Laura Baena: “Solo se habla de conciliación hacia los hijos y no es así. Tenemos derecho a priorizarnos”
Corría el año 2014 cuando Laura Baena se dio cuenta de que su reciente maternidad y su carrera profesional en una agencia de publicidad no eran compatibles. Cuando abrió los ojos ante lo que ella misma llama “la gran farsa de la conciliación”, Baena decidió, en contra de su voluntad, renunciar al trabajo. Se desahogó en redes sociales y cientos de mujeres empezaron a contestar, identificándose con ella. De aquella situación nació el Club de las Malasmadres, una comunidad fundada ese mismo año y que a día de hoy reúne a cientos de miles de mujeres para desmitificar el rol de la madre perfecta. Y de su propia experiencia alrededor de la maternidad surgió también el libro Yo no renuncio. Mi historia de no conciliación (Lunwerg, 2022), donde vuelca parte de su historia personal para reivindicar la necesidad de poner en marcha medidas de conciliación real.
Yo no renuncio parte de su propia historia y busca generar una identificación con las malas madres que la lean. ¿Por qué cree que es importante narrar en primera persona?
Sí, y así es como lo he hecho siempre desde que nació el Club de Malasmadres. Desde el principio quería compartir mi propia experiencia, lo que yo sentí cuando tuve que renunciar a mi trabajo tras ser madre por primera vez. El libro pretende concienciar en torno a la conciliación, la corresponsabilidad, el cambio real que necesitamos las mujeres. Y es importante que sea en primera persona porque eso es lo que me ha llevado hasta aquí, desde que me desahogué por primera vez en redes sociales hasta nuestra lucha actual por la conciliación. Una historia personal siempre engancha más, y además para mí ha sido como una catarsis, como un viaje emocional o una terapia. Porque sentía la necesidad de escribir mi propia historia para dejarla atrás, liberarme y empezar a vivirla de otra manera. Quiero que mi historia empiece a generar un movimiento de otras historias de mujeres, por eso incluí al final unas páginas para escribir la historia de las lectoras y ya he empezado a recibir correos con otras historias.
Llama la atención que el libro combina escenas personales, reflexiones políticas, datos sociológicos e incluso artículos de la socióloga Maite Egoscozabal (autora del prólogo también). ¿Es un poco así la maternidad, inconexa, a veces contradictoria?
Efectivamente, la maternidad es así y además yo también lo soy. Esta forma de contar las cosas refleja perfectamente cómo soy yo siempre. Cuando estaba escribiéndolo, a veces les decía a los editores que me parecía que las lectoras se podían perder con tanto salto, con tanto movimiento entre pasado y presente, mezclando anécdotas, datos, informes… Pero eso es realmente lo que engancha, yo creo, porque es el día a día de la maternidad: mezclamos vida personal y profesional, hacemos malabares, saltamos de una cosa a otra sin parar. Esto me lleva a otra reflexión que va más allá, y es que vivimos en una sociedad donde lo más importante es producir sin parar, donde todo pasa de manera inmediata, una rueda que gira tan rápido que la maternidad y los cuidados no tienen lugar. Nos han engañado con el modelo laboral, nos han dicho que tenemos que ser una superwoman que llegue a todo. Pero es que con este modelo, ¿quién va a cuidar?
Acuñó el término malas madres y habla de otros términos que suelen atravesar la experiencia maternal y que a veces son contradictorios, como la culpa, el amor, la renuncia, el cansancio o la felicidad. ¿Cree que es importante poner nombre a esas dualidades?
A lo largo de todos estos años de trabajo en Malasmadres nos hemos dado cuenta de que todas las mujeres con las que hablamos coinciden en esas contradicciones. Por ejemplo, hicimos un vídeo precioso por el Día de la Madre en el que pedíamos a nuestra comunidad que definiese la maternidad con una sola palabra. Las que más salieron fueron: amor, culpa, frustración, devoción, agotamiento, entrega, transformación, dolor, sentido, intensidad… El resultado fue digno de análisis sociológico, ya que reflejaba la constante dualidad entre lo que la maternidad nos da y lo que nos quita. La incoherencia y la contradicción de la maternidad son totalmente reales. A mí me ha pasado y ya no me siento mal por sentirme así: me acompaño, me entiendo y entiendo que es lo normal. También hace poco hicimos un proyecto parecido sobre posparto y fue muy impactante, porque casi todas las palabras que salieron eran negativas. Y ahí es donde está la contradicción entre las expectativas y la realidad. Nos han vendido que la maternidad es amor absoluto, lo más maravilloso de nuestras vidas, la felicidad plena. Pero eso no siempre es así, o no solo. El mundo tiene mucho que cambiar para que podamos vivir la maternidad de una manera plena.
Denuncia que la conciliación real no existe en España, que tenemos una cultura empresarial machista y presencialista que impide compaginar vida profesional y personal. ¿Cuáles serían las medidas esenciales para alcanzar realmente la igualdad y la conciliación?
Es que la clave es verlo como un cambio de modelo completo, no como medidas únicas o aisladas. Necesitamos un cambio de modelo social y laboral, y eso no solo se cambia con campañas o con desahogos, sino que hay que pasar a la acción. Las instituciones y las empresas deben entender que tenemos un sistema laboral obsoleto y que hay que cambiarlo por completo. Necesitamos un Plan Nacional de Conciliación que ponga de verdad los cuidados en el centro. Debe ser transversal e implicar a todos los ministerios: Trabajo, Asuntos Sociales, Economía, Igualdad y Educación. Y no es suficiente con la Mesa de los Cuidados. Porque, ¿de qué sirven los permisos iguales e intransferibles o la reducción de jornada? Son medidas concretas que están bien, pero son parches. La realidad es que las madres seguimos renunciando a nuestros trabajos, es sobre nosotras sobre quienes sigue recayendo todo el cuidado.
Entonces, ¿la conciliación y la igualdad son asuntos de mujeres y madres o deben implicar a toda la sociedad?
Ha llegado el momento de cambiar de mentalidad y de que toda la sociedad, también los hombres, se impliquen en la igualdad. Porque igualdad no es tener un trabajo y cargar con todo lo demás. Igualdad es tener un trabajo digno, compartir el cuidado y avanzar desde el mismo lugar. Mientras no haya ese cambio de paradigma, asociaciones como Malasmadres seguimos haciendo incidencia política, concienciando sobre el tema, organizando talleres en empresas y ofreciendo ayuda directa, como el teléfono amarillo de la conciliación o un servicio de atención psicológica. Pero no es suficiente, hay que ir mucho más allá. Y por supuesto esto tiene que implicar a los hombres, porque eso es lo que va a cambiar el modelo laboral y generar un cambio real.
¿Y cómo les interpelamos e involucramos a ellos?
A veces los hombres no saben cómo actuar, sienten que les estamos interpelando y regañando todo el tiempo. Tenemos que hacer equipo, tienen que implicarse en el cuidado, en la corresponsabilidad. Por eso digo que las medidas aisladas no sirven por sí mismas. Un ejemplo son los permisos iguales e intransferibles por nacimiento, cuando los permisos de maternidad llevan congelados hace 30 años. Porque la corresponsabilidad no es cuidar 16 semanas cuando nace un bebé. A un hijo hay que cuidarlo siempre, diría que hasta los veinte años. Y la realidad es que muy pocos hombres se ausentan del trabajo para cuidar a un hijo enfermo. Además, nosotras seguimos haciendo las tareas domésticas más “feas”, las que tienen menos reconocimiento, y llevando la carga mental de las tareas. Ellos hacen las tareas más visibles y reconocidas, si es que las hacen.
¿Fue la pandemia una ocasión perdida para poner en marcha medidas de conciliación real?
En estos dos años hemos estado pidiendo medidas urgentes que nunca se pusieron en marcha. Fue una situación extrema que no provocó una solución rápida ni medidas efectivas. Y entonces yo me pregunto qué tiene que pasar para que la sociedad sea consciente de que esto es prioritario. Durante la pandemia, las familias hemos cargado con todo y en concreto las mujeres hemos cuidado y renunciado. Y claro, el Gobierno ha tirado para adelante porque nosotras nos apañábamos como podíamos.
Algunas de las claves que apunta para conseguir un cierto equilibrio son el autocuidado y la salud mental de las madres. ¿Por qué cree que son tan importantes?
Tenemos que cuidar la salud mental de las madres y las mujeres, no hay duda. Y es que además la ansiedad, la salud mental o la carga que soportamos parecen asuntos privados e individuales pero no lo son. Hay que abrir las puertas de casa, romper el silencio, porque esto es un asunto público y político. Y tenemos que cuidarnos, no solo porque si no nos cuidamos no podemos cuidar bien, sino por nosotras mismas. La M de madre no debe aplastar a la M de mujer. Parece que solo se habla de conciliación en lo que tiene que ver con los hijos y no es así. Tenemos derecho a tener una vida propia, a prioirizarnos, a hacer deporte o salir con nuestras amigas. Porque siempre somos nosotras las que renunciamos a nuestro tiempo de ocio, ellos nunca lo hacen.
¿Puede ayudar esto además a romper con los roles establecidos?
Así es, y es nuestra responsabilidad hacerlo como generación. Tenemos que enseñar a nuestras hijas con el ejemplo para no arrastrar el modelo de la buena madre que nos ha traído hasta aquí. A mí al principio me pasaba: cuando tenía que trabajar muchas horas y estar fuera de casa me sentía culpable. Llegué a pedir perdón a mis hijas por estar ausente e incluso a mentirles cuando salía con unas amigas. Pero llegó un momento en que me pregunté: ¿qué ejemplo le doy a mis hijas con esto? Y entonces tomé las riendas de mi vida para enfocarla de otra manera. Ahora les explico que estoy trabajando, que disfruto de ello y que a veces me apetece salir con mis amigas porque me gusta o porque lo necesito.
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