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El Tarajal, ¿hasta dónde estamos dispuestos a ir con las políticas antimigración?

Escuela Política La Guillotina del Barrio del Pilar
Los ocupantes de la segunda patera llegada a las costas de Gran Canaria desembarcan de la salvamar Menkalinan, cuando aún aguardan en el muelle los llegados durante la madrugada en otra patera.

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Los acontecimientos que tuvieron lugar en la playa ceutí de El Tarajal, allá por febrero de 2014, en los que 15 personas migrantes subsaharianas vieron truncados sus sueños y sus vidas, no pueden reducirse a un incidente más en el que el Mediterráneo amplía su reputación como fosa común. En esos hechos se juega en buena medida el saber hasta dónde estamos dispuestos a llegar en el proceso de blindaje de nuestras fronteras europeas, qué estamos dispuestos a consentir y a qué precio.

Echando la vista atrás nos encontramos con unas trescientas personas migrantes, acosadas por los mehanis, agentes de las fuerzas auxiliares marroquíes, que desde el lado marroquí del espolón que separa Ceuta de Marruecos aspiran a llegar a territorio español. Esta vez su estrategia no pasa por saltar vallas sino por rodear a nado dicho espolón.

Del lado ceutí, la Guardia Civil también hace acto de presencia con material antidisturbios. De las trescientas personas, doscientas deciden continuar, las demás, ante la presencia policial, desisten. No todos saben nadar, pero han confeccionado salvavidas aunque sean precarios con bidones de agua. Los agentes antidisturbios para detener su acceso a territorio español, y por tanto europeo, proceden a disparar al mar botes de humo y pelotas de goma mientras los migrantes están todavía debatiéndose entre la vida y la muerte para alcanzar la orilla de su tierra prometida.

Entre palos, piedras y embarcaciones del lado marroquí, y de pelotas de goma y botes de humo del lado español el balance de la intentona fue de 15 personas ahogadas, y de otros 23 migrantes que alcanzaron la costa ceutí, algunos por sus propios medios y otros gracias a la embarcación de apoyo de salvamento marítimo. Este desastre humanitario desembocó además en un cuestionamiento judicial de la actuación de los agentes de la benemérita. El hecho de  tener entre sus funciones la protección de fronteras, no fue un impedimento para encausar a 16 de ellos por los cargos de homicidio imprudente y denegación de auxilio. 

Tras dos sentencias absolviendo a los guardia civiles, en la tercera reapertura del juicio, la Audiencia de Cádiz, en un auto de 71 páginas, ha eximido de toda responsabilidad a los encausados dando todo tipo de argumentaciones de las que se hacen eco los medios: desde la parte española no hay ningún indicio de que se estuviera ahogando nadie; la peligrosa forma de irrupción era una opción elegida por los propios inmigrantes; la anormalidad del modus operandi al no saltar vallas sino entrar a nado hizo que las fuerzas de seguridad actuaran con los medios que tenían a su alcance; la intervención hizo que incluso se redujera el riesgo de los inmigrantes al evitar que fueran más los que lo intentaran; no hay indicios de que los materiales antidisturbios utilizados se encaminaran a menoscabar la integridad física de los nadadores que habían logrado atravesar la línea fronteriza; carácter progresivo, proporcional y flexible de la intervención de las fuerzas de seguridad…

Todo esto no encaja fácilmente en el sentido común de mucha gente. Resulta incomprensible que mueran 15 personas en esas circunstancias y no pase nada. ¿Cómo no se va a percibir el peligro para la vida de los inmigrantes en esa situación? Y si al fin y al cabo se devolvieron en caliente a territorio marroquí a los que consiguieron llegar a la costa española ¿por qué acosarles con material antidisturbios?, ¿había que mostrar que las fronteras no tienen brechas de seguridad? Quedan preguntas en el aire y el auto aún se puede recurrir. Pero en estas líneas no vamos a abordar estos hechos desde un punto de vista jurídico, ni como un hecho aislado, ni siquiera desde la perspectiva del prestigio en juego de un cuerpo armado.

Estamos insertos en una Unión Europea cuyas políticas migratorias han sido calificadas de tanatopolíticas (tánatos significa muerte) cuando se trata de los llamados “flujos migratorios irregulares”. Los telediarios nos han repetido una y otra vez imágenes de pequeñas embarcaciones cargadas de inmigrantes llegando exhaustos a costas europeas; centros de refugiados desbordados con población siria, afgana, iraquí, subsahariana; o bien imágenes de barcos de ONGs como el Open Arms o el Ocean Viking deambulando por el Mediterráneo en busca de un puerto que los acoja, cargados con decenas de personas en condiciones extremas que nos remiten a la inhumanidad nuestra Europa fortaleza. 

Esta forma de actuar sólo tiene explicación si se concibe la migración irregular como una amenaza que atenta contra nuestro bienestar, una amenaza que cuestiona la imagen de nuestro “desarrollo civilizado”.

Este concepto de amenaza se ha visto reforzado en la Unión Europa por el hecho de haber construido un espacio interior europeo sin fronteras, el espacio Schengen. Este espacio, que ha servido de palanca argumentativa para endurecer las fronteras exteriores, viene acompañado de una praxis que conviene recordar:

1.- Externalización de fronteras. España en los primeros años del 2000 ya puso en práctica esta estrategia con la crisis de los cayucos y el Plan África al establecer pactos bilaterales con casi una decena de países norteafricanos para que hicieran de barrera de contención de los flujos migratorios irregulares. Esa estrategia se ha desplegado a nivel de la UE, por ejemplo, con Marruecos, Libia, o Turquía, con un coste de miles de millones de euros y la creación de campos de refugiados que pagamos pero que no queremos ver.

2.- Condicionalidad de la Ayuda Oficial al Desarrollo. A partir de 2017 la cooperación pasa a ser un eje de la Estrategia Global de la UE en política exterior y de seguridad, desde entonces en los marcos de asociación con terceros países no colaborar en el control migratorio se penaliza. Unido a esto es penoso ver cómo los países desarrollados van cargando al concepto de AOD sus costes de gastos de acogida por demandantes de asilo. Este es uno de los mecanismos que explican el hecho de que la organización de los 37 países económicamente más desarrollados, la OCDE, declare cada vez cuantías mayores destinadas a la AOD, y cada vez llegue menos dinero en ese concepto a los países menos avanzados.

3.- Refuerzo de la seguridad de las fronteras. En el espacio Schengen ya hay casi 1000 km de muros y vallas, lo que supone más de 6 veces el muro de Berlín; y los presupuestos de la agencia europea dedicada a la gestión y control fronterizo, el Frontex, no dejan de crecer año tras año con partidas tan significativas como las dedicadas a la repatriación de inmigrantes que en 2005 era de 80.000€ y en 2019 superó los 63 millones de €.

4.- Privatización de servicios básicos. Todo un elenco de grandes multinacionales suministran los sistemas de vigilancia de fronteras, la construcción y mantenimiento de vallas, los vuelos de repatriación y hasta los servicios de alimentación y salud de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs).

5.- Criminalización de las personas migrantes. Esto ha invadido nuestro día a día: “nos quitan el trabajo”, “hacen que bajen los salarios”, “consumen recursos sanitarios y ayudas sociales”, “hacen que disminuya el nivel educativo…”; por no hablar de los presuntos terroristas yihadistas infiltrados entre los refugiados que querían acceder a territorio de la UE.

El Tarajal no es una anécdota, es una consecuencia de un sistema que ha generado un mundo profundamente desigual y violento. Una desigualdad que se reproduce a nivel plantario y que se extiende, aunque en diferente escala, entre países, comunidades autónomas, ciudades, distritos y barrios. No somos ajenos a este mal y las crisis sucesivas nos van poniendo de manifiesto aquello que nos recordaba la canción No me llames extranjero: “El hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño”.

En cuestiones de solidaridad, Europa ha demostrado ser un continente en decadencia, un continente sin salida para el problema de la inmigración porque se niega a resolver el problema de la desigualdad y porque su papel en Palestina, Irak, Siria, Libia, ha sido y es vergonzoso. Conviene recordar que hoy en día es principalmente el Sur el que acoge al Sur y que estamos aún muy lejos de ese 27% de población refugiada que tiene un país como Líbano.  

Pero esta corriente de pensamiento no es compartida desde las instituciones europeas, fuente del derecho comunitario. Hay otras visiones como la que se recoge en la Declaración del 50 aniversario de la firma del Tratado de Roma, que son más “reconfortantes” y además están ratificadas por los popes de las instituciones europeas: 

“En la Unión Europea estamos haciendo realidad nuestros ideales comunes: para nosotros el ser humano es el centro de todas las cosas. Su dignidad es sagrada. Sus derechos son inalienables. Mujeres y hombres tienen los mismos derechos.”

“Nos esforzamos por alcanzar la paz y la libertad, la democracia y el Estado de Derecho, el respeto mutuo y la responsabilidad recíproca, el bienestar y la seguridad, la tolerancia y la participación, la justicia y la solidaridad.”

“Defendemos que los conflictos del mundo se resuelvan de forma pacífica y que los seres humanos no sean víctimas de la guerra, el terrorismo y la violencia. La Unión Europea quiere promover en el mundo la libertad y el desarrollo. Queremos hacer retroceder la pobreza, el hambre y las enfermedades. Para ello vamos a seguir ejerciendo nuestro liderazgo”.

Ya nos gustaría vivir en esa Arcadia feliz pero la realidad es El Tarajal, los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETIs), los CIEs, los inmigrantes hacinados señalados como focos de transmisión del COVID-19. No es populismo, es realidad. Pero por si hay alguna duda acabaremos la cita de esta Declaración con un último párrafo:

“Vamos a luchar juntos contra el terrorismo, la delincuencia organizada y la inmigración ilegal. Y lo haremos defendiendo las libertades y los derechos ciudadanos incluso en el combate contra sus enemigos. Nunca más debe dejarse una puerta abierta al racismo y a la xenofobia”.

No tiene nada de bucólico poner a la misma altura el terrorismo, la delincuencia organizada y la inmigración ilegal. Todos y todas sabemos lo que ocurre con tus derechos ciudadanos si se te acusa de terrorismo o de delincuencia organizada, y por qué no, de “inmigración ilegal”. Sí, esta Arcadia ha identificado y explicitado sus amenazas y las va a combatir. Esto ya nos acerca algo más al Tarajal. 

Los cuerpos de seguridad van a tener más Tarajales, les van a pedir que repriman cada vez más situaciones donde lo legal va a ir tomando mayor distancia de lo justo, donde la preservación de los privilegios va a necesitar de la colaboración de la fuerza pública. Es algo inevitable en este contexto en el que la política ha perdido su alma, ha renunciado a la equidad y se ha puesto en manos del mercado, donde el derecho humanitario se ha convertido en un estorbo. No podemos hacernos cómplices de una estrategia como la descrita, se lleve uniforme o no. 

Si en el Tarajal se actuó correctamente lo que falla es la ley y quienes la promulgan. ¿Quién sabe si algún día veremos a alguno de ellos sentados en los banquillos de los juzgados, desde comisarios europeos de interior hasta ministros de distintos países? Salvini puede ser un primer eslabón que rompa una larga cadena de impunidad. 

El Tarajal no es un hecho puntual, es un hecho estructural que todos los días es combatido desde la solidaridad de mucha gente, a veces conocida, otras veces desde el anonimato, pero sobretodo desde la esperanza de quienes aspiran a mejorar sus vidas y ponen a nuestra sociedad enferma ante el espejo de lo real. Hay que luchar todo esto estructuralmente, pero sin olvidar lo que hemos aprendido de personas como Helena Maleno, que la vida acaba abriéndose paso, pero necesitamos hombros que empujen. Los tuyos también.

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