Imaginar, crear, saber ver: lo que podemos ganar (o perder) con la ley de Educación
¿Se imaginan una ciudadanía crítica, educada ante las imágenes que recibe todos los días en sus dispositivos móviles? ¿Una ciudadanía que pueda disfrutar de la estética de una obra pero, a la vez, analizar un contenido que la confronte con su ética? ¿Una ciudadanía que pueda enfrentarse con valentía y criterio a imágenes que jerarquizan o denigran a un colectivo, un género o una procedencia? ¿Se imaginan a jóvenes creadores que puedan renovar una mirada sobre el mundo?
Eso es lo que la educación artística y visual garantiza: aprender a observar, comprender las relaciones entre forma y contenido, pensar visualmente, actuar creativamente sin miedo a lo nuevo, comprender la cultura que nos rodea a la vez que somos capaces de interpretarla.
La ausencia de las artes en la llamada Ley Celáa es una muestra clara de la falta de alineamiento entre pensamiento y palabra, que derivará en consecuencias devastadoras si no lo remediamos. Creemos que quienes la han redactado, miembros de un gobierno abiertamente progresista, aún no son conscientes del efecto que, sobre las futuras generaciones, puede tener esta ley. La falta de coherencia está en que su pensamiento es progresista pero su palabra (el negro sobre blanco de la ley), es profundamente conservador, está obsoleto desde una perspectiva internacional. Se trata, sencillamente, de garantizar que las futuras generaciones sean competentes en los ámbitos cultural y creativo, en un mundo marcadamente audiovisual.
Si no lo remediamos, dentro de 10 años -tiempo en el que se forma una generación-, la población española no sabrá imaginar, no tendrá capacidad para enfrentarse a la incertidumbre, ni podrá crear contenidos culturales. Los ciudadanos tendrán serias dificultades para ser creativos y desarrollar un pensamiento divergente; su mirada será seriada, triste y gris. Mantendrán una actitud acrítica e irreflexiva ante los mensajes publicitarios. Vivirán carentes de sensibilidad hacia sus creadores en el presente y hacia su patrimonio histórico. No tendrán competencia alguna para reconocerse en sus culturas y carecerán de referentes identitarios propios. No habrán adquirido la formación y capacitación necesarias para contribuir al patrimonio cultural común, para legarlo y menos aún para ponerlo en valor.
Dos problemas de fácil solución
¿Se imaginan que impartiese música alguien que no supiera leer una partitura? ¿Y que la educación física fuese enseñada por maestras y maestros que no diferenciasen los fundamentos del fútbol de los del rugby? ¿O aprender matemáticas de manos de un profesor que no fuese capaz de multiplicar o dividir? ¿Y que nos enseñase a leer y escribir alguien que cometiese faltas de ortografía? ¿O que tuviese la misión de sensibilizarnos antes nuestros bienes culturales alguien que ni siquiera los conociera, menos aún los comprendiera y no los valorase? Es impensable y, sin embargo, esto va a suceder con las artes. En efecto, para enseñarnos a ser creativos, no tenemos un maestro o maestra especialistas en los procesos de estimulación de los procesos cognitivos que conducen a la creatividad. Nos enseñan a interpretar la publicidad o el cine maestros y maestras que no se han formado en contenidos tan técnicos como el lenguaje audiovisual o la ciencia publicitaria. Todo esto sucede porque en este país no existe una especialización en educación artística y cultura visual para los maestros y maestras de Primaria y primeros cursos de ESO, lo que deriva en una formación precaria para nuestros menores. Ese es nuestro primer problema, de fácil solución: solicitamos que se incluya un especialista en Educación Plástica y Visual en Educación Primaria dada la especificidad, carácter técnico y alta especialización de los contenidos que se vinculan al cumplimiento del objetivo general de la etapa, particularmente la competencia clave en conciencia y expresiones culturales (CEC), así como la adquisición de nociones básicas de la cultura, el sentido artístico, la creatividad y la afectividad.
En este país, tal y como está redactada la Ley, habrá niñas y niños que no desarrollarán jamás sus capacidades perceptivas, expresivas y estéticas, no se potenciará el desarrollo de su imaginación, creatividad e inteligencia emocional, ni el razonamiento crítico ante la realidad plástica, visual y social; no tendrán las destrezas necesarias para usar los elementos plásticos como recursos expresivos para el disfrute y análisis crítico del entorno natural, social y cultural porque la Educación Plástica, Visual y Audiovisual no es obligatoria en el proyecto de Ley de Educación en 1º, 2º y 3º de ESO. Tampoco figura como obligatoria en 4º de ESO ni en Bachillerato, por lo que no se garantiza el desarrollo de las competencias creadoras (curiosamente fundamentales para esa misma ley), culturales y de alfabetización visual a partir de los 12 años, edad crítica para construir la personalidad de los que pronto serán adultos.
¿Es posible justificar que una competencia sea clave, fundamental y estructural pero no se garantice su desarrollo? ¿No supone eso una inconsistencia normativa? Ese es el segundo problema, la optatividad, y tiene fácil solución: que la asignatura Educación Plástica, Visual y Audiovisual sea obligatoria en las etapas de ESO y Bachillerato demostrando, con su carácter no opcional, que verdaderamente es importante y fundamental.
Es obligación de un Gobierno responsable garantizar que las artes estén presentes en el currículum, dando efectividad a aquellos contenidos que van a permitir que los ahora menores y adolescentes sean competentes y estén formados para una sociedad del siglo XXI, no del XIX. Una sociedad que reclama en los ámbitos social, económico y empresarial la creatividad, que necesita una ciudadanía altamente competente en un mundo tecnológico marcadamente audiovisual y que tenga nociones básicas de su cultura, para conservarla, ponerla en valor, legarla, renovarla y conformar su identidad. Somos la tercera potencia mundial en patrimonio cultural y estamos entre las diez primeras en cultura; no merecemos esta ley de bajo coste para las artes.
Nuestro sentido de Estado y responsabilidad científica nos animan a seguir reivindicando estas cuestiones e implicando a cuantos agentes sean necesarios para garantizar que la formación de las futuras generaciones en la competencia cultural y artística, así como en la formación audiovisual y la capacidad creadora, sean las que merece una sociedad progresista como la nuestra y a la que entendemos que el actual gobierno representa. ¿Se imaginan una ciudadanía creativa, que ha aprendido a detenerse a observar, juzgar y reflexionar crítica y detenidamente, lo que sucede a su alrededor? ¿Se imaginan jóvenes que inventen, creen, compartan ideas sobre nuevas visiones y futuros? No podemos permitir un futuro ciego, necesitamos la luz de la cultura desde el instrumento natural para su adquisición: la Ley de Educación.
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