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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El forzudo Ledruille arroja los útiles de escribir

Javier Fernández Rubio

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El forzudo Ledruille se apartó un rato de la jornada y dejó ir su pluma: “Te haré bosques que no existen, letras que no se podrían leer, imágenes cuyos modelos jamás existieron, siempre en el aire como los pájaros”. Lo cuenta Jacques Rancière en 'La noche de los proletarios' en donde relata, describe y filosofa sobre las decenas de obreros que robaban horas de sueño allá por 1830 para hacer algo que nadie les había dicho que no podían hacer: escribir.

Después de 14 horas diarias de trabajo aquellos veinteañeros que retrata Rancière se resistían a entregar una parte de sí a las fuerzas de la dominación que los esclavizaban cada día. Ese interludio nocturno, esa actividad secreta y muchas veces abandonada con el paso del tiempo, era un gesto de rebeldía que arrumbaba con la ley no escrita que reservaba la actividad cultural a las clases elevadas, una ley forjada no solo por las élites culturales, sino también por los adalides de la pureza del proletariado.

John Berger, en su libro 'Tiziano: ninfa y pastor', cuenta cómo de joven, ganándose la vida como pintor, dedicaba varias horas, tres días a la semana, a dar clases de arte a operarios del servicio de transporte londinense, agrupados en la Worker's Education Association. Allí, entre revisores y conductores, Berger comprobó algo que ya sabía: todo ser humano guarda dentro de sí un recipiente que puede llenar con arte. Este es un pensamiento bello. ¿Por qué entonces debe un ser humano renunciar a todo aquello que de bello e ilustrado puede ofrecerle el mundo? ¿Dónde está escrito que no es algo que le sea propio y sirva para hacer de su vida algo más pleno, útil y placentero, independientemente de sus apellidos, poder adquisitivo o clichés de clase?

Con la cultura, y más concretamente la cultura libresca, aún andamos prisioneros de cierto arquetipos. Esto no pasa con el deporte. El deporte inicialmente fue una actividad ociosa de clases elevadas. No existían 'sportmen' proletarios por la sencilla razón de que a ningún obrero u obrera, si hubiera tenido tiempo y fuerzas de hacerlo, se le hubiera ocurrido hacer ejercicio sin necesidad. Ahora nadie en su sano juicio cuestionaría que jugar al fútbol o correr un maratón es una democratización de una actividad antaño reservada a las élites. Y no porque hayan desaparecido las barreras económicas que lo facilitan, ya que en muchos casos siguen siendo actividades que cuestan bastante dinero. Sencillamente, se ha roto un arquetipo genérico, aunque aún queden disciplinas como el polo o la hípica asociadas a las clases dirigentes (Tuve un compañero una vez que dedicó su buen tiempo a explicarme con paciencia cómo el polo era un deporte popular, pero yo no veía el caballo por ninguna parte).

Esto aún pasa en ciertos aspectos de la cultura, que siguen siendo atribuidos a cotos de las élites. Por más que la industrialización, la educación y los servicios públicos hagan fácilmente accesibles muchos bienes culturales, sigue existiendo una parte de la población importante que ve la cultura con recelo y se aparta voluntariamente al atribuir estos objetos o contenidos a una clase que no les es propia. La reacción es absolutamente irracional. Se palpa en gestos y conversaciones en la calle y tiene más de desprecio de un atributo de las élites que de base real: el rechazo a la cultura se convierte así en un símbolo del rechazo a la dominación, aunque ya no se vea esa dominación en actividades como el fútbol, el cine o la música pop, todas ellas tan impropias del forzudo Lendruille como el acto de escribir.

Mucho tiene que ver en ello la construcción de una imagen del creador o del generador de contenidos como una figura de prestigio en ascenso social. Esto, que es ridículo entre mortales, existe y basta con hojear un periódico para leer frases altisonantes de un garbancero que se cree un elegido de los dioses pontificando sobre lo divino y lo humano. Un futbolista de éxito tiene un prestigio social, pero rara vez se le oirá decir tonterías sobre los más descabellados asuntos que a uno se le puedan ocurrir; un escritor, en cambio, que ansía y consigue ese prestigio automáticamente se encarama a un pedestal jerárquico y lo hace sin disimulo, cosa que, sinceramente, es capaz de espantar a cualquiera. Las ínfulas de superioridad moral, un transunto no necesariamente equivalente al de superioridad económica aunque lo parezca, genera más desafectos a la cultura que todas las cadenas de televisión juntas, que ya es decir. Basta observar a nuestros referentes culturales para que, quien tenga la tentación de privarse de unas horas de sueño y rellenar el cuenco de su interior con algo bello y sabio, tire definitivamente la toalla. No sea que acaben pareciéndose.

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