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Angustia, cansancio y desconcierto: la crianza de adolescentes abruma a las familias

Una chica consulta su teléfono móvil. EFE/ J.M. García

Lucía M. Quiroga

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La casa de Abel se ha convertido, en sus propias palabras, en “un caos”. Su mujer, Miriam, asiente de fondo: también a ella se le está “haciendo bola”. Ambos son padres de dos adolescentes. Si ya la mayor dio guerra, es el pequeño ahora mismo el que se les está complicando. “Es que es todo, no sabemos ya ni por dónde cogerlo. Primero fueron los videojuegos, se encerraba todo el día en su habitación jugando y compartiéndolo en redes sociales. Ahora estamos con un inicio de trastorno de la conducta alimentaria y problemas de salud mental, sobre todo ansiedad, que ha derivado ya en autolesiones. Son demasiadas cosas nuevas, a las que además no estamos acostumbrados”, explican. 

La angustia y el desconcierto se han instalado en su familia, ya que después de una infancia “relativamente fácil” se han dado de bruces con una adolescencia para la que reconocen no tener herramientas. En el lado bueno, ambos valoran poder disfrutar de cosas que antes no se planteaban, como ver películas con sus hijos o charlar de temas más “profundos”: “Nos gusta comentar con ellos temas de actualidad, por ejemplo, y en eso da gusto ver que ya tienen un criterio propio”, cuentan. 

Los problemas de salud mental entre adolescentes han aumentado en los últimos años. Diferentes organismos nacionales e internacionales, como la Asociación Española de Pediatría o la Organización Mundial de la Salud, llevan años alertando de un aumento significativo de niños y adolescentes con depresión, ansiedad o conductas autolesivas, con un claro punto de inflexión a raíz de la pandemia. Además, viven en un contexto lleno de estímulos cambiantes y potencialmente perjudiciales, como el acceso a la pornografía, en cuyo consumo se inician cada vez más pequeños, el juicio permanente en torno a la propia imagen, tan relacionado con unos trastornos de la conducta alimentaria que aparecen cada vez a edades más tempranas, o los bulos y discursos negacionistas sobre violencia machista, que proliferan en redes sociales.

La psicóloga clínica Violeta Alcocer reconoce que cada vez llegan a su consulta más padres y madres preocupados por la crianza durante la adolescencia. “Lo que vemos cada vez más en la consulta es la preocupación de nuestras pacientes por la salud mental de sus hijas e hijos adolescentes. Lo que las familias identifican como problema son los signos más visibles de ese sufrimiento: consumos, agresividad y conductas desafiantes, autolesiones, aislamiento o trastornos de alimentación. Pero la preocupación por cuestiones como el porno, la violencia machista, el ideal de belleza o las redes sociales no suelen verbalizarse en la consulta, ya que las familias ponen el foco en la parte más visible del problema, que es lo que impacta en el sistema familiar de forma importante y lo que se sienten más capaces de abordar”, explica Alcocer.  

Para ella, es “injusto” que toda esa responsabilidad recaiga solamente sobre las familias. “Son violencias que no se generan dentro de casa, sino que vienen de fuera, de la sociedad. Hablamos de acceso ilimitado a pornografía, de violencia machista y acoso escolar, de un ideal de belleza que nos bombardea desde todos los medios de comunicación y de unas redes sociales cuyo diseño es adictivo y perverso. ¿Y de verdad esperamos que las madres y padres tengan toda la responsabilidad de gestionar estas situaciones y estímulos sin ningún tipo de esfuerzo por parte de las instituciones y agentes sociales responsables de garantizar la seguridad de nuestras hijas e hijos? Es como pedirles a las familias que se pongan delante de un tren en marcha. Les pasa por encima”, asegura.

Hiperexigencia

Esa hiperexigencia es una sensación que Raquel, madre de dos adolescentes, conoce bien. Así lo verbaliza ella: “Criar ahora a hijos es mucho más difícil que antes por todas las amenazas que les rodean. Y además hay una exigencia brutal a los padres, pero sobre todo a las madres, por parte de una sociedad que luego no ayuda nada en la crianza. Todo el sistema que tenemos es contrario a la crianza, la vida no está hecha para eso: jornadas laborales interminables, trabajos lejos de los coles.... Y es que yo, después de trabajar mil horas, tengo que llegar a casa y hablar de temas importantes con mis hijos adolescentes. Esto da lugar a padres y madres exhaustos”, reconoce.

“Es como intentar correr detrás de ellas, pero mientras las chicas de ahora llevan las mejores deportivas del mercado, tú como madre vas en zapatillas de casa”. Este ejemplo lo aporta Teresa, madre de una adolescente de 14 y una niña de 10. “Yo soy una madre muy cagada, me informo, veo lo que pasa, hablo con otras familias. Con respecto a la mayor, que ya es adolescente, soy consciente de que no puedo encerrarla en casa, así que le doy libertad pero la sigo de cerca. Mis 14 años no eran los de ahora, entonces siento que no la alcanzo, veo que se me escapa. Como corre mucho más que yo, no trato de alcanzarla, le doy libertad, pero estoy siempre cerca y ella lo sabe”, asegura Teresa. Una de las claves, para ella, es la confianza en sus hijas. “El tiempo dirá si me equivoco o no dándoles esa confianza, pero es así como las he educado siempre”, asegura.

¿Qué es lo que más ha cambiado? 

“Muchas cosas han cambiado, como es natural, respecto a hace unos años”, explica la psicóloga Violeta Alcocer, que pone el foco en las redes sociales: “Quizá haya sido el cambio más radical y profundo, porque su uso ha cambiado no solo lo que ocurre dentro de la nube, sino fuera de ella. Las redes sociales y los teléfonos inteligentes son como una lupa inmensa que multiplica por diez o veinte cualquier situación problemática preexistente, como el acoso escolar o una visión totalmente sesgada de la belleza y la felicidad”, asegura la experta.

Uno de los puntos delicados y que también han cambiado más está en el ámbito afectivo y sexual. Conscientes de esta realidad, en la casa de Rafael y Laura empezaron a hablar muy pronto de temas como el autoconocimiento, el placer o el consentimiento. “Al principio nuestro entorno se extrañaba mucho de que la niña dijese ‘vulva’ o hablase abiertamente de su propio cuerpo, pero ahora que es adolescente agradecemos haber empezado pronto con ese trabajo”, explica la madre.

Una de las cosas que más le preocupa es la hipersexualización a la que están expuestas las adolescentes de hoy: “Me agobio con las posibles miradas lascivas de adultos, pero también con las prácticas que sus propios compañeros tienen normalizadas a través del porno. Pero confío en que siempre hemos tenido confianza con ella y espero que, si tiene algún problema, nos lo pueda contar. Desde luego que esto supone un cambio grandísimo con respecto a nuestra generación, donde lo máximo que recibíamos de educación sexual, en el mejor de los casos, eran los métodos anticonceptivos y cómo ponerse un preservativo para evitar enfermedades”, explica Laura. Y concluye con una idea: “Es cierto que ahora están expuestos a más riesgos, pero afortunadamente también tienen más herramientas”, asegura.

Sonia Encinas es sexóloga y autora de la obra Sexo afectivo (Montena, 2023), donde aborda este tipo de temas desde la infancia hasta el final de la vida. Para ella, es esencial ofrecer educación sexual “abandonando los discursos de alarma, culpa y miedo”. “Hemos pasado de dar una educación sexual basada en la prevención de infecciones de transmisión sexual y de embarazos no deseados a de repente poner toda la alarma en la prevención del uso del porno, y en ambos casos esa educación parte de la angustia o del miedo por lo que les pueda pasar a los adolescentes”, analiza.

Encinas propone empezar muy pronto con la educación afectivo-sexual, “desde el nacimiento”: “Si lo hemos evitado durante toda la vida por nuestros propios miedos, y queremos empezar a abordarlo llegada la adolescencia, cuando aparecen los primeros problemas, ahí ya es muy tarde, porque nuestra capacidad de influencia sobre esos adolescentes es mucho más limitada. Mientras que si lo abordamos desde el principio con un enfoque positivo, desde la diversidad, el placer, los cuidados y la responsabilidad, estaremos poniendo una buena tierra nutrida y fértil para poder sembrar ahí muchísimas ideas de educación sexual”, asegura.

Esa “tierra fértil” de la que habla Encinas es en la que confían madres como Teresa o Raquel, que empezaron a trabajar muy pronto con sus hijas y son conscientes de que la adolescencia es una de las etapas en las que más referentes y atención necesitan. Abel y Miriam, que reconocen sentirse desbordados en esta etapa, también ven aspectos positivos más allá de compartir ratos con sus hijos: “Por ejemplo, son una nueva generación que cada vez tiene menos estigmatizados los temas de salud mental: hablan abiertamente entre ellos, no les da vergüenza contar que van al psicólogo o que han tenido un cuadro de ansiedad, y eso es un primer paso muy importante”, explican.

La psicóloga clínica Violeta Alcocer denuncia que las medidas individuales que recaen solamente sobre los padres son “insuficientes”, y descarta que toda la responsabilidad sea de las familias. “Llevamos años proponiendo herramientas: limitar el uso de dispositivos, hablar con nuestras hijas e hijos sobre violencia machista, llevar un estilo de vida saludable y ocuparnos de tener una relación con la comida adecuada o explicarles que la pornografía no refleja la realidad de la vida sexual. Pero lo más útil que pueden hacer las familias es exigir medidas a los partidos políticos: inversión en salud mental de niños y adolescentes y compromiso de las instituciones y centros educativos para estudiar con seriedad y profundidad el problema”, concluye.

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