Y sí: Le Pen es de extrema derecha
Para saber quién ganó el debate de este miércoles entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen habrá que esperar a las encuestas de urgencia en las próximas horas y, sobre todo, al resultado de las elecciones del domingo. Los sondeos de los días previos daban al presidente francés una holgada ventaja frente a la candidata de la Agrupación Nacional, y el primero no solo no cometió errores de bulto en sus intervenciones que puedan dar un vuelco a esos pronósticos, sino que fue dialécticamente mucho más eficaz que su contrincante. Queda la duda sobre el impacto que su estilo arrogante, sus gesticulaciones inquietas y sus sonrisas burlonas hayan podido tener en muchos espectadores que no terminan de digerir las ínfulas de listillo que siempre han acompañado al joven mandatario. En los debates televisivos, ya se sabe, las formas a veces llegan a eclipsar el fondo, como sucedió con el célebre cara a cara de Nixon y Kennedy, que le costó la presidencia al primero.
Le Pen mantuvo una actitud moderada –incluso por momentos apagada–, en línea con la estrategia que lleva cultivando desde hace algún tiempo con el fin de presentarse como una estadista preparada para asumir las riendas de la República. La candidata de extrema derecha sabe muy bien que con sus votos incondicionales no le salen las cuentas y que si pretende llegar al Elíseo necesita pescar en otros caladeros, entre ellos la bolsa de votantes que en primera vuelta apoyaron al izquierdista radical Mélenchon. Sin embargo, Macron no se cruzó de brazos ante esa exhibición de mesura y dedicó buena parte de su artillería dialéctica a demostrar el “cinismo” y las “contradicciones” de su adversaria. A probar, en suma, que sigue siendo el lobo del cuento por mucho que se cubra con una piel de cordero.
En el tema de Ucrania, por ejemplo, Le Pen afirmó que compartía la posición europea ante la “invasión inadmisible”, si bien añadió que estaría en desacuerdo con cortar el suministro del petróleo y el gas rusos por las consecuencias que tendría para los franceses. “No se puede hacer uno el harakiri”, alegó. Macrón le recordó que siete años atrás ella había apoyado la anexión de Crimea por Rusia y le soltó a quemarropa que en su anterior campaña había recibido un jugoso préstamo de un banco ruso próximo al Kremlin, que aún no ha devuelto. “Usted no puede defender los intereses de Francia, porque está muy atada a Rusia”, le espetó. Le Pen intentó defenderse con el argumento de que es una “patriota” y que si recurrió a un banco extranjero fue porque no podía obtener créditos en Francia debido a sus ideas. “¡Falso!”, la atajó Macron. En este lance, la candidata de ultraderecha salió visiblemente tocada.
También quedó Le Pen al descubierto en el ‘round’ sobre la Unión Europea. Dijo con la boca pequeña que su voluntad es que Francia permanezca en la Unión, pero a continuación señaló que, con el apoyo de “aliados” (de la extrema derecha, se presume), impulsaría una “modificación profunda” del proyecto comunitario. La idea, explicó, es convertirlo en una “alianza de naciones”, en la que Bruselas “respete la elección de sociedad de los países” (por ejemplo, que no actúe contra gobiernos que adopten políticas homófobas y racistas contrarias a los valores europeos, como sucede en Polonia y Hungría). Abogó además por tumbar la política comercial común y por cambiar radicalmente las normas en materia de inmigración. Se lo puso en bandeja a Macron. “Su proyecto es salir de Europa, pinte la fachada del color que quiera”, le dijo el presidente.
Pese a sus esfuerzos por trasmitir una imagen de serenidad pontificia, Le Pen aireó el clásico repertorio argumental de la ultraderecha. Planteó erradicar la “ideología islamista”, expulsar de inmediato a los 4.500 musulmanes fichados como “radicalizados”, cerrar unas 570 mezquitas “radicales” y, cómo no, prohibir el velo en los espacios públicos, porque es un “uniforme impuesto por los islamistas” y hay que “liberar a esas mujeres”. Macron acusó a su contrincante de “meter miedo” a la población contra los musulmanes metiendo en un mismo saco el velo, el terrorismo y los inmigrantes, replicó que el velo es un símbolo religioso e hizo un encendido alegato a favor del laicismo y la Ilustración como garantes de las libertades. También propuso Le Pen cambiar la ley de nacionalidad francesa, de modo que no se acceda a ella por haber nacido en el país, sino por tener ascendencia francesa, y defendió que se dé prioridad a los franceses en el acceso a los puestos de trabajo o a la vivienda social. Lejos de responder con ambigüedades, Macron la rebatió invocando la tradición de tolerancia y solidaridad heredada de la Ilustración.
Al final del largo debate, los moderadores concedieron dos minutos a los contrincantes para que hicieran un último llamado a los votantes. Macron planteó las elecciones del próximo domingo como un referéndum sobre la Unión Europea, sobre la importancia del eje franco-alemán –que defendió con rotundidad–, sobre el laicismo, sobre la fraternidad y también sobre la ecología, teniendo en cuenta que Le Pen plantea dejar de lado las energías renovables y centrarse en la producción nuclear. La candidata de Agrupación Nacional, en su turno, arremetió contra la globalización, se comprometió a “parar a los depredadores de arriba y de abajo” (en lenguaje ultra: las imprecisas “élites” y los delincuentes-inmigrantes) y ofreció prioridad a los franceses frente a los extranjeros en el acceso a servicios y prestaciones. “Sin complejos”, apostilló.
Lo más probable es que Macron gane en los comicios del domingo. La pregunta es por cuánto. Más allá de todos los reproches que se le puedan hacer al mandatario por sus políticas liberales que han provocado fuertes contestaciones sociales (a fin de cuentas, es un político de derechas), está en juego algo mucho más importante que la presidencia de un país: lo que se dirime es el futuro del sistema de valores encarnado por la Unión Europea, el proyecto democrático y económico más exitoso de la historia, que la extrema derecha pretende dinamitar, como ha dejado patente Le Pen. Lo deseable sería que los franceses se movilizaran masivamente a las urnas, como lo han hecho en anteriores ocasiones, para que la derrota de la candidata de Agrupación Nacional resulte apabullante y se envíe el mensaje de que el cordón sanitario sigue siendo un arma colectiva eficaz contra el empuje de la ultraderecha. Una victoria de Macron por un margen estrecho sería de cualquier modo un alivio, pero dejaría inquietantes interrogantes sobre el futuro político de Europa. Y no hablemos de lo que sucedería si ganase Le Pen. La suerte está echada.
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