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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

¿Criminales o héroes?

Cartel de la serie Narcos, de Netflix.

Jesús Muñoz

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“Seré como el sudafricano (Nelson Mandela) porque después de salir de la cárcel me convertiré en el presidente de mi país”

La frase que creo que carece de rigor histórico y que está insertada por obra y gracia de los guionistas de la serie, la expresa Pablo Escobar, quien es el protagonista de Narcos, producida por Netflix y rodada principalmente en Colombia.

Es una magnífica serie de entretenimiento sobre la vida del narcotraficante Pablo Escobar y las circunstancias que la rodearon. La situación política de Colombia y la lucha de la DEA norteamericana contra el narcotráfico en el continente americano.

Digo que es de entretenimiento porque como sucede en algunos casos, no muchos, los guionistas de la serie han llevado a cabo un excelente trabajo de fusión entre el rigor histórico y la guionización de situaciones que, lógicamente no hay manera de saber hasta qué punto fueron reales. Pero no importa, porque aunque el objetivo final sea la audiencia, el resultado es soberbio, salvo por algo que es el objeto de este pensamiento, y que describiré a continuación.

En la serie se muestra la megalomanía de un personaje cuyo poder en algún momento se podría haber calificado de omnímodo, capaz de moverse por su país (incluso por otros países incluidos los US) a su antojo aún siendo buscado por el ejército y las fuerzas del orden público y con precio a su cabeza.

Y también de doblegar voluntades a su servicio con el argumento “imposible de resistir” de la corrupción. Hubo un momento en que se estimaba que su fortuna (década de los 80) era la segunda mundial. Ríete de Amancio Ortega o del Sultán de Brunei. Por cierto 5.770 km cuadrados de país (algo menos que el tamaño de la provincia de Girona) y una población de menos de medio millón de habitantes, ¿daba para que el Sultán fuese en su momento el hombre más rico del mundo? Seguramente todo se lo quedaba él.

Y lo más notable es que toda la fortuna acumulada por Escobar era en metálico y la escondía bajo tierra, practicando agujeros en el suelo por el campo. Hay una magnífica escena en la serie en la que envía a un sicario a rescatar el dinero escondido en una de las fosas y cuando lo descubre, resulta que con la humedad y los bichos se había podrido; lo cual resulta una metáfora impagable.

Pues bien, es cierto que la serie lo presenta como el psicópata que era, al que no le temblaba la mano cuando ordenaba hacer estallar una bomba en una zona céntrica de la ciudad de Bogotá. Pero también como un amante esposo y padre de sus dos hijos (niño y niña), autor de acciones de obras públicas de alcance social, que te lleva a dudar si era en realidad tan malo.

No cabe duda de que estos personajes actúan de manera populista para ganarse el fervor de sus convecinos. A mediados de los 90 cuando ya hacía años que este hombre había sido “dado de baja” como decían por allá, visité esa ciudad varias veces. Y tengo que decir que me pareció un ejemplo de urbanismo y de una modernidad que era punta de lanza de Colombia. Lógicamente me enseñaron el Barrio Escobar, donde había creado viviendas gratuitas para los más pobres de la ciudad.

Cuando dije que venía de Barcelona me hicieron muchos aspavientos porque decían que la ciudad había sido fundada por catalanes. Esto me lo dijo precisamente un descendiente de aquellos catalanes, que se dedicaba a la publicidad en Medellín. Aunque en todos los anales figuran como “españoles” y así lo refleja la Wikipedia.

Esto me ha recordado la inquina que tienen los catalanes al tema de “la conquista” y de qué manera se desmarcan de aquel hecho al que hoy se tacha de genocida, olvidando que la cultura y las características raciales que se aportaron a América se han desarrollado y aún perviven. Y también se olvida como aún persisten las razas autóctonas, y como se ha creado un a modo de mestizaje que lleva ya algo más de cinco siglos en marcha.

Cuando estuve en Chichicastenango (Guatemala) pude comprobar estos dos hechos: primero que los mayas son una raza viva y activa, y segundo que el mestizaje sigue imparable sin que nadie se preocupe por la pureza racial. Y como coletilla, decir que el sincretismo religioso entre el cristianismo y las creencias locales son un auténtico espectáculo. Y no quiero con este comentario exculpar a los autores de las muchas tropelías que se llevaron a cabo durante la conquista.

Crear simpatía hacia los villanos

Volviendo al tema de este pensamiento, me reafirmo en que viendo esa serie se me creaba una corriente de simpatía hacia ese sanguinario personaje, ladrón, asesino, malvado y sin escrúpulos. Lola y yo hemos seguido las dos temporadas de la serie y coincidíamos en este punto: nos lo hacen parecer humano cuando el tipo es un auténtico malvado.

No es coincidencia que con la publicación del capítulo final en el que se le da de baja huyendo por los tejados de “su barrio” en Medellín, su hijo ha publicado una entrevista que le han hecho en su residencia en el barrio del Tigre en Buenos Aires. Bellísimo lugar, por cierto. Él viene a decir que ha iniciado una campaña de concienciación al mundo de guionistas y productores de Hollywood, para que sean más respetuosos con la realidad de esta gente y no nos los presenten como héroes a imitar por la juventud, porque no lo son.

Este hombre, al que en unas imágenes reales de la familia que aparecen en la serie, se le ve conduciendo una moto junto a su padre y otros miembros de la banda, cuando apenas tenía 10 años, explica las enormes dificultades por las que ha pasado su vida por ser hijo de quien es. Ha declarado que aunque la DEA sabe que no se dedica al narcotráfico le tienen en observación porque “ha heredado el ADN de su padre”.

Y de hecho ha tenido tantos problemas por ese motivo que ha optado por cambiarse el nombre por el de Juan Sebastián Marroquín. En su domicilio de El Tigre se dedicó a diseñar moda, y en una faceta más “filantrópica” se dedica a escribir y dar conferencias sobre la necesidad de apartarse de las drogas.

Otros ejemplos en la ficción televisiva

Existe otra serie, muchísimo peor en todos los aspectos titulada La reina del Sur y basada en un libro de Pérez Reverte (el libro sí me gustó en su día), en la que se presenta a todos estos narcotraficantes y “narcotraficantas” como auténticos héroes y heroínas así como la película Sicario y tantos y tantos ejemplos en los que se sacraliza al malvado, y por tanto a la maldad.

Y, por último, quiero hablar de Breaking Bad. Una serie en la que cualquiera de nosotros se podría identificar con el protagonista, al que le diagnostican un cáncer terminal y decide hacer algo para no dejar a su familia sin recursos. Hasta aquí la posible identificación, porque en lo que ya no lo es tanto es en la decisión que toma para hacer dinero en un plazo corto. Y es que, como él es químico de profesión, improvisa un laboratorio doméstico para fabricar metanfetaminas y venderlas en el mercado de las drogas.

Es tremendo cómo los guionistas montan un personaje con el que te encariñas y comprendes, a pesar de que según transcurren los acontecimientos el personaje se va convirtiendo en un capo de la droga en el estado de Nuevo México tan criminal como cualquier otro. Incluso te da mucha pena pensar que puedan matarlo.

Un personaje que es a la vez un héroe y un malvado. El resultado es que es una serie que ha durado 6 años y que en su momento batió récords de audiencia.

Comprendo la cruzada organizada por Juan Sebastián Marroquín porque resulta muy difícil escapar a tantas influencias si no tienes unos valores muy sólidos e inmutables. Porque es cierto que al marketing de las productoras de televisión no les tiembla el pulso a la hora de crear tipos monstruosos que ganen el afecto de la audiencia, que en definitiva es el tótem al que adorar, y yo como publicitario he vivido infinidad de veces, cómo la consecución de la audiencia justifica todo tipo de desmanes.

Vuelvo e insisto en la necesidad de hacer crecer los valores de cada uno, porque reafirmarse en ellos y transmitirlos a los hijos es la única defensa que nos queda ante la voracidad y codicia de las corporaciones del entretenimiento, que estoy seguro de que no van a hacer decaer este fenómeno, sino más bien al contrario: irá a más. 

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