A la mañana siguiente del duodécimo día de la guerra de Israel contra Irán, los que habíamos logrado dormir un poco después de los fuertes ataques del lunes por la noche en el corazón de la ciudad nos despertamos con mensajes de texto que decían que había un alto el fuego.
Resultó ser una victoria a tres bandas, con todos los participantes felicitándose como vencedores. Donald Trump logró volar sus B-2 desde Missouri sin ayuda de nadie. Sin duda, fue un bombardeo magnífico. Alcanzó el último objetivo: el gigante Fordow, en lo profundo de las montañas.
Benjamin Netanyahu también se felicita por finalmente saciarse de la ansiedad de tres décadas atacando el programa nuclear iraní y asesinando a altos comandantes del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. Sobre todo, Netanyahu logró atraer a Trump, quien había prometido no más guerras, a la contienda. Los seguidores más radicales de la república islámica también se felicitan por sus exitosos ataques contra Israel.
Los ataques a las instalaciones nucleares de Irán generaron temor a la contaminación durante toda la semana. Nuestras redes sociales se llenaron de una versión iraní actualizada de la campaña de “agáchate y cúbrete” de la guerra fría estadounidense. En caso de exposición a la radiación, nos dijeron entra, cámbiate de ropa, dúchate y sella las ventanas con cinta adhesiva. No ha sonado ni una sola sirena: al parecer, ya no las tenemos. Quienes recuerdan la guerra entre Irak e Irán dicen que antes había sirenas. Tampoco tenemos refugios como los israelíes. Considerando que llevamos décadas en desacuerdo con Israel, ¿por qué no han construido alguno?
Durante los últimos 12 días hemos tenido un curso intensivo sobre los sonidos de la guerra. El estallido de un cohete al impactar en su objetivo, el agudo ratatá de la defensa tierra-aire. No se ven los misiles que explotan, pero sí los puntos rojos de las defensas cuando se activan por la noche.
Los primeros días fueron un borrón. El gran bloqueo emocional. El frenesí por reunir documentos y lo esencial para una salida rápida. El cálculo fatal: ¿cuánta agua necesito? ¿Cuántas camisetas debo empacar? ¿Cuándo debo irme? ¿Hasta dónde debo ir? ¿Qué escenario nos esperan: Irak o Afganistán? Alguien dijo Libia.
Cuando mi VPN consigue conectarme a X, el algoritmo sugiere una publicación de un hombre que dice en hebreo que no existe ningún país llamado Irán. ¡¿Qué?! Ha coloreado el mapa de Irán en segmentos. Esto es Turkmenistán, esto es Baluchistán, esto es Azerbaiyán, aquí al sur están los árabes y, en medio, algunos persas. ¿Cómo se atreve? Somos una de las naciones más antiguas del mundo. No invadimos esta tierra; no somos inmigrantes recientes. De hecho, somos de aquí. Hemos sobrevivido a la piromanía de Alejandro Magno, hemos sobrevivido al baño de sangre de Gengis Kan y a una brutal invasión árabe, y seguimos aquí. Somos los herederos de los grandes poetas Ferdowsi, Rumi y Hafez, quienes nos dieron nuestra identidad compartida aunque hablemos muchos idiomas. Estoy segura de que no fui la única iraní que encontró consuelo en Hafez la semana pasada.
Ahora que hemos tenido un momento para respirar, la interminable pregunta de estos últimos días, “¿qué pasará ahora?”, se refiere al largo plazo.
Durante los últimos 46 años, los iraníes han erosionado la estricta ideología que se les impuso, para vivir una vida moderna. Llevamos esperando desde 2015, con la firma del plan de acción integral conjunto para el levantamiento de las sanciones, poder reconectarnos con el mundo y arreglar nuestra economía corrupta. Trump echó por tierra esa oportunidad. Nuestros jóvenes se han enfrentado a las normas represivas que regían sus vidas; algunos han muerto por ello. Ahora, gracias a Israel y sus bombas benévolas, los sectores extremistas de la sociedad, los ideólogos que fueron marginados, se verán revitalizados por el conflicto.
Ahora somos un país en guerra. Las calles están llenas de puestos de control. La otra noche me crucé con varios en coche en Teherán. Ahora son corteses, pero los reconocemos de los días de protesta. ¿Olvidará la República Islámica estos últimos 12 días? ¿Podrá Trump contener a Netanyahu? ¿Se harán amigos Israel e Irán?
Nos estamos preparando para un velatorio en mi familia. Enterramos a mi madrastra en el cementerio al sur de Teherán hace tres días. El camino al cementerio, normalmente abarrotado de tráfico, estaba casi vacío. Teherán, libre de su tráfico y ruido insoportables, de repente es tan hermoso. Nunca he amado esta ciudad tanto como ahora. El camino al cementerio será ahora la ruta que muchas familias tomarán para enterrar a sus muertos. Por el camino, me pregunto cuántos palestinos fueron asesinados mientras el mundo nos observaba.
Hemos tenido una primavera excepcionalmente larga y sublime en Teherán este año. Los geranios de mi porche siguen en flor. Parece que el caqui dará más frutos que cualquier otro año. Si el alivio persiste, las preguntas que surgieron durante los atentados y que se descartaron como inútiles en una crisis existencial seguirán cobrando importancia. Y la principal será: ¿qué logró esta locura para el pueblo de Irán, Israel o Estados Unidos? Me refiero al pueblo, no a los vencedores.