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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

“Emociones peligrosas”

Concentración feminista en Bilbao

Maite Berrocal

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Hay emociones primarias y secundarias, emociones positivas, negativas y ambiguas, emociones estáticas, emociones sociales, instrumentales…

Si hiciéramos una valoración en términos de riesgo, encontraríamos las llamadas emociones negativas; básicamente el miedo, la tristeza, y la ira. Esas emociones, hábilmente manipuladas, se convierten en un peligro social de gran magnitud.

Las sociedades democráticas cuyo fin último no es otro que el denominado “bien común”, hemos pactado a través del diálogo, la negociación y los acuerdos, una serie de obligaciones y derechos que deben ser controlados y garantizados por lo que llamamos Estados.

Hace tiempo que vengo preguntándome si uno de esos derechos, “la libertad de expresión”, está siendo correctamente interpretado. Honestamente creo que en una sociedad que se predica democrática no deberían tener cabida determinadas manifestaciones que atentan claramente contra los derechos humanos.

Una cosa es opinar sobre símbolos nacionales o ideologías religiosas y que determinados colectivos se sientan ofendidos (hay grupos que se ofenden muy fácilmente) y otra muy distinta es promover, por ejemplo, las violaciones a mujeres, las agresiones a mendigos, o difundir bulos sobre personas de otras razas...

Lo primero es libertad de expresión (de mejor o peor gusto, por supuesto) y lo segundo es una clara ruptura de los acuerdos más básicos de la convivencia humana. Es apelar a la “ley del más fuerte” pero no entendida ésta como la responsabilidad de proteger al “débil”, sino como la demostración de que el abuso y la violencia son elementos válidos de relación social.

Esto ya lo ha vivido la humanidad en demasiadas ocasiones con consecuencias terribles. Una vez más estamos viendo que ese frágil cascarón del huevo de la serpiente que protege a un animalito aparentemente inofensivo, va avanzado hacia su eclosión y se nos acaba el tiempo para reaccionar. Las señales ya son absolutamente alarmantes

Aunque esto lleva mucho tiempo fraguándose, es, sobre todo, a partir de la crisis económica del año 2008 cuando determinados grupos sin ningún tipo de escrúpulos han empezado a utilizar abiertamente las emociones más peligrosas, (el odio, el miedo y la ira), para alcanzar el poder y controlar las instituciones en su único beneficio.

Es verdad que en la política, como en toda expresión de la actividad humana, las emociones y los sentimientos tienen un papel fundamental. Conocemos partidos políticos y organizaciones sociales que apelan a lo mejor de las personas, a la solidaridad, al afán de superación, a la ética, a cuidar y atender a quienes no pueden hacerlo…

Me refiero a un tipo de campañas electorales como la de Obama ‘Yes, We can’, repleta de mensajes por supuesto emocionantes, pero dirigidos en positivo a lo más noble del ser humano. Sin embargo, tenemos aún más reciente el ejemplo contrario: la victoriosa campaña de Trump, basada en azuzar las emociones peligrosas: el miedo y la ira de miles y miles de personas que se ven abandonadas por las administraciones que teóricamente deberían cuidarles y atenderles.

A día de hoy la realidad mundial está configurada por millones de personas empobrecidas y explotadas en sus propios países (teóricamente desarrollados y democráticos), junto con millones de personas de otros países y continentes que intentan huir de la miseria, del hambre y de las guerras que duran décadas; guerras prolongadas porque son tremendamente rentables para las compañías que, no nos engañemos, a día de hoy controlan en gran medida la economía y la política mundial.

Este capitalismo inhumano no sólo ha condenado a la miseria a más del 80 % de la humanidad sino que sigue avanzando en nuevas formas aberrantes de obtención de beneficios utilizando a los seres humanos como artefactos de usar y tirar. Ya están desarrollando la explotación reproductiva en granjas de mujeres y, no lo dudemos, están trabajando en la fabricación de órganos y en la selección genética. Las peores pesadillas de las distopías de Orwell, Huxley y Atwood, ya están aquí.

¿Podemos pararlo? ¿Queremos intentarlo?

Si la respuesta es afirmativa en primer lugar esforcémonos en llamar a las cosas por su nombre y, en segundo lugar, seamos conscientes de que algunos de los cambios son imprescindibles y urgentes. Sin ánimo de ser exhaustiva, ahí van algunas ideas:

Uno: actualmente los estados no tienen el control o el poder suficiente para defendernos eficazmente del abuso de las empresas explotadoras y por tanto debemos intentar recuperarlo, por supuesto por vías democráticas, a través por ejemplo del control de los lobbies económicos y su influencia en la toma de decisiones, de la prohibición de los paraísos fiscales, de la lucha internacional contra el tráfico de personas, etc.

Dos: la pobreza, la explotación y la desesperanza son terreno abonado para las emociones peligrosas. Si tengo hambre, si tengo miedo a que me maten o a que me violen, no puedo pensar con calma y creeré a quienquiera que me señale a un culpable en quien volcar mi odio y mi frustración. Si además ese culpable es fácil de distinguir por su color, por su sexo o por su aspecto, los manipuladores sin escrúpulos nos azuzarán eficazmente contra esas dianas humanas, enfrentándonos a pobres contra miserables. Por tanto debemos localizar acertadamente a los responsables de nuestra pobreza y exigirles cuentas a ellos, no a otros.

Tres: los derechos humanos si no son universales no son derechos, son únicamente privilegios. No podemos seguir sosteniendo un orden mundial en el que una pequeñísima parte de la población disfruta de todos los privilegios a costa de la explotación del resto de la humanidad y del expolio de los recursos del planeta. La política, por tanto, deberá dar respuestas universales para garantizar la igualdad de derechos en cualquier lugar del mundo. Esto implicará necesariamente que haya grupos que tendrán que renunciar a ventajas y comodidades; es lo que tiene la equidad…

Cuatro: esta terrible realidad no es algo que pasa en lugares remotos. La tenemos muy cerca. Nos rodea. Seguro que sabéis de qué estoy hablando: de los discursos xenófobos, machistas, racistas, de esas frases tipo: “primero los de aquí”, “las mujeres presentan denuncias falsas”, “los inmigrantes colapsan la sanidad”,…

Los partidos políticos y sus representantes en primer lugar y, por supuesto, los medios de comunicación y cualquier persona en último término, debemos asumir la responsabilidad de ‘filtrar’ la difusión de estos mensajes que son la primera y principal herramienta para desatar las EMOCIONES PELIGROSAS. Porque aunque las emociones positivas son importantes, la humanidad avanza a base de consensos basados principalmente en razones y convicciones.

Tenemos poco tiempo y no podemos quedarnos mirando el huevo de la serpiente porque ya sabemos que no desaparecerá por arte de magia. Y en nuestra democracia, aunque sea francamente mejorable, lo primero que está en nuestra mano, aunque tengamos miedo y la ira nos invada, es no alimentar jamás el totalitarismo disfrazado de populismo con nuestra confianza ni con nuestros votos.

Quienes gestionan las emociones colectivas negativas como una metástasis que podría llegar a legitimar regímenes totalitarios nos están obligando a plantearnos si no están pervirtiendo el derecho a la libertad de expresión al utilizarlo para defender ideas que van contra la propia esencia de la Democracia.

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