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Carmen Bascarán: “La sociedad del desperdicio se tiene que acabar”

La cooperante Carmen Bascarán junto a la presidenta de Manos Unidas en Cantabria.

Alesander García

Carmen Bascarán, ovetense de 70 años, es una activista entregada que ha sido galardonada dos veces con el Premio Nacional de los Derechos Humanos del Gobierno de Brasil por su incansable defensa de las libertades y derechos del ser humano, una labor con la que intenta liberar a miles de personas del trabajo esclavo.

Lo que comenzó como un viaje de placer al país sudamericano, donde Carmen tiene a un hermano misionero, se convirtió en una lucha que asumió como propia y que sigue vigente. “Quedó en mí la inquietud de que, cuando mis hijos se colocaran en el trabajo, no me iba a quedar en casa siendo una jubilada y decidí irme para allá con ellos”.

Fue entonces, en 1995 y con 50 años, cuando Carmen viajó a Açailândia, al sur de la desembocadura del Amazonas y en el estado de Maranhão, una ciudad que “estaba por hacer y que era una locura”, señala. “Con diez euros se podía matar a cualquier persona”.

La cooperante explica como la ciudad acogía inmigración de todo el país por la cercanía con una de las minas de hierro más grande del mundo y el corredor que se construyó para exportar el hierro. “En torno a esto, se creó un movimiento de migración de gente miserable, de gente que quería hacer dinero. Se juntó todo lo peor que puede generar el ser humano: miseria, explotación, pistolerismo...”, relata.

Carmen descubrió en ese momento la existencia del trabajo esclavo. “Los trabajadores llegaban al centro señalados con el hierro de marcar las vacas por haber pedido su salario”. La activista también rememora la historia de una familia que, por haber pedido su sueldo, “le habían dado al padre un gran corte en el hombro y lo habían echado del trabajo”. “O un hombre que llegó con los pies destrozados porque había tenido un accidente en la carbonería y el capataz le echó un yodo en los pies, el de las vacas, que le quemó entero”, recuerda. Tuvieron que amputárselos.

Ante semejante horror, decidieron crear el Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos. “Si no atajábamos el problema iba a reproducirse, porque la causa de estos comportamientos están relacionados con la miseria y la falta de posibilidades”. El objetivo del centro era atraer a los niños y niñas con la danza, la capoeira y una pequeña radio local que allí crearon. “Han pasado más de 10.000 niños y niñas por el centro en 15 años, que hoy continúa formando y defendiendo a los trabajadores”.

Muchos de esos niños acabaron sus estudios y llegaron a licenciarse en la universidad. Otros, en cambio, se dedican a la enseñanza de danza y capoeira en los barrios más lejanos y desfavorecidos de la zona. Según le dijeron a Carmen en una reciente visita al centro, este lugar “les dio el conocimiento para poder luchar”.

Lucha contra la corrupción

Carmen Bascarán equipara la corrupción de España con la de Brasil por “la miseria y muerte que genera”. “Es criminal y terrorista, y cada uno, desde donde estemos, tenemos que acabar con ellos”.

Concretamente, el Centro de Defensa de la Vida y los Derechos Humanos es partícipe de la denuncia contra Zara que el Gobierno de brasileño amenaza con llevar a cabo, por incumplir reiteradamente las medidas firmadas en la lucha del país contra el trabajo esclavo.“Hay grandes fábricas donde tienen trabajadores en condiciones aberrantes y con salarios de miseria trabajando 14 o 16 horas al día”.

Además, no cree que deba darse tregua a las multinacionales. “Hay que denunciar a Zara y a cualquier persona o empresa que se enriquezca del trabajo esclavo”, se queja. “Para nosotros empieza a ser necesario y obligatorio que cuando compremos algo, le demos la vuelta a la etiqueta y veamos de dónde viene y por quién fue hecho”, recomienda. “Es fundamental que aquí nos neguemos a comprar esas cosas y hagamos un boicot absoluto a todas estas empresas”.

En este sentido, ha pedido “dar vuelta a las etiquetas” de la ropa y del resto de productos al ir de compras y que los habitantes del denominado primer mundo se nieguen a adquirir prendas y artículos elaborados donde se emplea el trabajo esclavo.

“No es posible que estemos comprando productos extranjeros porque los de aquí son un poquito más caros debido a que conseguimos mejores condiciones de trabajo”, denuncia. “No podemos vivir mejor por el sufrimiento y, en muchos casos, la muerte, de otra gente”. Por eso, pide “consumo consciente y austeridad”. “La sociedad del desperdicio y del usar y tirar tiene que acabar”.

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