Latinoamérica: hacia la tercera ola del siglo XXI
Las últimas décadas del siglo XX no permitieron predecir lo que viviría el continente latinoamericano al comenzar el nuevo siglo. El viraje conservador en el mundo tuvo su reflejo en una América Latina convertida en la región del mundo con más gobiernos neoliberales. Y en su versión más radical.
Chile, de ser uno de los países más equitativos del continente, se convirtió en uno de los más desiguales. Argentina perdió su autosuficiencia en combustibles fósiles. Todos los países del continente sufrieron graves retrocesos, perdiendo peso a escala mundial. Ninguno de sus presidentes cuestionaron el orden global establecido.
Ni Carlos Menem en Argentina, ni Fernando Henrique Cardoso en Brasil, ni Alberto Fujimori en Perú, ni Carlos André Perez en Venezuela... todos se subordinaron a las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de Estados Unidos. El neoliberalismo alcanzó prácticamente a todos en el continente. Los ajustes fiscales gobernaron las economías, consolidando la desigualdad en el continente más desigual del mundo.
Haber sido víctima privilegiada de los cambios conservadores en el mundo ha permitido que Latinoamérica se haya convertido en escenario de la irrupción espectacular de los únicos gobiernos de izquierdas en la primera década del siglo XXI. Un ciclo virtuoso de crecimiento económico e inclusión social único en el mundo.
Y al igual que no se pudo predecir cómo se podría salir de las trampas del neoliberalismo allá en los años noventa, tampoco fue fácil adelantar que gobiernos que tanto éxito cosecharon en la primera década del siglo XXI terminarían por ser desplazados por nuevos proyectos conservadores.
Ahora, la discusión se ha desplazado a si los virajes en Argentina, Brasil o Ecuador, además de las dificultades que atraviesa Venezuela, Bolivia o Uruguay, habrían agotado el ciclo de gobiernos neoliberales.
Un nuevo ciclo conservador no podría tener un recorrido largo al ser un modelo que ya ha evidenciado que no logra conquistar bases sociales de apoyo. La derecha ya ha demostrado no saber renovarse, no disponer de otro modelo mas allá del neoliberal. Así, el ciclo, reabierto de golpe con la victoria de Mauricio Macri en Argentina, seguido por el golpe contra Dilma Rousseff en Brasil, el Gobierno de Michel Temer y de Lenín Moreno en Ecuador, tuvo un apogeo corto y pasó rápidamente a su agotamiento y declive.
Ni la victoria electoral de Bolsonaro en Brasil, incluso en las condiciones de ilegalidad en las que se produjo, logrará dar nuevo impulso a esa ola conservadora. Sin embargo, de nuevo como en la década de los noventa, sigue sin estar claro cómo se saldrá de este ciclo. Y no por el apoyo con el que los gobiernos neoliberales contaban y ahora ya no, sino por el esquema de blindaje político y jurídico que promueven.
Los mejores presidentes que Argentina, Brasil y Ecuador jamás han tenido, favoritos para volver a presidir a sus países, son perseguidos brutalmente en lo jurídico, en lo político, en lo mediático. Lula está preso y condenado sin pruebas, Cristina es perseguida por todos los frentes, Rafael está asilado en Bélgica.
¿Cómo revertir esta situación, con todos los líderes perseguidos de esta manera? ¿Cómo impedir la judicialización de la política? ¿Cómo restablecer la democracia plena en esos países? ¿Cómo impedir que ese tipo de gobierno conservador llegue a Bolivia y a Uruguay?
En otros momentos negativos tampoco han aparecido en el horizonte vías de escape. Los años noventa parecían virar definitivamente hacia una página de la historia en la que la izquierda quedaba desplazada. Sin embargo, encontramos la forma de enfrentarnos y superar el modelo universal, considerado definitivo en tantas otras partes del mundo.
Un gobierno como el de Macri fue apresuradamente considerado como la nueva cara de la derecha argentina. El Partido de los Trabajadores y Lula fueron también, rápidamente, considerados como superados en la historia brasileña. Rafael Correa fue atribuido al pasado de Ecuador. Y, sin embargo, los tres, Lula, Cristina y Rafael, siguen liderando las encuestas de intención de voto en sus países, y contando con apoyos mayoritarios. La memoria de las personas los recuerda como los mejores que gobernaron para la gran mayoría. Mientras que Macri, Temer, Bolsonaro o Moreno, que pierden apoyos con rapidez, pasarán sin dejar rastro en la historia de esos países.
Le toca a la izquierda profundizar en la reflexión y el conocimiento actualizado de la situación concreta de sus países, para reconstruir su capacidad hegemónica, la misma con la que han logrado construirse en la primera década del siglo. Las elecciones presidenciales de octubre en Argentina, Bolivia y Uruguay definirán cómo llegará el continente al final de la segunda década de este siglo y cómo se dibujará el futuro de toda América Latina.