Gobernar en coalición: la política en los tiempos del fin del bipartidismo
Los resultados de las elecciones generales del 28 de abril de 2019 dejaron un panorama favorable para las fuerzas definidas como progresistas, que lograron recabar con una gran movilización electoral la mayoría de apoyos frente a las derechas.
En estas nuevas elecciones generales se ha confirmado además que el bipartidismo, las mayorías absolutas y los gobiernos de partido único forman parte del pasado. Que en el Estado español se ha consolidado un nuevo sistema de partidos, mucho más plural, que exige superar las caducas formas de actuar en las instituciones y de relacionarse con el resto de actores propias del bipartidismo. Quien, pese a ello, pretenda seguir aferrado a los viejos marcos políticos, no solo estará cometiendo un error de carácter histórico: estará negando lo que la ciudadanía ha expresado con su voto en las urnas. Estará impidiendo que el futuro se construya sobre la base de la decisión popular democráticamente expresada, y estará, por tanto, anteponiendo sus intereses particulares al mandato popular.
Un claro ejemplo de esas viejas prácticas lo vemos nuevamente en el PSOE, que tras negar durante dos años (2016-2018) la posibilidad de una dirección de Estado alternativa a la de Rajoy -e incluso investirlo como presidente vía abstención-, recibió el Gobierno por parte de Podemos y otras formaciones por responsabilidad histórica, sin pedir nada a cambio. Desde entonces, el PSOE se dedicó a utilizar ese Gobierno del Estado como plataforma publicitaria para ganar unas elecciones y ahora pretende, con su tercer peor resultado histórico, gobernar en solitario, a la carta, con un gobierno que tendría el segundo menor apoyo parlamentario de la historia (solo superado por el precedente del propio PSOE estos últimos 12 meses, que tuvo que disolver las Cortes y convocar elecciones precisamente por la fragilidad que conlleva todo gobierno en minoría). ¿Para hacer qué? Esa es la cuestión.
La crisis de régimen y el auge de la extrema derecha
La política española vive inmersa desde 2011 en una crisis de régimen que no termina de cerrarse y que cada año que pasa va dejando nuevos elementos que contribuyen a la inestabilidad política. La irrupción de la extrema derecha como un actor electoral y con capacidad para determinar y condicionar Gobiernos a diferentes niveles ha sido el último ejemplo. Un hecho significativo a tener en cuenta dado que los resultados del 28A no podrían entenderse, en ningún caso, sin esta irrupción, y en concreto tras lo sucedido en Andalucía el 2 de diciembre. El lógico miedo a que Vox pudiera convertirse en un partido determinante para la configuración del próximo Gobierno español impulsó un voto de rechazo que supo capitalizar, desde las apelaciones al voto útil, principalmente el PSOE. Con ello se logró frenar, por ahora, la amenaza de la extrema derecha. Pero nos equivocaríamos si pensamos que ya está todo hecho y la diéramos por amortizada. El auge de la ultraderecha no es un fenómeno azaroso y así debemos entenderlo si de verdad queremos impedir que su crecimiento acabe por poner nuestros Gobiernos en sus manos.
La extrema derecha se alimenta de unas causas políticas bien concretas y crece a través de ellas. La inseguridad vital a las que las políticas neoliberales han abocado a las mayorías sociales, la sensación de “escasez” que generan, el abandono por parte del Estado que sienten vivir millones de personas, la falta de horizontes de futuro, la condena a tener que aceptar como síntoma de nuestros tiempos que las nuevas generaciones deberán vivir, por primera vez en siglos, peor que las anteriores, la precariedad, etc., nutren y abonan su crecimiento. En el caso concreto del Estado español, además, la situación política existente en Cataluña, para cuya resolución los diferentes partidos son incapaces de encontrar una salida democrática, sirve también de acicate para los discursos emocionales-identitarios que permiten su expansión. Por tanto, que nadie piense que a la extrema derecha se la enterró el 28A: solo cuando seamos capaces de acabar con las causas estructurales que le sirven de abono, podremos acabar con ella.
Aprovechar la oportunidad que blinda la legislatura: un Gobierno de coalición PSOE-UP
Si vemos los números que han salido del 28A tenemos por delante una oportunidad histórica. Las fuerzas que se consideran progresistas tienen una amplia mayoría absoluta que les permitiría realizar las profundas reformas sociales que necesita el país, así como abordar el conflicto catalán desde la política y no desde los tribunales.
Debemos aprovechar estos próximos cuatro años, con los números y los equilibrios votados por la gente el 28A, para hacer políticas que blinden y garanticen los derechos sociales, que devuelvan a la sociedad la seguridad perdida, que vuelvan a convertir al Estado, a diferencia de lo ocurrido en estos últimos 10 años, en un aliado de las clases populares. Igualmente debemos aprovechar la legislatura para iniciar el diálogo entre diferentes que permita sentar las bases para una resolución democrática y efectiva del conflicto político en Cataluña. Para ello es obvio que necesitamos un Gobierno estable y valiente, capaz de imponer estos cuatro ejes -el social, el territorial, el de género y el ecologista-, como prioridad. Y hacer políticas efectivas que contribuyan a ello desde el primer día. De lo contrario nos arrepentiremos años después.
Porque si el PSOE opta por Cs y, de una u otra manera Cs finalmente acepta, movido por las presiones de los poderes fácticos, ser parte de esa coalición de “Gran Centro” que propugnan como opción prioritaria los principales medios de comunicación y grupos de presión, ¿alguien cree que un Gobierno PSOE-Cs podrá dar respuesta a los graves problemas estructurales de precariedad, desigualdad e injusticia social que sufre España? Incluso si fuera el PSOE en solitario, ¿alguien cree de verdad que el PSOE quiera y pueda llevar a cabo una transformación real, profunda, de la economía del país, más allá de ajustes superficiales y cosméticos? ¿Alguien cree que el PSOE tiene la voluntad o la capacidad de abordar los retos constituyentes que requiere un Estado español plurinacional, feminista y ecologista para el siglo XXI? Sin el empuje de UP, imposible.
Porque no se trata solo de una cuestión de justicia democrática que el Gobierno que se forme sea proporcional a la correlación de fuerzas parlamentarias que ha votado la gente; porque no es solo cuestión de dar seguridad con un Gobierno amplio y fuerte frente a los ataques mediáticos y económicos (CEOE, Santander, caverna mediática, derechas extremadas, etc.) para evitar que a Sánchez le tiemblen las piernas y ceda a esas presiones volcándose a la derecha con Rivera. Porque no solo es una cuestión de mayor eficacia (la gestión compartida del gobierno enriquecería el mismo) y de racionalidad (sumar la mayoría numérica para sacar adelante la legislatura) sino que es una cuestión de interés general y sentido común.
No hay otra manera: es una necesidad de época. Un Gobierno con Unidas Podemos aseguraría una dirección de Estado inequívocamente comprometida con la protección de los derechos sociales y la aplicación de políticas de profundización democrática y justicia social. Toca hacer política con mayúsculas, dotar al país y a nuestra sociedad democrática de un horizonte de futuro y de progreso reales. Y solo un gobierno de coalición tendría las fuerzas necesarias para abordar los grandes retos y transformaciones que exige nuestra sociedad. También sería un Gobierno con mayor pluralidad y sensibilidad necesarias para la gestión del conflicto catalán y el avance hacia las soluciones democráticas. En concreto la coalición de gobierno entre PSOE y UP, que es la mejor valorada por la ciudadanía según el CIS, permitiría asegurar en esta legislatura cosas como:
Aprovechar la oportunidad histórica para impulsar las grandes transformaciones que necesita España en sentido de justicia social, con una dirección de Estado firmemente comprometida con esa causa y que siembre las bases para una hegemonía progresista a varias décadas vista.
Que las reivindicaciones del 15M y el 8M definan por fin las políticas de Estado y se materialicen garantizando vidas dignas y seguras para todas y cada una de las personas como derecho humano inalienable.
Que el Gobierno español sea un referente en Europa y en todo el mundo, de que otra política es posible; que el Estado español sea el dique frente a la ultraderecha y sobre todo frente a las causas que la hacen crecer (pobreza, precariedad, falta de horizontes de progreso individual y colectivo, etc.).
Cumplir los derechos sociales establecidos en la Constitución (mientras no sea posible un cambio constitucional profundo) y asumir los valores del republicanismo para abordar las reformas constituyentes que redefinan el Estado en lo social, lo territorial y lo político-democrático, articulando el nuevo modelo de país ecologista y feminista que debemos legar a las futuras generaciones.
El Gobierno de coalición, un concepto de época
En este contexto, la coalición está llamada a funcionar como concepto de época, como eje central cuyo significado, tanto material como simbólico, conjuga los valores y premisas fundamentales de la nueva cultura política. Los cambios socio-culturales que hemos vivido en el Estado español durante la última década no tienen vuelta atrás y nos han legado una nueva forma de entender y practicar la política, que obliga al reconocimiento, la colaboración y la lealtad entre las diferentes formaciones, las cuales deben ser capaces de entenderse para materializar las propuestas que benefician a la mayoría de la gente, para proteger el bien común. Los valores democráticos se imponen y obligan a desterrar el oportunismo, la soberbia y el desprecio de mirar por encima del hombro a los que menos tienen; viejas prácticas que la ciudadanía exige que superemos, y que deslegitimarán a quienes las sigan reproduciendo.
La coalición, por tanto, es la práctica político-institucional de esa nueva cultura política, que debe proyectarse en forma y contenidos desde esa coalición progresista que quieren la gran mayoría de los españoles. Una coalición sustentada en un acuerdo programático de gobierno –el contrato con la ciudadanía-, pero superando esa forma de influir desde fuera, de apoyar sin estar en el gobierno que la experiencia ha demostrado poco efectiva y suele derivar poco menos que en dar un cheque en blanco. Pues como afirma el politólogo Lluís Orriols, la única manera de garantizar que se cumpla un programa de gobierno es estando en el Gobierno. Porque lo importante no es que el PSOE firme un acuerdo para bajar el precio del alquiler de vivienda, de la electricidad, subir las pensiones al IPC por ley, derogar la reforma laboral, la ley mordaza, el voto rogado, universalizar la gratuidad de las escuelas infantiles de 0 a 3 años, etc., sino hacer realidad esos compromisos, plasmarlos en el BOE y asignar los recursos necesarios en los Presupuestos con el sustento de una amplia mayoría parlamentaria y un ejecutivo que nunca se desvíe de ese rumbo.
Pretender gobernar en solitario y en minoría, teniendo sobre la mesa el conflicto catalán (el mayor problema de Estado que se recuerda desde la Transición) y tras haber recibido un claro mandato de diálogo y pacto para abordarlo, es un ejercicio de irresponsabilidad de Estado. Pretender gobernar en solitario sobre la base del 'chantajismo variable', poniendo constantemente la espada de Damocles sobre Podemos y sobre el resto de partidos democráticos para después culparlos de la ingobernabilidad, es tomar el pelo a la gente. Pretender hacerlo, además, cuando las sumas están tan claras y son tan factibles, sin compromisos electorales que puedan inducir a tacticismos electorales inmediatos, es sencillamente una decisión irracional y equivocada. Que no puede llevar a otro lugar que a la inestabilidad permanente, a la incapacidad para abordar con garantías los problemas estructurales y urgentes que tiene esta sociedad y, por tanto, a no acabar con las causas que generan el auge de la extrema derecha.
Sánchez tiene ahora que decidir si prefiere cumplir con el mandato popular (que se acabó el tiempo de los gobiernos en solitarios) y de sus propias bases (“con Rivera No”), o prefiere aferrarse al sueño de un Gobierno en minoría del PSOE, incapaz de garantizar ni la estabilidad ni las reformas necesarias, y que tendría todos los números para acabar en pesadilla. Pero no ya para el PSOE, sino para el conjunto de la sociedad. Lo ocurrido durante los años 2008-2011 y todo lo sucedido a continuación hasta este pasado 28A debería servirle de lección. Los votos de uno siempre son prestados y las decisiones políticas de un Gobierno siempre acaban teniendo consecuencias a medio plazo. Que en este caso podrían ser verdaderamente trágicas. Ojalá no le vuelva ocurrir como le ocurrió tras el 20D, no se deje llevar por las presiones y los consejos de malos e interesados consejeros y acierte con su decisión. De lo contrario, nos tememos, ni a él ni a la sociedad le servirá de nada volver años después a pedir perdón en Salvados. El daño ya estará hecho, y sus consecuencias ya las estaremos sufriendo de forma irreversible.
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