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Poderosas

Cadena humana feminista en el Paseo del Prado de Madrid.

Pilar Llop

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Siempre he vivido rodeada de mujeres poderosas. Ejercen su liderazgo sin saberlo. Las imagino sonrojándose si alguien les hace notar su enorme capacidad de influencia y la luz que irradian a su alrededor. Casi avergonzadas por ello o, sencillamente, desacostumbradas.

Los atributos del liderazgo, construidos sobre los sedimentos sexistas que nos lastran desde siempre, reproducen un estereotipo del poder masculinizado, donde muchas mujeres y también muchos hombres, no encajamos. Ocurre en todos los ámbitos, el social, el político, el económico, el cultural y también familiar, con la consecuencia de que las mujeres se ven expulsadas, relegadas a los márgenes.

El ordeno y mando, la agresividad, los puñetazos en la mesa, el 'porque sí'. Confundir la duda - siempre saludable para ensanchar espacios de pensamiento– con debilidad resulta tan contraproducente y antiguo como elevar el tono para imponer una posición. Intransigencia disfrazada de firmeza, que no hace sino empequeñecer los espacios de crecimiento, de progreso y de innovación.

Cuando comparto esas reflexiones con todas esas mujeres poderosas, con realidades profesionales y personales muy distintas a la mía, nos damos cuenta de que las situaciones y percepciones se repiten, independientemente de lugar donde desempeñamos nuestro trabajo.

Nuestra voz no se escucha, somos interrumpidas o directamente ignoradas. Tratadas con condescendencia y paternalismo, aunque el nivel de exigencia sea inversamente proporcional a las cuotas de poder que llegamos a alcanzar. Presencias efímeras, las nuestras, que hay que ganarse día a día, mientras otros se eternizan en sillones heredados.

Pese a esta contumaz realidad, las mujeres hemos demostrado que no nos rendimos. Hace 25 años, representantes de 189 gobiernos se reunieron en Beijing y movilizaron a todas las mujeres del mundo. Aquella referencia sigue más viva que nunca y sirve para medir mejor el peso de nuestros triunfos, definir de forma precisa nuestras reivindicaciones y reconocernos como protagonistas de nuestras vidas. Fuimos capaces de romper viejos y herméticos moldes y plantear nuevas formas de hacer las cosas.

No caigamos en la trampa de emular un modelo antiguo de liderazgo cuyo único mérito es que no hayamos conocido otro. Demostremos que tenemos mucho que decir, con otro estilo, con otras lógicas. Buscando las convergencias y las complicidades, promoviendo la horizontalidad frente a la jerarquía, ejerciendo autoridad, no autoritarismo. Con respeto, diálogo y capacidad de escucha. Sin querer tener siempre la última palabra porque no nos hace falta. Tenemos la razón y el futuro de nuestra parte, porque todas y cada de una de nosotras, estemos donde estemos y vengamos de donde vengamos, tenemos algo que nos hace poderosas.

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