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Propuestas para sacarnos de encima la política machirula

Numerosas mujeres portan pancartas y banderas con proclamas feministas durante la manifestación convocada por el Sindicato de Estudiantes y su plataforma feminista (Libres y Combativas) para secundar la huelga del 8M, en la Puerta del Sol de Madrid.

Laura Roth / Laia Rosich Solé

Coautoras del libro 'Ciudades Democráticas. La revuelta municipalista en el ciclo post-15M' —

La imagen del debate electoral de las elecciones generales de hace unas semanas hablaba por sí sola: cuatro tíos explicando por qué ellos eran la mejor opción a la hora de gobernar el Estado español. Si algo resulta evidente es que no hemos llegado aún al punto en que las mujeres puedan tener un rol realmente central en la política en estos niveles porque sigue habiendo un techo de cristal bien gordo. Y esto es así a pesar de que hay muchas personas que se preguntan si, por ejemplo, Arrimadas, Montero, Díaz o Sáenz de Santamaría no habrían sido mejores candidatas. La cuestión es que ellas no estaban en ese debate.

Pero la feminización o “feministización” de la política no va de techos de cristal, sino mucho más allá. Va de cambiar las formas de hacer política para construir poder de otra manera y no simplemente llegando algunas mujeres a posiciones de visibilidad o éxito de forma individual. Como le decía Irantzu Varela a este ideal de mujer feminista liberal promulgado, por ejemplo, por Ciudadanos, “si nos alegramos por ti, cari!”. Pero agregaba con razón que el empoderamiento es necesariamente un proceso colectivo porque estas mujeres “exitosas” lo son gracias a sus privilegios. Como reclama Nancy Fraser, necesitamos un feminismo del 99%. Es por eso que resulta imprescindible tejer relaciones que nos empoderen a todas y así hacer que la política se base en formas diferentes de las que utiliza el sistema patriarcal, donde quien tiene poder es quien puede imponerse sobre el resto. Si eso no pasa, si la red que se teje no es gruesa y transversal, las que de un modo u otro llegan al “éxito” se encuentran con una dinámica patriarcal que las fagocita, como una fuerte marea contra la que pueden luchar un tiempo, pero que al final las arrastra.

Las preguntas que surgen inmediatamente son: ¿cómo construir una política y unas formas políticas basadas en las relaciones y en el empoderamiento colectivo y no en la imposición y la competición? ¿Cómo sostenerlas desde el realismo y pragmatismo, sin parecer ilusas? ¿Cómo mantener estas prácticas ante una inercia tan fuerte impuesta por toda una historia de política patriarcal? Probablemente haya diversas respuestas posibles y diversas piezas a encajar para que este proyecto sea posible. Sin embargo, una cosa resulta clara: si en algún lugar resulta aún más complejo hacerlo es en la política estatal. Porque no ha ido por este camino nunca que se ha feminizado la política, ni puede hacerse, por falta de proximidad. Los partidos políticos, como las instituciones estatales, funcionan de manera burocrática y jerárquica. Y manda quien tiene el cargo de más arriba. No es posible que a altos niveles el poder se base en relaciones cuando éstas solamente se pueden construir a través de la interacción cercana.

En 2015 nuevas plataformas ciudadanas municipalistas irrumpieron en la escena política local en muchas ciudades a lo largo y ancho del Estado proponiendo, justamente, construir poder de otra manera, desde abajo, de forma democrática y feminista. En un par de semanas vuelve a haber elecciones municipales y la pregunta vuelve a surgir ¿Es posible que la política local sea un espacio donde hacer bajo formas diferentes? ¿Es posible construir poder de forma colectiva, basado en la práctica de la relación y reconocimiento y no en las maneras patriarcales tradicionales?

Hacer un balance de lo que se ha hecho desde el municipalismo de las ciudades del cambio en estos cuatro años no es tarea fácil. Saber si se ha avanzado en este sentido es una de las preguntas que el feminismo se plantea hoy en día. Las críticas son múltiples y fundadas en muchas ocasiones. En la gran mayoría de los casos las personas que forman parte de las organizaciones políticas municipalistas y aquellas que han entrado a los ayuntamientos han tenido que aprender haciendo, puesto que no tenían ninguna experiencia previa en la política institucional. Y han cometido errores, como era esperable. Pero igual es esta la razón por la cual también los aciertos han sido innumerables y políticas que antes parecían impensables, o muy difíciles de implementar, se han hecho realidad. Así lo muestra el mapa ciudadesdelcambio.org y también lo relata el libro Ciudades democráticas. La revuelta municipalista en el ciclo post-15M (Icaria Editorial).

Una de las dimensiones más interesantes de este proceso de cambio municipalista ha sido, precisamente, el de la feminización o feministización de la política: hacer que la política se vuelva más feminista. O intentarlo al menos. Por ejemplo, cuando las nuevas organizaciones municipalistas deciden tener coordinadoras colectivas en lugar de una sola persona ocupando la secretaría general, lo hacen con este objetivo en mente. O cuando construyen sus programas de manera abierta, o se financian a través de aportaciones de la ciudadanía (y no de bancos). Así, están abriéndose a las personas normales y corrientes, para que sean éstas quienes las sostengan.

Pero la feminización de la política va todavía más allá, cuando en lugar de tener un relato que busque confrontar y excluir, hablan del bien común, del 99%, construyendo poder de forma feminista. Contribuyen a crear un imaginario donde no hay un enemigo a derrotar (la forma masculina de entender el poder), se alejan de la “cultura del zasca”, sitúan las vidas y los cuidados en el centro, y señalan una realidad alternativa a construir juntas. Lo mismo sucede cuando reconocen y valoran los liderazgos femeninos, como el de Ada Colau. O ponen en valor a líderes hombres, como Xulio Ferreiro, que no se muestran como machos infalibles, sino como personas que pueden equivocarse y dependen de otras para actuar.

A la interna, las organizaciones municipalistas también han hecho un enorme esfuerzo por cambiar dinámicas y formas de hacer. Un ejemplo muy interesante es el del decálogo de prácticas feministas para las asambleas, de Marea Atlántica, que incluye cosas como las siguientes: no seas el primero en hablar, cuando intervengas refuerza la intervención principal, nunca intentes explicar lo que una compañera ha querido decir, modera el tono de tu voz, etc. La diagnosis de género interna que hizo Barcelona en Comú también refleja este proyecto. En ella se analizaron críticamente las prácticas de participación, la distribución de roles, las formas de liderazgo, o la difícil sostenibilidad del activismo, entre otros temas. Y se ha hecho un plan de acción con propuestas concretas para mejorar en todas estas dimensiones.

Como explicamos en el capítulo sobre feminización de la política del libro Ciudades democráticas, el desafío principal para las organizaciones municipalistas, como para tantos otros espacios que intentan feminizar la política y la sociedad, sigue siendo el de priorizar el feminismo cuando éste entra en conflicto con otros valores como por ejemplo la eficiencia o el éxito electoral. Históricamente, siempre que ha habido un conflicto de valores, han perdido los valores feministas, que se han visto minimizados o excusados. El riesgo de asumir una posición pretendidamente neutral frente a un conflicto de valores de este tipo hace que, en la práctica, el feminismo siempre quede relegado.

Es por esta razón que la tarea pendiente sigue siendo la de tomar medidas que aseguren que en caso de conflicto los valores y prácticas feministas no deban ceder, por la propia supervivencia y sostenibilidad de todas las personas que se han sumado a este asalto a las instituciones. Más allá de la necesaria formación continua, una buena manera de garantizar esto es creando estructuras, reglas y sanciones que cambien los incentivos y garanticen que siempre que sea posible se haga política de forma feminista. Y que cada organización política tome muy en serio este objetivo, poniendo para ello recursos humanos y económicos. Por supuesto, como paso previo será necesario quitar el poder de decisión de personas individuales, pasándolo a grupos, basando las decisiones en reglas preestablecidas y contar con la voluntad política necesaria para establecer estos procedimientos.

Veremos en qué medida el municipalismo logra en los próximos años seguir avanzando en esta dirección. Por difícil que sea, si no comenzamos por aquí a feminizar la política y a construir poder político colectivamente, es difícil que esto suceda a otros niveles. Y la política seguirá estando definida por tíos o mujeres privilegiadas que se sumarán a la misma lógica patriarcal.

El libro 'Ciudades democráticas. La revuelta municipalista en el ciclo post-15M', editado por Laura Roth, Arnau Monterde y Antonio Calleja-López se puede encontrar online en http://ciudadesdemocraticas.tecnopolitica.net/, además de en librerías.

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