobreprotegido siempre. A día de hoy los estudios demuestran que cuando los niños son más pequeños necesitan brazos para ser después más autónomos, pero hay que entender que los abuelos y abuelas vivieron otro contexto y utilizaron otras herramientas. 

Otra de las características de su trabajo pasa por una difusión muy clara, con listados de consejos sencillos o infografías básicas, que ayudan a recordar los tips en momentos de tensión. ¿Es importante que recordemos esas ideas cuando nuestro propio cerebro adulto está colapsando en un conflicto?

No sé hasta qué punto sirven estos trucos en píldoras, depende un poco de los trucos en concreto, pero yo siempre trato de cuidar mis posts en redes sociales porque el objetivo es que los padres y madres entiendan mejor a sus hijos. Trato de difundir una cierta culturilla de la infancia que sirve mucho a algunas personas. Intento que los adultos nos pongamos en los ojos y en la piel de los niños, que los padres desarrollen interés y vean como algo positivo saber un poquito de psicología infantil. Para mí es importante cuidar los contenidos, que los post sean chulos, para llamar la atención sobre estos temas. Porque es importantísimo formarse y conocer las etapas del desarrollo infantil. 

Algunos de esos consejos básicos vienen incluso con reglas mnemotécnicas para madres y padres, para que sean capaces de hacer ‘click’ en los momentos de tensión. ¿Podría explicarnos alguno de esos trucos básicos?

Una de las reglas más básicas es la de la conexión. Cuando tu hijo vaya a ti llorando, frustrado, enfadado, le puedes hacer esta pregunta con tres opciones: “¿Qué quieres, un consejo, que solucione tu problema o que te escuche?”. El 95% de las veces los niños responderán: “Que me escuches”. Que el niño se sienta escuchado, comprendido y poner palabras a sus emociones a veces puede ser suficiente para que se calme. 

Su último libro publicado es un diccionario ilustrado “bebé-mamá, bebé-papá”, en el que explica conceptos básicos como el apego, el desarrollo o el vínculo. ¿Hace falta algo así para todas las etapas de la crianza?

La verdad es que a los padres les ayuda mucho entender las cosas. El simple hecho de entender lo que ocurre en el cerebro del niño ya nos da un poder muy grande para colocarnos en un sitio distinto y poder ayudar con herramientas distintas. Esa es una parte muy importante de mi trabajo: que los padres comprendan qué le está pasando al niño para poder ayudarle. Por ejemplo, ahora que viene la Navidad, podría pasar que un niño se sienta decepcionado con el regalo que recibe, y entonces no sea capaz de dar las gracias. Si como adultos nos decepcionamos con esa respuesta, no sabemos regularlo y nos enfadamos, exigiéndoles que sean agradecidos, entonces les estamos pidiendo algo que ni nosotros mismos conseguimos. Lo que habría que aprender es que ese niño primero tiene que regular su decepción para poder sacar el agradecimiento.

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