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¿Qué pasa si le damos a nuestro bebé un muslo de pollo? Así funciona el 'Baby-Led Weaning' o alimentación autorregulada

Niña comiendo verdura

Lucía M. Quiroga

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Un bebé de pocos meses agarra con su manita un trozo de pollo, lo toca, lo deshace, lo chupetea y se lo mete en la boca. Mastica como puede sin tener dientes, lo deshace con el paladar y termina comiéndoselo. Solo, sin ayuda y sin atragantarse. En ocasiones, las personas adultas del entorno reaccionan incrédulas o con miedo: ¿Cómo va a comerse eso si es tan pequeño?

El Baby-Led Weaning o alimentación autorregulada es una alternativa de alimentación complementaria para bebés que consiste en darles desde muy pronto trozos de comida real adaptados a sus capacidades. Una vez transcurridos los seis meses de lactancia exclusiva, ya sea materna o artificial, se le introducen trozos de comida que puedan gestionar fácilmente: plátano, calabaza, pan... Manteniendo, eso sí, la leche como alimento principal durante el primer año de vida. Puede hacerse en sustitución de la etapa intermedia de papillas o triturados, o bien al mismo tiempo, de manera mixta: combinando papillas con trozos de comida.

“En realidad no es nada nuevo, es la forma en que se ha alimentado a los bebés de toda la vida, antes de que existiesen batidoras, robots de cocina o alimentos procesados especiales para bebés. Lo que pasa es que ahora tenemos un sofisticado nombre en inglés para definirlo”, explica Conchi García, dietista y nutricionista colegiada, especialista en nutrición pediátrica. Es autora del libro 'De la leche al bocadillo', una guía que se acaba de publicar para que niños y niñas aprendan a comer de manera segura, natural y sana.

Esta guía sobre alimentación de bebés comienza con una referencia a otra obra anterior: 'El niño ya come solo', de Gill Rapley y Tracey Murkett, que fueron quienes acuñaron el término Baby-Led Weaning, en el año 2008. A partir de ahí, aporta una serie de consejos básicos para llevar a cabo este tipo de alimentación de manera segura. Lo primero de todo, saber que el bebé está preparado para hacerlo. Suele ser en torno a los seis meses, pero tiene que cumplir una serie de requisitos: debe aguantarse sentado solo, mostrar interés por la comida y haber eliminado el reflejo de extrusión (el que hace que los bebés expulsen con la lengua cualquier cosa que se les introduzca en la boca). Una vez que el bebé cumple esos requisitos se puede empezar a ofrecer alimentos enteros, siempre adaptados a sus capacidades, y confiando en que será capaz de autorregular lo que quiere y puede comer. Primero con sus manos y después utilizando cubiertos.

“Hay que confiar en la capacidad del niño para alimentarse”, explica Conchi García, y continúa: “Los niños nacen con un mecanismo infalible para hacernos saber que quieren comer: el hambre. Igual que desde el nacimiento confiamos en la lactancia a demanda, tanto si es materna como si es de fórmula, cuando empieza la alimentación complementaria debería ser igual”. Confiar y no forzarles nunca a comer si no quieren. ¿Por qué? “Porque es antiético y no es saludable para él. Si se les fuerza, además, pueden producirse problemas a corto y medio plazo, como trastornos de la conducta alimentaria o una mala relación con la comida”, cuenta García.

Este tipo de alimentación puede llevarse a cabo en exclusiva o bien combinándolo con papillas y triturados. De hecho es la forma mixta, según García, la que más se practica tanto en escuelas infantiles como en el ámbito familiar. Se pueden alternar los trozos enteros con las papillas para aprovechar las ventajas de ambos. Por ejemplo, si un día tenemos más prisa o no podemos pararnos a recoger –porque con el Baby-Led Weaning los bebés se manchan, mucho–, podemos dar una papilla. Mientras que cuando estemos en casa, con tiempo para preparar, recoger y generalmente cambiar de ropa al bebé, podemos hacerlo con trozos de nuestra comida.

Esto tiene la ventaja además de que no tenemos que preparar diferentes menús, sino que el bebé come de la comida familiar siempre que se adapte a su nivel de desarrollo. Por ejemplo, las frutas, verduras, pastas, pescados a la plancha o pollo en tiras suelen ser fácilmente gestionables. Ayuda también cortar los alimentos en forma de bastón, para que el bebé pueda agarrarlos y llevárselos a la boca sin riesgo de atragantamiento.

Respetar sus ritmos

Precisamente el miedo a la asfixia es una de las objeciones más comunes al Baby-Led Weaning. Eso y pensar que el bebé no está ingiriendo todos los nutrientes que necesita. Para superar esos dos obstáculos nació en 2015 el BLISS, una versión mejorada que consiste en “ofrecer en cada comida un alimento rico en hierro (carne, pescado, legumbres...), uno rico en energía (pan, cereales, plátano) y una fruta o verdura, para evitar deficiencias nutricionales”, explica García en su libro. Además se utilizan recursos para reducir el riesgo de asfixia: “asegurarse de que el bebé come siempre en posición vertical, probar los alimentos para comprobar que son lo suficientemente blandos como para aplastarlos con el paladar y la lengua, nunca dejar al bebé solo mientras come o evitar distracciones como juguetes o pantallas a la hora de comer”, cuenta la nutricionista.

Pero este método busca ir más allá de la comida. En línea con los nuevos enfoques pedagógicos de la crianza respetuosa y la disciplina positiva, propone un modelo en el que se respetan los ritmos y necesidades de los niños y niñas. Sentarse la familia al completo en la mesa y comer la misma comida, sin presiones ni conflictos, mejora las relaciones familiares. El niño creará un vínculo positivo con la comida y aumentará su autoestima al saber que puede hacerlo solo.

Sobre los cambios de criterio continuos para la alimentación infantil, Conchi García lo tiene claro: hay que tener siempre en cuenta las últimas evidencias científicas y nunca culparse por no haberlo hecho bien antes: “Afortunadamente, la ciencia va avanzando y hoy tenemos evidencias científicas de que hay cosas que antes no hacíamos bien. Muchas veces oímos eso de que ‘Pero toda la vida se han comido papillas azucaradas, galletas, zumos, leche con cacao y no estamos tan mal’. Bien, pues esto no es verdad. Para empezar no siempre se ha comido así, sino desde que la industria alimentaria aplicó un marketing fantástico para hacer creer a las familias que los alimentos procesados para niños y bebés eran necesarios. Pero esto no hay que tomárselo de manera personal ni vivirlo desde la culpa, porque partimos de la base de que todos los padres hacemos lo mejor para nuestros hijos”, concluye. 

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