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Pedaleando por un Tajo vivo

Vista del río Tajo en la provincia de Toledo, febrero 2016

Raúl Urquiaga

Por séptimo año consecutivo ha tenido lugar la Ecomarcha. Durante dos semanas, organizadas por Ecologistas en Acción, un centenar de bicicletas recorre distintos puntos de la Península Ibérica con el objetivo de conocer y denunciar conflictos ambientales y sociales de los territorios por los que se pasa. Al ritmo pausado del pedaleo, se descubren luchas ecologistas, se conoce a gentes que dan su alma para evitar la degradación de sus comarcas, a movimientos sociales que trabajan para hacer mejor sus pueblos y ciudades. No se trata de hacer cicloturismo y ni mucho menos de una marcha deportiva. Es un grupo unido de activistas que se trasladan en un medio de transporte sostenible al encuentro de la realidad ambiental de los territorios. “No somos turistas, somos activistas”, se corea en el pelotón.

El grupo es variado y heterogéneo. Gentes de diversas procedencias, de aquí y de allí y de más lejos. Todos los rangos de edad tienen cabida en la Ecomarcha: niños y niñas que pedalean junto a sus padres, adolescentes que son los más dispuestos para colgar una pancarta en lo más alto, jóvenes de entre 20 a más de 60 años. E, incombustible, está Mariano que, un año más, es acompañado por su nieto.

Entre pedalada y pedalada da tiempo para mucho. Se comparten vivencias, anhelos y sueños; se consolidan y se hacen amistades eternas; se charla de los temas más profundos y de los más banales; se canta, se ríe y se respira con fuerza. Lo material es ofrecido y repartido entre el grupo, con humildad y sin esperar nada a cambio: yo tengo un queso artesano, yo he comprado una sandía recién salida de un huerto, ahí va otra ronda de cervezas, te arreglo los frenos de tu bici, te ayudo a cambiar un pinchazo... Y al dormir, hay un suelo comunitario en un polideportivo, ofrecido generosamente por el vecindario de los pueblos.

Por un Tajo vivo

La Ecomarcha de este año ha discurrido siguiendo el trazado del curso bajo del río más largo de la Península. Un recorrido de más de 500 kilómetros entre Navalmoral de la Mata (Cáceres) a Lisboa, a la vera de un río mancillado, domesticado y moribundo. Como casi siempre, cuando la codicia humana pone sus garras en nuestro patrimonio fluvial, siempre salen perdiendo nuestros ríos... y sus gentes.

Partimos del cacereño Campo Arañuelo. A esta altura el río Tajo baja exhausto por la presión del trasvase Tajo-Segura, las aguas mal depuradas de la Comunidad de Madrid y los intensivos cultivos de regadío de su curso medio. Pero aquí se encuentra con otra de sus espadas de Damocles, los dos reactores nucleares que se levantan en Almaraz. Un forma de obtener energía obsoleta y anacrónica que supone un peligro inasumible en una sociedad que se dice avanzada.

Monfragüe, paraíso natural para las aves. Pero el río Tajo no existe. Desde muchos kilómetros antes, no es más que un continuo de grandes embalses para aprovechamiento hidroeléctrico. En su gestión no intervienen criterios de conservación. Muros de hormigón que han desnaturalizado la fauna fluvial y que han acabado con sus bosques de ribera. Agua que solo fluye si interesa para producir energía. Si no interesa, pues que no fluya.

Entramos en Portugal. Dejamos atrás extensas dehesas de encina y alcornoque. Donde hubo bosque mediterráneo ahora solo hay eucaliptales y fuego arrasador. Varias fábricas de celulosa contaminan las mermadas aguas del Tajo. Incendios provocados, eucaliptos y papeleras. Un trío que se retroalimenta para que unas pocas manos se llenen de billetes.

A golpe de pedal somos testigos de más amenazas: minería de uranio en Nisa, centrales térmicas en Pego, cultivos transgénicos en la vega baja, regadíos insostenibles regados a golpe de agroquímicos.

Finalmente entramos en Lisboa. Aquí y allí hemos ido dejando nuestro mensaje. Es posible un Tajo sin nucleares. Queremos un río vivo, con agua para la vida; un río que una territorios, un río que sea vivido por sus gentes. Podemos conseguirlo si todas las manos empujamos en la misma dirección. El año que viene las bicicletas de la Ecomarcha rodarán por otros lugares con otros problemas y amenazas, pero persiguiendo un mismo objetivo: conseguir un mundo hermoso.

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