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Una sanidad para vivir mejor

Sanitarios del Hospital 12 de Octubre demuestran su apoyo a la sanidad pública (Archivo)

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“Imposible vivir siempre en estado de catástrofe”, dice un verso de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. Repito con frecuencia esa frase cuando pienso sobre el sistema sanitario madrileño y cómo escapar de esa situación en la que cada acción y cada olvido parecen perjudicar a quienes más necesitan de su sanidad pública y fortalecer a quienes se nutren de la debilidad del sistema.

¿Cómo abandonar ese estado de catástrofe sin limitarnos a volver al pasado, a una sanidad que se construyó para una realidad que ya no existe? ¿Cómo reconstruir la sanidad para que dé respuesta a lo que la gente necesita? En definitiva, cómo abandonar la catástrofe, pensando y construyendo una sanidad para vivir mejor.

Para salir del agujero, lo primero es dejar de cavar. Es imprescindible que la gente (la población y los profesionales sanitarios) empiece a vislumbrar que hay condiciones para pensar que a corto y medio plazo las cosas estarán mejorando.

Hay muchos ámbitos donde es necesario actuar. Listas de espera, servicios de salud pública, transporte sanitario, mejora de las ratios de enfermeras y TCAEs en las plantas de hospitalización, servicios de urgencias…, pero hay uno muy concreto que está especialmente vinculado con eso de “vivir mejor”: la Atención Primaria.

Madrid sufre una especie de hospitalocentrismo low-cost, según el cual sus medidas van encaminadas al fortalecimiento de los hospitales frente a la Atención Primaria, pero ni siquiera de esa manera consiguen que en dichos hospitales las condiciones sean idílicas y no estallen las costuras.

Más allá de esa visión, hace falta dejar de ver la Atención Primaria como algo de lo que encargarse con desgana por parte de los gobernantes y gestores, para pasar a que sea la joya de la corona de la joya de la corona. Como titulaba Diego Parejo escribiendo sobre otro tema, “Queremos la belleza, no las sobras”; eso es lo que queremos para la Atención Primaria.

La Atención Primaria se desangra en sus profesionales que la abandonan bajo relatos de desesperanza por su profesión y desánimo por años sin ver la posibilidad de ejercer su trabajo con plenitud y dignidad. La Atención Primaria se tambalea en infraestructuras que en muchas ocasiones no garantizan un mínimo de salubridad o ventilación y que hacen que varios profesionales tengan que compartir un mismo espacio de trabajo donde ver a sus pacientes. La Atención Primaria se desespera al ver cómo se ha creado lista de espera (y consultas para acumular esa lista de espera) en un nivel asistencial que nunca antes había conocido tal desastre.

Esto no es un evento impredecible o cuyas causas se encuentren ocultas y no sean abordables. Que la mayor aspiración de la Comunidad de Madrid en términos sanitarios sea llegar a estar tan mal como están otras comunidades autónomas es muestra de que no es una cuestión universal ajena a la gestión. Lo que ocurre es que desde hace años, a nuestra Atención Primaria siempre le han dado las sobras, no la belleza.

Hace falta presupuesto, eso es evidente, pero también hace falta una idea más clara de la Atención Primaria que necesitamos para vivir mejor. Suficiencia presupuestaria, con nuevos equipos de Atención Primaria que incorporen nuevas figuras profesionales y nuevos roles para las figuras ya existentes, que asigne a la población un administrativo de cabecera que trabaje mano a mano con los profesionales de referencia de cada paciente para que toda burocracia posible salga de las consultas y para que la población pueda disfrutar de una labor administrativa de alto valor. También hacen falta centros que no den pena. Lugares donde entre luz, que no hagan necesario elegir entre abrir la puerta o que el paciente permanezca sentado (basado en hechos reales), que derriben la idea de que los centros públicos son feos (y apenas funcionales) y los privados son parecidos al hospital de House. Hacen falta agendas con tiempo y profesionales con unas condiciones que hagan que llenen ese tiempo de visitas a domicilio, de actividades con la comunidad, de intervenciones antitabaco, de acciones de seguimiento de embarazo o atención a la salud sexual, de visitas y llamadas a sus pacientes de cuidados paliativos… de todo lo que no es achicar aguas en un día a día que para muchos hace tiempo que ya se hizo demasiado insoportable. Hacen falta incentivos al arraigo profesional, para favorecer que los profesionales quieran permanecer en un centro con sus pacientes a lo largo de los años, porque sabemos que eso disminuye los ingresos y la mortalidad.

Hace falta señalar lo que está mal para reivindicar con más fuerza lo que puede construirse de otra forma. Y ahora, más que nunca, hace falta reivindicar una sanidad que no se quede en querer ser red de emergencia cuando todo falla, sino que aspire a ser un elemento fundamental para vivir mejor.

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