Irán-Israel: una escalada peligrosa
Confirmando los temores expresados por EEUU y otros países, en la madrugada del domingo, 14 de abril, Irán lanzó un ataque con más de 300 misiles balísticos y drones contra Israel, como represalia al ataque aéreo israelí al consulado iraní en Damasco (Siria), el 1 de abril, en el que murieron trece personas, entre ellas Mohamed Zahedi, alto mando de la Guardia Revolucionaria iraní y principal enlace de los ayatolás con la milicia chií Hizbullah, resultando destruido el edificio del consulado.
El previsible fracaso del ataque iraní –la mayoría de los drones y misiles fueron interceptados y ninguno causó daños significativos– no puede ocultar el hecho de que se trata de una escalada muy significativa en el largo enfrentamiento entre ambos países. Por primera vez, Irán lanza un ataque sobre suelo israelí desde su propio territorio, dando así argumentos a Israel para recabar un apoyo internacional que estaba en franco deterioro por su criminal actuación en Gaza, subsecuente a los atentados terroristas que sufrió el 7 de octubre. La amenaza de un conflicto generalizado en la región –con focos activos en Gaza, Cisjordania, sur del Líbano, Siria y Yemen– sube de temperatura y puede quedar fuera de control.
No obstante, por el momento la crisis parece controlada. Teherán tenía que responder de alguna manera al ataque a su consulado en Damasco, pero la respuesta ha sido limitada y anunciada, de modo que no causara daños suficientes como para obligar a Israel a dar un paso más en la escalada. Tampoco parece que en estos momentos Irán esté en condiciones de hacer mucho más, al menos cualitativamente. El sofisticado dispositivo de defensa aérea y antimisiles israelí, incluido el sistema conocido como “cúpula de hierro”, auxiliado en este caso por sus aliados –EEUU, Reino Unido, Francia– desde sus bases o buques en la zona, puede neutralizar fácilmente –como se ha demostrado– un ataque lanzado desde más de 1.500 kilómetros de distancia, que tiene que sobrevolar como mínimo Irak y Jordania, lo que ofrece un tiempo de reacción muy amplio. Aunque lograra saturar las defensas aéreas de Israel, lo que es muy inverosímil –necesitaría al menos multiplicar por diez el volumen del ataque–, los daños serían limitados por la escasa precisión del armamento iraní actual.
Irán sigue siendo el principal –y casi único– enemigo de Israel, descontando las milicias y grupos armados que le hacen frente, apoyados en su mayoría por Teherán. Con la ayuda de su gran valedor americano, Israel ha conseguido ir neutralizando la hostilidad de sus enemigos árabes. Los tratados de paz con Egipto (1979) y Jordania (1994) –que han pasado de la confrontación a la cooperación– fueron seguidos en 2020 por los llamados “Acuerdos de Abraham” con los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos, que normalizan las relaciones diplomáticas y comerciales del Estado judío con estos países.
A partir de ahí, comenzaron los contactos diplomáticos con Arabia Saudí –y subsidiariamente con Catar y Omán– que estaban a punto de conducir a un acuerdo de paz cuando fueron interrumpidos bruscamente por el estallido de la crisis de Gaza, en octubre de 2023. El reino saudí ha hecho muy poco –o más bien nada– por defender a los palestinos que están siendo masacrados en Gaza, pero, formalmente, quien pretende ser el líder religioso e ideológico del islam no puede aceptar su exterminio y ha hecho saber que un acuerdo de paz no será posible sin el reconocimiento del estado palestino, Cuando termine este episodio sangriento, los contactos se reanudarán, y entonces se verá si la firmeza de Riad en la defensa de la solución de dos estados prevalece sobre sus intereses. De todas formas, hasta que haya un acuerdo formal, Israel no tiene nada que temer por esa parte. Para Arabia Saudí es mucho más importante el enfrentamiento con su rival histórico, Irán –el líder de la esfera chií– que una hipotética confrontación con Israel sin ninguna posibilidad de éxito y que le podría granjear la hostilidad de EEUU y de Europa. De hecho, la crisis actual entre Irán e Israel propicia un nuevo acercamiento –discreto– entre el estado judío y Arabia Saudí, que comparten el mismo enemigo.
Líbano ha sido prácticamente destruido como Estado desde la guerra de 1982 y la subsiguiente ocupación israelí hasta 1985 en el marco de su larguísima guerra civil, y está a merced de Israel. Como lo está Siria desde la guerra de Yom Kipur (1973) y, sobre todo, a raíz de su debilitamiento por la guerra civil que comenzó en 2011. Israel ha atacado a ambos países cuando ha querido, en 2006 por tierra y aire al Líbano, e innumerables veces por aire a Siria, como el último bombardeo en Damasco, que ha dado paso a la crisis actual con Irán. Ninguno de los dos representa un peligro sustancial para Israel, pero en ambos hay milicias armadas hostiles, de confesión chií, que mantienen un nivel alto de amenaza. La más importante de ellas, Hizbulá, lanzó en la madrugada del domingo algunos centenares de cohetes contra territorio israelí coincidiendo con el ataque iraní, aunque nunca ha querido involucrarse en la defensa –indirecta– de los palestinos en la guerra de Gaza. Estas milicias, junto con otras chiíes de Irak y el débil estado sirio forman con Irán el llamado “eje de resistencia”, en el que también hay que incluir a los hutíes de Yemen e incluso a los movimientos palestinos Hamás y Yihad Islámica, que, aunque son sunníes, tienen el apoyo de Teherán por aquello de que “el enemigo de mi enemigo...”.
Si consiguiera neutralizar a Irán, Israel se quedaría prácticamente sin enemigos relevantes. Aunque eso no resolvería su principal problema, que es que los palestinos no van a desaparecer
Nada le gustaría más al Gobierno de Israel que acabar con el régimen iraní de los ayatolás. Eso le daría vía libre para imponerse casi definitivamente a sus milicias afines y terminar de dominar su entorno geográfico. Si consiguiera neutralizar a Irán, Israel se quedaría prácticamente sin enemigos relevantes. Aunque eso no resolvería su principal problema, que es que los palestinos no van a desaparecer. Van a seguir existiendo, y, es más, por cada uno que maten, nacerán dos. La cuestión palestina es el origen, la causa última, de todos los conflictos de la región. Y no se resolverá por las armas.
No es que Irán sea por ahora un peligro existencial para Israel, pero lo sería si desarrollara armas nucleares, y en todo caso es una amenaza latente y persistente. El Gobierno israelí se opuso radicalmente al Plan de Acción Integral Conjunto firmado en 2015 entre los cinco miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas –más Alemania y la UE– con Irán, precisamente para evitar que desarrollara armas nucleares. Probablemente como consecuencia de la posición israelí, el presidente Donald Trump retiró en 2018 a EEUU del acuerdo, a pesar de la protesta del resto de los firmantes, y en particular de la UE, que no habían visto ningún incumplimiento por parte del régimen chií. Para Israel, el Plan no ofrecía suficientes garantías y –sobre todo– podía permitir que el régimen iraní se consolidara y fuera aceptado por los países occidentales, lo que representaría un mal mayor. Del mismo modo que el régimen de los ayatolás desea la destrucción total de Israel, Israel desea la destrucción total del régimen de los ayatolás, sin concesiones.
Pero no es el momento. Enzarzado Israel en la guerra de Gaza, con una imagen internacional gravemente deteriorada por la matanza indiscriminada de civiles –más de 15.000 niños–, con el presidente Joe Biden en período electoral –presionado por los lobbies israelíes, por supuesto, pero también por sus electores liberales o de origen musulmán–, no se dan las condiciones para la confrontación. Si Israel lanza un contraataque para responder al iraní será de carácter limitado y pactado previamente con Washington. EEUU no puede permitir ahora un conflicto que incendiaría todo Oriente Medio y podría tener repercusiones globales, tanto políticas y militares como económicas muy graves.
Si ampliamos el foco, vemos cómo Irán está alineándose con Rusia en su invasión de Ucrania, y que es miembro –desde 2023– de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), junto con China, Rusia, India, Pakistán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Aunque la OCS no se define como una alianza militar, sino económica y de seguridad, parece que los últimos acontecimientos geopolíticos están perfilando un bloque, todavía no muy sólido, que incluiría más del 40% de la población mundial, y un 30% del PIB, enfrentado al de poder e influencia de la todavía primera potencia mundial, EEUU, y sus aliados. Una rivalidad que podría cambiar en el futuro la relación de fuerzas actualmente existente y dibujar un nuevo escenario global. Irán estaría en uno de los lados, Israel en el otro.
En este escenario, la UE se ve una vez más inerme y limitada a hacer un seguidismo acrítico de las políticas de Washington y Londres, aunque vayan en contra de sus intereses"
En este escenario, la UE se ve una vez más inerme y limitada a hacer un seguidismo acrítico de las políticas de Washington y Londres, aunque vayan en contra de sus intereses, ya que carece de la fuerza necesaria para poder plantear con credibilidad sus propias posiciones en ninguna de las crisis actualmente existentes, ni en relación con la gobernanza global futura, y además le falta unidad y cohesión interna para plantearse siquiera una acción común. Involucrada en la guerra en Ucrania más allá de lo razonable – véase la posición del presidente francés Enmanuel Macron– y con dudas sobre cómo abordar su autonomía estratégica, los estados miembros de la UE viven la actual crisis de Oriente Medio desunidos, con angustia e indecisión. Mientras Alemania –seguramente por razones históricas– ofrece un apoyo sin límites a Israel, secundada por algunos como Austria, República Checa, Países Bajos..., otros, como España, Bélgica, Irlanda, abogan por un alto el fuego inmediato en Gaza y por buscar una solución política para Palestina y para toda la región, que evite la catástrofe. La Unión es incapaz de emprender acciones concretas para favorecer la distensión.
Los europeos solo sabemos condenar, eso lo hacemos bien. Condenamos los atentados terroristas de Hamás, condenamos la brutal represalia israelí, condenamos el ataque de Irán a Israel y hacemos llamamientos a evitar la escalada. Lo que coloquialmente se llama clamar en el desierto. Europa sería la primera perjudicada por el estallido de un conflicto generalizado en Oriente Medio, después de sus habitantes, por supuesto, pero está a expensas de lo que hagan otros. La retórica, las condenas, no sirven de nada. La UE tiene los medios políticos y –sobre todo– económicos y comerciales para influir directamente en los actores regionales y extrarregionalas de esta crisis, siempre en favor de acuerdos que dibujen un futuro estable, seguro y en paz. Solo falta la voluntad de aplicarlos.
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