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Cuando quien hace trampas es el rector

Richard Taylor

Estudiante y exdelegado de la URJC —

Desde hace una semana el ámbito académico ha sido un hervidero respecto a mi universidad, la Rey Juan Carlos, cuyo rector parece un experto en plagios. ¿Cómo puede ser que se permita la promoción de alguien que vulnera por costumbre el principio rector de la propia existencia de la Universidad? ¿Cómo se permite que, una vez detectada la trampa, el infractor siga en su puesto? Pues muy sencillo: por las deudas políticas.

La política universitaria se nutre de estómagos agradecidos que ofrecen lealtad a cambio de prebendas personales. Estas prebendas varían en función de la valía del lacayo. Esto es, que una persona con unas aptitudes más que cuestionables estará satisfecha con haber sido cooptada para trabajar en la institución; mientras que una persona con algo más de planta se allanará con otras cuestiones como que le saquen plaza, algún carguito, un pequeño cortijo, o incluso tener alguna fundación universitaria al servicio de sus intereses académicos y/o económicos.

La Universidad Rey Juan Carlos, lejos de huir de estas prácticas, es más bien un ejemplo paradigmático. Por poner un ejemplo, a un área de conocimiento le cierran su titulación y, tras montar un pequeño revuelo, les dan un observatorio. A partir de entonces no se vuelve a hablar del tema, sumando unos cuantos estómagos agradecidos, que previsiblemente expresarán su lealtad en forma de voto llegado el momento.

Sería capcioso hablar solamente del refuerzo positivo de las prebendas. Evidentemente, también hay consecuencias negativas que se aplican a cualquier tipo de disidencia si el Poder no considera que pueda sacar nada de esos disidentes. Estos casos, entre los que me incluyo, en honor a la verdad he de decir que, siendo los más notorios, también son los menos comunes, ya que todo el mundo sabe que se cazan más moscas con miel que con vinagre. Por eso, porque en nuestra sociedad es difícil encontrar gente con principios sólidos y, en la mayor parte de los casos, se encuentra el precio adecuado.

De esta manera se ha convertido a la Universidad Pública en un reflejo de aquella frase de (espero citar bien) Félix Criubaldo, que decía aquello de “¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”. Seguramente, si los anélidos tuvieran estructuras sociales, se llamarían universidades.

Llegados a este punto podremos hacernos una idea de la respuesta a las preguntas que se planteaban al principio. Salvando los casos de a quienes no se escucha, la inmensa mayoría tiene algo que callar y, por tanto, no se pueden permitir plantarse ante un comportamiento tan indecoroso como el plagio, pues corren el riesgo de que la impunidad abrigue al munícipe por antonomasia y tengan que asumir consecuencias. Básicamente, lo que en el ámbito de la comunicación se ha llamado espiral del silencio (Noelle-Neumann, 1977) o, en nuestro caso, la omertá universitaria (Tena Arregui, 2014).

A esto se le suma el efecto Bolonia, que en síntesis ha servido únicamente para convertir las Universidades en institutos para mayores de edad, en los que no existe más vinculación con la institución educativa que la obligación de asistir y examinarse para obtener un título que nos han dicho que sirve para algo. Con estos mimbres, poco se puede tejer. La vocación académica está en mínimos históricos, y si al alumnado no le interesa la Universidad más allá de su papel como expendedora de títulos, tampoco podemos esperar la reprobación por nuestra parte como colectivo.

Ahora bien, resulta irónico que los partidos políticos ahora se rasguen las vestiduras, cuando llevan años mirando hacia otro lado en los asuntos universitarios. En mi etapa de representante tuve que hacer acercamientos a todos los grupos políticos de la Asamblea de Madrid por cuestiones más graves que la que ahora nos escandaliza, y todos han hecho oídos sordos.

Me resultaría curioso que tomase medidas un partido que se desmorona por dentro; otro que ha promovido la situación actual y que acoge a un ex Vicerrector de la URJC en su Consejo de Gobierno; el partido en que se apoya el Gobierno y que no quiere saber nada de Universidades; u otro creado en una Universidad y, por tanto, perfecto conocedor de lo que ocurre.

Cómplices por omisión todos ellos, ahora se indigna la oposición, piden explicaciones “al poder”, y ese “poder” se sabe en una situación complicada. Entre la espada y la pared. Poniendo en la balanza la necesidad corporativa de hacer algo, y la necesidad política de proteger sus intereses.

Fernando Suárez salió elegido con casi un 63% del voto en medio de un escándalo por amenazas, con grabaciones incluidas, publicado en un medio nacional. Sería muy sorprendente que una persona que se presenta como candidato en esas condiciones, y además sale elegido, ahora decidiera dimitir por apropiarse del trabajo de otros. Solamente podría ocurrir si realmente se sintiese el auténtico hazmerreír que es entre sus iguales, y que además esto le afectase en algo.

Lo único que puede arreglar esta situación es que la Comunidad de Madrid, en el uso de sus competencias, nombre una Comisión Gestora e intervenga la Universidad, que es lo que se debería haber hecho hace tiempo. Al fin y al cabo, esta es una excusa tan buena como cualquier otra.

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