Escucha, calla
Esta semana, David Álvarez, reportero de larga y variada carrera que ahora trabaja en El País, recordaba a su amigo y compañero de facultad David Beriain como un ejemplo en el que piensa para hacer lo que él llama “misiones menores”.
“Miraba mejor, veía mejor, escuchaba mejor. Sin saberlo, me ha acompañado en muchas misiones menores pero que a mí me inquietaban. Cuando aterrizo en algo con lo que no sé qué hacer, me repito: calla, escucha, pregunta, por qué quiere eso, por qué hace eso, escucha, calla”, escribe David en un post personal, en Medium, con pocos adjetivos, pocas opiniones, poca grandilocuencia. Los dos Davides son parte de un grupo de amigos, muchos compañeros de facultad, incluso de clase, de la Universidad de Navarra, y otros conectados en el camino por una sensibilidad parecida. Hoy tienen cuarenta y tantos y trabajan de manera constante buscando la excelencia, a veces en España y a menudo fuera.
Pienso en Alfredo Triviño, en Josefa Paredes, en Natalia Junquera, en Javi Muñoz, en Íñigo Alfonso, en Rafa Cores, en Beatriz Gómez, en Adriano Morán. Algunos nombres tal vez le suenen menos porque este grupo de periodistas –no me atrevo a llamarlo generación porque uno de los rasgos definitorios podría ser el amor por lo concreto y la desconfianza hacia la generalización– está algo apartado del ruido público en el que florecen otros.
Tal vez están un paso por detrás de otros más visibles por su poco interés por la lucha de poder en las redacciones. Suelen tuitear poco, opinar menos y mantener distancias con la algarabía de las teles. Comparten el amor por las historias y sobre todo por contarlas con cuidado, con matices, con los estándares que a menudo fallan en la prensa española. Son unos hacedores, dedicados al trabajo diario, pequeño a veces, y a intentar construir sus propios proyectos a fuerza de lucha y de auténtica fe en un mundo mejor.
“Escucha, calla” parece lo más básico y a menudo es lo más difícil de conseguir.
Robert Caro, extraordinario periodista, se hizo famoso por una biografía sobre Robert Moses, el poderoso y polémico artífice del urbanismo de Nueva York, y en las últimas décadas se ha dedicado a escribir la de Lyndon Johnson en varios volúmenes. Sus cuadernos de notas están llenos de dos letras escritas en mayúsculas “SU”, es decir “shut up” (“cállate”). Es un recordatorio para sí mismo de que ante un entrevistado lo mejor que puede hacer el reportero después de una pregunta es guardar silencio, no interrumpir y no caer en la tentación de rellenar el espacio vacío. Es una manera de dejar que el entrevistado se explique, se confiese tal vez. Y un pequeño truco. Los seres humanos tendemos a sentirnos incómodos ante el silencio y a rellenarlo con nuestras palabras frente a un interlocutor.
Estos días de tanto ruido, todavía más del habitual, es fácil dejarse arrastrar por la melé política, que no es la nuestra. Y olvidar lo más esencial. Escucha, calla. La historia que puedes contar es lo importante.
David Beriain, en la entrevista para leer y releer de Nuestro Tiempo, la revista de su alma mater, decía: “Todo nuestro trabajo solo sigue un principio, y es que nuestra mediocridad no se interponga en la grandeza de la historia; que sepamos hacerle justicia”.
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