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La intervención con hombres adultos: un reto complejo pero posible

Una mujer en la manifestación del Día Internacional de la Mujer / Olmo Calvo

Javier Maravall Yáguez

Doctor en Historia Contemporánea y especialista en estudios de la Condición Masculina y Violencia de Género, Fundación Luz Casanova —

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Hace algunos años, el entonces Ministerio de Sanidad publicó diversas investigaciones basadas en en el posicionamiento de los hombres respecto a la igualdad y la violencia de género. De esos estudios, se concluían dos grandes premisas. La primera decía que un tercio de los hombres consultados acababan justificando las actuaciones relacionadas con la violencia y la desigualdad de género como fenómenos derivados de la corresponsabilidad de hombres y mujeres en su convivencia.

Afirmaba que era una consecuencia lógica y natural de la especie humana que, por definición, se presentaba como violenta y territorial cuando se trataba de definir el lugar existencial del varón. La segunda reconocía que la gran mayoría de los hombres adultos, pese a recibir cuidados de sus respectivas parejas o mujeres cercanas, no otorgaba el mismo trato a las personas que decían amar. En otras palabras, no percibían ese trabajo como una fórmula de maltrato y discriminación.

Partían, en la mayoría de los casos, de un supuesto determinismo biológico que haría imposible una igualdad real en nuestra sociedad. Defendían aquello de que las mujeres son de Venus y los hombres, de Marte. Bien, para romper esos estereotipos y dentro del trabajo de la Fundación Luz Casanova por prevenir y erradicar las diferentes violencias y discriminaciones machistas, empezamos a trabajar en el año 2018 con chicos jóvenes de entre 12 y 20 años. No es fácil, pero tras aprender y desaprender con ellos, su agresividad se redujo: aprenden nuevas masculinidades.

No obstante, hace unos meses, a partir de la demanda de un grupo de hombres adultos en situación de riesgo social de entre 25 y 65 años de edad, montamos un taller piloto para extender la iniciativa a hombres mayores. Y aquí, las preguntas son múltiples: ¿es posible que un hombre de mediana edad pueda transformar sus percepciones, actitudes y comportamientos sobre la desigualdad y la violencia de género? ¿Cuáles son los obstáculos prevalentes y las estrategias más efectivas para favorecer su compromiso e implicación? ¿Qué costes y beneficios plantean los hombres al revisar el significado y el ejercicio práctico de la masculinidad aprendida, particularmente cuando se relacionan con las mujeres de su entorno más próximo? ¿Qué esperan y ofrecen cuando se trata de cuidar y autocuidarse?

Sin ninguna certidumbre, comenzamos un taller denominado Grupo de Reflexión y Diálogo: los cuidados y autocuidados en las relaciones interpersonales. El objetivo era doble: por una parte se buscaba ofrecerles espacios de descompresión emocional en relación a sus vidas afectivo-sexuales. Pero además, se pretendía impulsar su aprendizaje y compromiso por la igualdad y los buenos tratos.

Pese a que el proyecto se encuentra en sus inicios y solo se han realizado las primeras sesiones, se van viendo algunas realidades y pautas por las que hay que seguir para rebajar sus posibles niveles de violencia. Para empezar, los hombres acuden al grupo con mayor motivación cuando se les plantean metodologías abiertas y desestructuradas en donde ellos tengan la posibilidad de decidir sobre qué asuntos quieren trabajar. Se implican más si se les invita a participar en experiencias en donde pueden lograr ganancias personales como un aumento de su bienestar físico o psicológico, una mejora de sus respectivas relaciones interpersonales y/o de su salud en general. Vemos también que los discursos teóricos cerrados en relación al origen de la desigualdad y la violencia de género y la terminología derivada de ese ámbito, genera resistencias, ya que perciben el taller como un espacio de adoctrinamiento y no de promoción y mejora personal.

Asimismo, existen dos temáticas recurrentes en cuanto a las relaciones de género que motivan y movilizan. La primera es la sexualidad, un asunto en el que ellos han ido aprendiendo de forma autodidacta y donde concluyen que es imposible que exista igualdad. Asumen que, por biología, hombres y mujeres estaríamos abocados a vivirla de manera distinta. Y ojo, el peligro es que esta percepción puede ser utilizada como argumento para justificar acciones sexuales discriminatorias cuando no violentas. Es fácil escucharles que “las mujeres utilizan su sexualidad como un mecanismo de control hacia los hombres”.

En cuanto a los cuidados, hablan de las dificultades que entrañan la llegada de los hijos e hijas o personas dependientes en las relaciones de pareja; reconocen que no cuidan o han cuidado a esas terceras personas lo suficiente y aluden también a supuestos obstáculos que no dependería de ellos superarlos. Escuchamos alegaciones tipo: “mi pareja no me deja”; “no termina de confiar en mí cuando se trata de los niños”; “los hombres somos más despistados”, “ellas por su idiosincrasia cuidan mejor…”

Pero aunque estos discursos están presentes durante las primeras sesiones, según avanza el taller, la mayoría de los participantes van dejando mayor margen a la duda y a la reflexión. Dan paso así al cuestionamiento propio en un clima abierto donde no se les ha señalado como machistas. Un ejemplo claro es el que tiene que ver con quiénes les han cuidado a ellos y cómo han ido interactuando con las mujeres más cercanas de su entorno, fueran o no pareja sentimental. No hay duda, al hacerse revisar los participantes reconocen figuras femeninas cuidadoras que les han aportado bienestar. De esa forma, van poniendo en valor el trabajo de cuidados al tiempo que empiezan a cuestionar lo que ellos mismos, desigualitariamente, han aportado.

Aunque todavía es temprano para determinar qué efectos concretos tendrá esta experiencia en los hombres participantes y, particularmente, en su manera de relacionarse con las mujeres, sí se puede decir que la asistencia y compromiso es ya un paso. En este ejercicio de “hablar de uno mismo”, pero también de “escuchar al otro”, se potencia el autoconocimiento, la autoestima y la empatía hacia el compañero, lo que finalmente aporta un aumento de su bienestar personal y la posibilidad de un cuestionamiento propio más profundo.

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