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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Aviso de galerna

Una ola rompe frente a la isla de Mouro en la bocana del puerto de Santander. EFE/Esteban Cobo. (02/02/2014)

Alejandro Sanz Láriz

No soy experto en cosas de la mar, aunque nací en la antigua Clínica Cabello, que estaba a cien metros escasos de las aguas de El Sardinero. Pero el otro día, cuando escuché el aviso de galerna en Cantabria, me pareció como si le dedicásemos un delicioso oxímoron al más ilustre de nuestros visitantes, el nobel Vargas Llosa quien, sin Isabel Preysler, apenas llenó la mitad del aforo en el paraninfo de La Magdalena. En Santander estamos demasiado acostumbrados a las visitas de premios nobel. Como hubiera dicho mi hijo Fernando cuando era pequeño: aquí tenemos más nóbeles que no-nóbeles.

Pero sigamos husmeando el viento; les decía lo del elegante oxímoron, porque poca cosa hay de significado tan opuesto en una sola expresión. La galerna es, casi por definición, imprevisible y, así, una de naturaleza previsible, sería como un instante eterno, una mirada ciega o un copo de negra nieve.

No; no lo vean como una crítica, ya sé que los montañeses tenemos demasiadas cuentas pendientes con los meteorólogos, pero este muerto no se lo vamos a cargar. Después de todo, más vale perder una tarde de playa -aunque en unos meses nos falten lágrimas para llorarla- que el solo apuro de un bañista ante el infierno repentino de una galerna.

Me remito al maestro Pereda -padre inspirador de todos los cántabros que escribimos más de tres palabras seguidas-, para demostrar que la gente de mar, buena conocedora de su elemento, poco pudo hacer por anticipar la famosa galerna del sábado de gloria, que se cobró la vida de más de trescientos pescadores cántabros y vascos, incluido algún personaje de Sotileza.

“Malo es el sur desencadenado para tomarla las lanchas a la vela -escribe el maestro- pero es más temible que por eso, por lo que suele traer de improviso: el galernazo, o sea la virazón repentina al noroeste”.

La galerna es imprevisible y se forma precisamente por un cambio brusco en la dirección del viento, poniendo en contacto una masa cálida con un frente frío. En cierta ocasión tuve la oportunidad de experimentar una galerna y, gracias a Dios, fue desde tierra. Estaba en la playa de la Salvé, en Laredo, y hacía una mañana tan clara y calurosa que decidí dar un paseo por la orilla en dirección al Puntal. Nada en absoluto de lo que se veía en el horizonte hacía pensar en el más mínimo cambio, pero les aseguro que en menos de lo que se tarda en contarlo, el cielo se puso repentinamente negro, la mar pareció hervir y se tiñó de un verde rabioso mientras brotaba el oleaje donde solo un minuto antes las aguas estaban en calma. Naturalmente apareció la lluvia y me calé de arriba a abajo antes de poder encontrar refugio. Quizá les haya sucedido algo parecido. En tierra es sorprendente e inquietante, en la mar tiene que ser aterrador.

Bueno, a donde quiero llegar con todo esto es a la imprevisibilidad de nuestras vidas por más que procuremos dotarlas de cauces seguros y controlados. Los niños pequeños y las personas mayores adoran la rutina porque se sienten muy seguros en ella, por eso cualquier alteración les perturba.

Miramos nuestros teléfonos móviles y queremos tener la seguridad del tiempo que hará pasado mañana; no ya la tendencia, sino la hora exacta en la que empezará a llover o en qué momento las nubes ocultarán el sol. Pero sin embargo, a poco que hayamos vivido, sabemos muy bien que lo único seguro de este caos que es la vida… es el propio caos. Estudiamos una carrera pensando en encontrar un trabajo en Santander y al final nos hacen una oferta laboral en Valencia para hacer algo que nunca supusimos. Nos enamoramos locamente de una mujer, sin imaginar siquiera que sería otra la que acabaría en nuestros brazos… Un hombre sabio -afirma Confucio- sabe que nueve de cada diez proyectos acaban de una manera muy distinta a la planeada.

Permítanme que termine esta reflexión volviendo a José María Pereda, cuando al fin vislumbra un leve atisbo de esperanza en la galerna. “Adelante era acometer el puerto, jugar la vida en el último e imponente azar, porque el puerto estaba cerrado por una serie de murallas de olas enormes que, al llegar al angosto boquete y sentirse oprimidas allí, parte de cada una de ellas asaltaba y envolvía el escueto peñasco de Mouro”.

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