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Vox, Catalunya y el voto españolista

Doctora en Ciencias Políticas y especialista en extrema derecha
El presidente de Vox, Santiago Abascal, junto al diputado de Vox en el Congreso y candidato a las catalanas, Ignacio Garriga. / Europa Press

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La mayoría de las elecciones plantean preguntas que sólo los resultados definitivos pueden responder. A veces lo hacen contundentemente y otras no. En las autonómicas catalanas de 2017 la principal cuestión a dilucidar era si el bloque independentista conseguiría la mayoría de gobierno a pesar de comparecer en las elecciones por separado (JuntsxCat y ERC-CatSí) o si, por el contrario, el llamado bloque “constitucionalista” conseguiría arrebatarle las riendas del ejecutivo catalán. Y, aunque Ciudadanos ganó las elecciones, finalmente el gobierno se conformó por acuerdo entre Junts per Catalunya y Esquerra Republicana, con el apoyo de la CUP.

En las últimas elecciones también había varias preguntas en el aire. Seguramente la principal era dilucidar si ERC obtendría un mejor resultado que JxCat, como así sucedió, aunque por un margen muy estrecho. También estaba la eterna duda a despejar: si el independentismo superaría el 50% de los votos, como también pasó. Pero otra incógnita era saber qué iba a ocurrir con un partido como Vox que, desde que irrumpió en las instituciones en las elecciones andaluzas de 2018 (convirtiéndose así en voto “útil”), no se había descabalgado de un ciclo electoral fuertemente alcista. Formulado de otra manera, el asunto consistía en saber si Vox obtendría buenos resultados a pesar de que su mayor combustible electoral (el procés independentista) ya no alimentaba el motor de la conversación pública y mediática española.

La pregunta era todavía más pertinente si recordamos que entre las elecciones generales de abril de 2019 y su repetición en noviembre del mismo año, Vox consiguió acumular más de 100.000 nuevos votos en sus arcas electorales solo en Catalunya. Mucho tuvieron que ver en ello los disturbios contra la sentencia del Tribunal Supremo que condenó a elevadas penas de cárcel a los líderes del procés, disturbios que tuvieron lugar apenas unas semanas antes del inicio de la campaña electoral. Así lo confirmó el barómetro postelectoral del CIS de diciembre de 2019: el 56% del votante de Vox afirmaba haberse movilizado por lo “ocurrido últimamente en Catalunya”, superando en 15 puntos al PP y en 14 a Ciudadanos. Un 30%, además, reconoció haber votado a Vox porque era el partido que mejor podía “parar” a los partidarios de la independencia de Catalunya y un 25% porque era el que más defendía la unidad de España. 

Pero, ¿qué sucedería ahora, cuando todo indicaba que la cuestión independentista ya no era tan candente y hasta ERC se desmarcaba de la vía unilateral? ¿Conseguiría Vox mantener motivados a sus potenciales votantes sosteniendo el mismo core discursivo anticatalanista? Todo parece indicar que sí, que el españolismo recentralizador y anti-independentista enarbolado por Vox en su programa ha sido la principal razón de su éxito electoral, lo que indica que la cuestión territorial sigue marcando las elecciones catalanas muy por encima del eje izquierda-derecha que otras formaciones, sobre todo los comunes, pretendían situar en el centro del debate electoral. Como veremos, los estudios de opinión que el CIS ha venido publicando en los últimos años permitían anticipar dichos resultados, a falta de la encuesta post-electoral que nos permitirá conocer más detalladamente la transferencia de voto entre partidos (especialmente el de aquellos que abandonaron a Ciudadanos, presumiblemente en beneficio de Vox y PSC). 

El gráfico 1 ilustra el sostenido y a veces disruptivo aumento de la importancia que los catalanes conceden a la cuestión de la organización territorial del Estado. Se puede apreciar su evolución antes y después de la sentencia que el Tribunal Constitucional pronunció el 27 de junio de 2010 en respuesta al recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular contra el Estatut de Catalunya. En apenas cinco años, la preferencia de los encuestados por un Estado catalán independiente o por un Estado español con mayor peso de las Autonomías ascendió más de veinte puntos porcentuales, hasta situarse en el 73,7% momentos antes de las decisivas elecciones autonómicas que tuvieron lugar después de la intervención de la Generalitat en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Lo que es significativo es que las diferentes encuestas también señalan un pronunciado ascenso, aunque en menor medida porcentual, de la opinión exactamente contraria, es decir de la preferencia de un gran número de catalanes por un Estado español completamente centralizado o en el que las Autonomías tuvieran mucho menos peso político. 

Justo la séptima de las “10 medidas para Cataluña” con las que se presentaba Vox a las elecciones abogaba por “recuperar la unidad y la igualdad entre españoles devolviendo las competencias de sanidad, educación e interior”, medida que se sumaba a la recuperación del “derecho a la educación en español” que contemplaba el punto quinto de su programa. Ese españolismo sin pudores ni complejos que caracterizaba el escueto pero efectivo, a la vista de los resultados, programa electoral de Vox estaba, pues, en plena sintonía con la opinión de importantes sectores de la población catalana que manifestaban en las encuestas sentirse únicamente españoles o preferir un Estado más centralizado. Sectores cuyo incremento en los últimos cuatro años podemos comprobar en el siguiente gráfico.

El estudio preelectoral de Catalunya de enero de 2021 confirmaba que en el territorio se había casi duplicado el número de ciudadanos que podía mostrar una mayor receptividad al discurso recentralista y anticatalanista del que hizo gala Vox en campaña, respecto al mismo estudio preelectoral de las elecciones de 2017: aumentaban de 6% al 9,6% los que se inclinaban por un gobierno central sin Autonomías y, de la misma manera, crecían los catalanes que se sentían únicamente españoles (la llamada identidad “única”), pasando del 3,1% al 5,9%. Es decir, casi doblándose. Todos estos datos, conocidos antes de las elecciones, encajan con el resultado final cosechado por Vox en estas últimas autonómicas catalanas, en las que consiguió un 7,69% de los votos válidos emitidos (217.883 votos). Datos demoscópicos que contradecían las muy moderadas previsiones que las encuestas de ese mismo mes pronosticaban a la formación de Abascal: 4 escaños (GAD3),  5-6 (CEO) o 7-10 (CIS), que es la que más cerca estuvo de acertar el resultado final (11 escaños). 

Vox, además, disfrutó durante la campaña de un nuevo combustible electoral que mantuvo viva la llama ideológica de sus potenciales votantes. Si, como hemos dicho, en octubre de 2019 su carburante electoral fueron los disturbios contra la sentencia contra los cabecillas del procés, esta vez han sido los incidentes violentos que han protagonizado sus adversarios políticos durante algunos de sus mítines en feudos independentistas como Vic o Salt. Alborotos que pusieron el foco mediático en unos actos inicialmente condenados a la irrelevancia si nos atenemos al escaso número de simpatizantes congregados. No solo eso, sino que la formación liderada por Abascal aprovechó los altercados para presentarse como “víctimas” y sobre todo, lo que es electoralmente más relevante, los confirmó como la opción más enojosa para el sector independentista de la sociedad catalana. Todo lo cual mantuvo incólume su atractivo electoral para aquel sector de la población que había asegurado, después de las generales de noviembre de 2019, haberlos votado porque era el partido que mejor podía, si no “parar” sí “irritar”, a los partidarios de la independencia de Catalunya. Eso parecen indicar los excelentes resultados cosechados por la formación de Abascal en pequeñas localidades tradicionalmente lideradas por fuerzas independentistas, como Vilamalla o La Pobla de Mafumet. Cabe concluir, pues, que aquellos exaltados independentistas y antifascistas que intentaron reventar los mítines de Vox se pegaron un tiro al pie, porque lo único que consiguieron es aumentar sus expectativas electorales al facilitar la proyección mediática de su núcleo programático: un españolismo desacomplejado y encarnizadamente anti-independentista. 

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