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Una democracia en peligro no puede liderar

Ron DeSantis celebra su victoria en las elecciones de mitad de mandato de EEUU.

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Aunque la increíble demora en el recuento de papeletas –debida en parte a los votos por correo que en algunos distritos se pueden depositar hasta la jornada electoral, pero también a diversos fallos técnicos- no nos permite todavía tener resultados definitivos, parece que de las elecciones de medio mandato en EEUU, recientemente celebradas, podrían salir una Cámara de Representantes con mayoría republicana, si bien más exigua de lo que se esperaba, y un Senado en el que los demócratas mantendrían la igualdad –rota por el voto de calidad de la vicepresidenta Kamala Harris- o incluso la superarían si su candidato en Georgia confirma su ventaja en la segunda vuelta, que tendrá lugar en este Estado el seis de diciembre. Un resultado que está muy lejos de la “marea roja” anunciada por el ex presidente Donald Trump y esperada por la mayoría de los republicanos, y es mucho más ajustado que el de la mayoría de sus precedentes, ya que lo habitual es que el partido que detenta la presidencia reciba un castigo -a veces muy severo- en las elecciones intermedias. 

Este resultado, en un momento de malos datos económicos como la elevada inflación, refuerza la figura de Joe Biden, que ha pasado por épocas de popularidad extremadamente bajas. No obstante, tener la Cámara de Representantes en contra le va a causar muchos problemas, especialmente en el ámbito legislativo y presupuestario, ya que la Cámara goza de iniciativa en estos campos y su veto puede paralizar la Administración, como ya ha sucedido en el pasado. Incluso puede ser extraordinariamente importante en la próxima elección presidencial, no se puede olvidar el papel que juega el Congreso en la certificación de los votos electorales y la designación del presidente, que podría llegar a ser elegido directamente por la Cámara en el caso de que ningún candidato alcance los 270 compromisarios. Por otra parte, y aunque es bastante habitual, la cohabitación de dos partidos diferentes en el Ejecutivo y el Legislativo debilita a la nación internamente, y en consecuencia, también en su acción exterior.

No obstante, en el escenario internacional, los intereses de EEUU son, lógicamente, permanentes, y la política exterior de Washington, al menos en sus líneas fundamentales, cambia poco con uno u otro partido, aunque el tono, y algunos aspectos relevantes como su participación -o liderazgo- en foros o acuerdos multinacionales sean diferentes. La rivalidad con China, el apoyo incondicional a Israel, la influencia en Europa, la protección de la industria propia, son constantes que no van a verse afectadas. En lo que respecta a la guerra en Ucrania, la Cámara podría imponer un recorte de la ayuda financiera -no de la militar-, pero tampoco habrá grandes cambios por la nueva mayoría, aunque tal vez pueda haberlos en el futuro, con independencia del resultado electoral, en favor del inicio de negociaciones. Hay que tener en cuenta que la Presidencia ha ido adquiriendo en las últimas décadas mayor poder de hecho que el Congreso en las relaciones internacionales. El Senado tiene más capacidad de influir en estos asuntos, pero la Cámara tiene muy poca, más allá de las limitaciones presupuestarias, que en parte pueden ser sorteadas por el Ejecutivo.

Para el Partido Republicano (GOP), el aspecto más relevante -aparte del pobre resultado de la línea marcada por Trump- ha sido el importante éxito del gobernador de Florida, Ron DeSantis, en su reelección, que le impulsa como el principal rival del ex presidente en las primarias del partido, que deberán designar al candidato republicano para la elección presidencial de 2024. DeSantis pertenece al ala más derechista del GOP, es tan radical o incluso más que Trump, y mucho más peligroso para el sector progresista de la nación, porque es bastante más sólido política e ideológicamente, mientras que Trump es un oportunista, cuya única ideología es su propio interés o beneficio. El ex presidente llegó a pertenecer al Partido Demócrata, y solo ha apelado al apoyo de los extremistas cuando ha considerado que era la única vía para acceder al poder. El gobernador de Florida -católico de origen italiano- se opone al aborto, es partidario de favorecer la educación privada y religiosa, de bajar los impuestos a los ricos, contrario a la sanidad pública y a las ayudas sociales, y enemigo acérrimo de la inmigración. Esta última faceta es particularmente interesante, porque su holgada victoria en la reelección se debe al apoyo de buena parte de los hispanos, a los que, al parecer, no molesta mucho que se cierren las fronteras una vez que ellos ya están dentro.

Es posible que gente importante del GOP prefiera a DeSantis como candidato republicano en la elección presidencial de 2024. Sobre todo, porque es bastante difícil que Trump pudiera ganarla. No hay que olvidar que en 2016 obtuvo casi tres millones de votos menos que una pésima candidata como Hillary Clinton, aunque la peculiar democracia estadounidense le otorgara la presidencia a través del voto de los compromisarios, y en 2020 siete millones menos que alguien con tan poco carisma y atractivo como Joe Biden. Ahora, a su estilo estrafalario hay que añadir los efectos negativos de los procesos legales que tiene en curso, y de los disturbios asociados a su negativa a aceptar los resultados electorales, incluido el asalto al Congreso del seis de enero de 2021. Aunque públicamente una mayoría de los votantes republicanos todavía creen -o hacen como que creen- que hubo fraude electoral en 2020, son muchos más los votantes que ven todo este escándalo, y sus ataques a instituciones muy respetadas como el FBI o los jueces, excesivos e impropios de una institución como la Presidencia. 

DeSantis da una imagen mucho más seria e institucional, con la misma ideología, y podría ganar a un Joe Biden muy envejecido que da muestras cada vez más evidentes de senilidad, sobre todo si la situación económica se deteriora más en los próximos dos años. A no ser que el Partido Demócrata reaccione y busque a otro candidato con más posibilidades, aunque no queda mucho tiempo para darlo a conocer a nivel federal. Y no será Kamala Harris, porque sus posibilidades de ganar son prácticamente nulas.

No obstante, Trump parece decidido a dar la batalla, y tiene ciertas posibilidades de ganar las primarias del GOP porque ha tenido muchos años para tejer una red de apoyos políticos entre congresistas, gobernadores y otros cargos, con métodos casi mafiosos y, sobre todo, entre las bases republicanas, que adoran su estilo demagógico y populista. Aunque el resultado de las elecciones de medio mandato, y en especial la derrota de algunos candidatos apoyados personalmente por él, han sido sin duda un revés para sus ambiciones políticas, será difícil que ceda, a menos que tenga garantías sólidas de inmunidad para él y su familia, lo que no es fácil que consiga en la situación actual. Y es posible que sus seguidores causen disturbios si no lo consigue.

En todo caso, el daño ya está hecho. La mayoría de los candidatos por el Partido Republicano a las elecciones de medio mandato han declarado creer en el fraude electoral en 2020. Probablemente no sean sinceros, pero era lo que esperaban de ellos millones de estadounidenses que quieren creerlo así. Durante sus cuatro años de mandato -y en la medida en que le ha sido posible en los dos años que han transcurrido después-, Trump ha alentado lo peor de la sociedad: supremacistas, extremistas religiosos, conspiranoicos, negacionistas de distinto pelaje, racistas, policías violentos. Ha promovido -siempre en su favor- la fractura política más grave en la sociedad de EEUU desde el final de la guerra civil. Y esas son heridas que tardarán muchos años en cerrarse, si no se agravan y conducen a nuevos enfrentamientos civiles. No es exagerado decir que la democracia está en peligro en EEUU. Por mucho que se trate de una democracia imperfecta, es evidente que sirve de ejemplo y modelo en muchas partes del mundo. Un fracaso del sistema estadounidense sería devastador para la democracia en todo el planeta y para la estabilidad global.

A la vista de esta situación, y de la incertidumbre política al otro lado del Atlántico, la Unión Europea haría muy bien en no vincular demasiado su futuro al de su aliado americano. La guerra en Ucrania y el fantasma de la amenaza de Rusia -de nuevo sobrevalorada como en la guerra fría- han cortado de raíz los tímidos intentos de convertir a la UE en un actor global, y han arrojado a los estados europeos de nuevo en brazos de EEUU. Este es un efecto colateral de la agresión rusa muy conveniente para Washington, que necesita ineludiblemente el apoyo de Europa en su pugna con China. 

Ya se nos ha olvidado que Trump despreció a sus aliados europeos, y a la propia OTAN, pero ahora la mayoría de -al menos- la Cámara de Representantes va a estar en manos de sus seguidores.  Europa no puede confiar su seguridad en una potencia externa, cuyos intereses no tienen que coincidir necesariamente con los propios, cuyas decisiones lógicamente los europeos no pueden controlar, y que incluso podría entrar en un futuro no muy lejano en un periodo de inestabilidad. No se trata de una opción política, sino de un ejercicio de realismo. La Unión Europea no tiene alternativa a volver a impulsar su autonomía estratégica hasta tomar en sus manos las riendas de su futuro, sin más hipotecas ni condiciones que las que decidan sus propios ciudadanos.

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