Las grandes empresas, entre el crecimiento económico y el progreso social
Las empresas juegan un papel crucial en el camino que transcurre del dinamismo económico al progreso y el bienestar social. A través de la generación de empleo asalariado, del retorno a los accionistas y propietarios, y del pago de impuestos al Estado, las empresas devuelven a la sociedad el valor y los ingresos generados. Sin embargo, a pesar de la vuelta al crecimiento económico, las principales empresas españolas parecen priorizar el retorno de accionistas e inversores frente al resto, dificultando que la bonanza económica se traduzca en mayores niveles de bienestar social para una gran mayoría, ahondando en la desigualdad económica y social.
En 2014, la economía española retomó el crecimiento económico tras cinco años de números rojos en los que el país se sumió en una profunda crisis económica con una importantísima factura social. Muchas empresas tuvieron que cerrar y millones de personas se quedaron sin empleo, quedando al amparo de un estado del bienestar cada vez más limitado presupuestariamente y constreñido políticamente. La vuelta al crecimiento económico, reflejada en una mayor actividad económica, ha supuesto la creación de nuevas empresas y de nuevas oportunidades laborales en aquellas que consiguieron sobrevivir el temporal. La gran empresa española, a pesar de que algunas de ellas desarrollan parte de su actividad fuera de nuestras fronteras, también han notado este cambio de ciclo. Tan sólo en el último año, los beneficios de las 35 empresas que conforman el índice de referencia de la bolsa española (el IBEX 35) creció un 46%.
Estos beneficios son el resultado de restar de los ingresos obtenidos por la venta de servicios y productos, los costes necesarios para obtenerlos. Una parte muy importante de estos costes se refiere a los sueldos y salarios destinados a compensar el trabajo de las diferentes personas que intervienen en el proceso de producción. Así, por tanto, la evolución de los beneficios es el resultado de la evolución tanto de los costes como de los ingresos. Sin embargo, esta mejora de los resultados experimentada por las empresas del IBEX durante el pasado año contrasta con la evolución de los salarios de las personas que con su trabajo ayudan a obtenerlos. En promedio, los trabajadores de estas empresas apenas vieron sus salarios incrementados en un paupérrimo 0,3%. Simplificando, podemos decir que esta diferencia viene explicada por un incremento de los ingresos mayor a los costes. Es decir, las empresas del IBEX han sido capaces de mejorar sus resultados vendiendo más y mejor, pero manteniendo los sueldos de sus trabajadores prácticamente congelados.
Esta nueva realidad contrasta con la experimentada durante la época de crisis, cuando la justificación para los despidos y la congelación de salarios con frecuencia se fundamentaba en la necesidad de que los trabajadores se apretasen el cinturón. Las empresas vuelven a presentar abultados beneficios, pero para una gran mayoría de sus trabajadores esta es una realidad todavía muy lejana. Para entender mejor esta diferente evolución necesitamos conocer el destino de los beneficios. Las empresas se enfrentan a dos grandes opciones a la hora de decidir que hacer con ellos. Por un lado, los pueden retornar a sus accionistas en forma de dividendos. Al hacerlo, el valor de las acciones, y por tanto el de la empresa, sube en el corto plazo, pero esta variación no cambia su valor fundamental. Por el otro, los pueden reinvertir en el negocio, invirtiendo en programas de I+D para desarrollar nuevos productos y mejorar los existentes, o pueden invertir en las capacidades de sus trabajadores. Reinvirtiendo, las empresas aumentan sus probabilidades de continuar siendo competitivas y prepararse ante posibles cambios en sus mercados. A diferencia de los dividendos, el valor en bolsa de las empresas apenas cambia cuando se reinvierte en ellas.
De manera histórica, las empresas han ido repartiendo sus beneficios de manera más o menos equilibrada entre ambas opciones, proporcionando un retorno adecuado a sus accionistas, pero sin descuidar las necesidades propias para poder seguir siendo competitivas. Sin embargo, en las últimas tres décadas, como resultado de la creciente financierización de la economía, la maximización del retorno a accionistas ha ganado peso, pasando a ser la prioridad frente a cualquier otra opción. Las empresas del IBEX no escapan a este canto de sirenas, y de los cerca de 34.000 millones de beneficios conseguidos el año pasado, 23.000 millones fueron devueltos a sus accionistas en forma de dividendos.
Esta primacía de la retribución al accionista embarca a las empresas en una lógica cortoplacista que busca a toda costa beneficios inmediatos. Vincular un aparte importante de la retribución de los altos directivos al retorno de los accionistas no hace más que ahondar en este cortoplacismo, a la vez que impulsa las diferencias salariales dentro de las empresas. Mientras en 2014 la diferencia entre el salario máximo y el medio en las empresas del IBEX 35 era de 84 veces, en 2016 pasó a ser de 112. Si lo comparamos con las retribuciones de los altos directivos y los sueldos más bajos la diferencia es todavía mayor, crece de media hasta las 207 veces. Estas enormes diferencias apenas encuentran justificación razonable en el diverso aporte que cada trabajador realiza para conseguir estos resultados.
Si queremos que las empresas vuelvan a constituirse en el engranaje que facilita la transformación de crecimiento económico en progreso social en España necesitamos hacer frente a este perverso marco de incentivos. Para conseguirlo, resulta necesario reformar las leyes que regulan el gobierno corporativo de las empresas de manera que la retribución de accionistas se alinee mejor con los sueldos y salarios de los trabajadores. De todos, no tan sólo de los altos directivos.