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De Vox, el PP y el sinvivir de vivir en el infierno

Pablo Casado y Santiago Abascal, en el Congreso.

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Tras dos años de Vox en el Congreso y en un momento en el que, coincidencia o no, el espacio político trumpista se dirime ahora a navajazo limpio entre la puerta del Sol y la calle Génova, se le debe reconocer a la formación aguacate haber introducido con sus 52 escaños un clima tóxico y de campo de batalla que les permite dibujar el clásico todos son iguales, todos a la calle, que han diseminado por todo el territorio desde el altavoz parlamentario y la fuerza de las redes. 

La forma –falsedades, acusaciones y bulos para crear una gran maquinaria de la confusión–, es el fondo, y ese clima de cruzada sin complejos, hablando supuestamente claro ha acabado calando entre unos votantes proyectados en un país infernal en el que nos han instalado. Un marco si quieren sentimental y también social que paradójicamente se parece poco al nuestro cotidiano.

Negar el momento complejo, en una tormenta perfecta por la epidemia, la transición energética y una nueva geopolítica de la fuerza frente a la de las reglas, sería un disparate que no hace más que alimentar a la derecha extrema, pero tiene poco que ver con los cuatro puntos cardinales en los que se ha propuesto Vox que vivamos instalados. Como escribió Houellebecq, hay un mapa por el que transitan que no se parece en nada al territorio sobre el que pisamos todos nosotros. 

El relato es eficaz y recuerda a una idea de ruptura ya vista, lo peligroso es que en él ahora también navega el Partido Popular, arrastrado por el oleaje trumpista, contra el sistema y desde la antipolítica desde la atalaya de un partido de Estado y de gobierno, ver para creer. Construir desde el odio es sencillo: la base es alimentar el malestar general bajo la idea primaria de una amenaza constante y de que siempre alguien hace de tu vida una tortura. Siempre hay un culpable responsable de nuestros males, siempre vamos a peor, aunque el modelo Bannon no aclara, deliberadamente, si la mayoría de la gente forma parte de la solución o del problema, aunque de la escucha atenta en el Congreso usted, yo y la mayoría no tenemos encaje en el universo voxiano.

En el mundo verde el ciudadano vive en un infierno de país permanente a través de una maquinaria para darnos miedo, desde el migrante violador y ladrón a la feminazi que ataca los pilares de la familia (¿cuál de ellas por cierto?), el ecologista antichuletones, la ONG que en realidad es un chiringo de aprovechados y por supuesto el sociocomunista que va a birlarte tus ahorros sin olvidar al okupa que espera en la puerta para arrebatarte la casa y los tecnocráticas vividores europeos que te suben el precio de la luz por el maldito consenso progre que quiere salvar tu planeta. Visto así, el apocalipsis es casi una suerte de paraíso. Resumamos: no podemos dar un paso sin vivir un sinvivir que acabará cuando gobiernen ellos. Desde el orden, los recortes superfluos y la mano dura. Eso creo haberlo escuchado antes…

El primer eje de ese infierno es que las políticas del gobierno social-comunista (un marco mental que es una llamada a la nostalgia identitaria) arruinan a los hogares y encima nos trufa a impuestos y mantiene entelequias como el sistema de las autonomías. Se aprovecha un momento coyuntural por la subida de los precios energéticos y de la inflación, que es real y que están sufriendo las familias y que tiene a todo el planeta en jaque, para describir que no llegamos a final de mes. Y es cierto que una parte de la sociedad tiene muchas dificultades, pero también es cierto que llevamos dos años de proteger, dar seguridad y no de recortar, de subir salarios, pensiones y crear el ingreso mínimo vital.

Cuentan falsedades, construyen desde los hechos alternativos, y esconden que el país está con menor paro, más afiliados y con una recuperación por encima del 5%, la segunda mejor de Europa este año. Eso no quita que han sido dos años complejos, pero el país no se ha devaluado, ni se han ido millones de trabajadores a la calle. Estamos recuperando, el infierno es una creación de Vox. 

A la España arruinada se une un segundo elemento para aumentar la sensación de infierno, la de que estamos rodeados por una invasión de “extranjeros” que nos van a robar nuestras casas, nuestros empleos, nuestras mujeres y niños y por supuesto nuestra civilización. 

El marco de la “invasión” no es nuevo, es conocido. Es una teoría formulada ya en los años ochenta en Francia, la idea de la preferencia nacional que expresó Jean-Yves Le Gallou, alto funcionario que por cierto acabó en el Frente Nacional y que ahora utiliza la ultraderecha francesa y varios autores van repitiendo ahora por media Europa, véase a Douglas Murray y su libro 'The Strange Death of Europe'. 

Arruinados económicamente y expulsados por migrantes y yihadistas, todo suma al caldo de cultivo de la dificultad económica y la inseguridad. Sin embargo, no hace falta ni siquiera ir muy lejos en el análisis de datos. Cualquier estadística refleja que ese clima de falta de seguridad en las calles es una construcción artificial. Somos un país seguro, en el que la criminalidad es baja, y por eso esa idea de campo de batalla dentro del congreso y fuera se ve claramente artificial.

Y ahí va el tercer pilar que se usa en el relato de la extrema derecha de este país, y es el de un país que se rompe. Es curioso que se llame a la ruptura de la unidad de España en el momento en el que el movimiento independentista está más dividido que nunca, la fatiga ante el pulso catalán es patente dentro de Cataluña y existen además mecanismos de diálogo que permiten al menos mayor serenidad que medidas como el artículo 155, que es el marco permanente en el que le gustaría estar a la extrema derecha. 

Esa idea de la unidad se sazona con la banda terrorista ETA, mecanismo que permite la politización de la nostalgia frente a un proceso de éxito colectivo para acabar con el terror. Con la unidad y los fantasmas agitándose en permanencia ya tenemos tres elementos del relato del campo de batalla actual de Vox: el declive económico, la invasión del otro y la ruptura del país. 

A todo relato le falta una conexión identitaria con algo fundacional que muchas personas sienten que se está perdiendo, una llamada ancestral a las raíces, que Fukuyama en su artículo Against identity Politics señala como un elemento cohesionador de muchas familias que sienten que la izquierda los ha dejado de lado por colectivos minoritarios y que en cambio a ellos con estas políticas de carácter trumpiano se les tiene por fin en cuenta, se les da visibilidad y se les escucha. ¡Ya era hora!, existimos, es el resumen. Trump y ahora la extrema derecha les devuelve el orgullo de tener una identidad, que para muchos es una forma de volver a un mundo del que se han sentido excluidos. 

Unas claves imaginarias sobre una serie de elementos que hoy tienen una conexión con un tiempo pasado que sobre todo nos hace pensar en que fuimos mucho más ricos, mucho más seguros, mucho más fuertes que en la actualidad, mucho más españoles, precisamente en un país más rico que nunca en su diversidad. 

Paradójicamente pocos se reconocerían en este sinvivir de país si lo tuvieran que describir para sí mismos, porque se vive globalmente mejor que hace medio siglo, en un marco europeo que por cierto está hoy amenazado por líderes a los que Vox da apoyo, ver para creer, y que además cuenta con una sociedad solidaria y comprometida, mucho mejor del relato que nos cuentan.

Negar que vivimos esa confrontación de modelos sería engañarnos: estamos ante un mundo complejo que atrae a los que buscan soluciones simples y a la contra de retos complejos y de largo recorrido. Por eso rechazo que todos los votantes de Vox sean de la misma tipología, hay mucha gente que se refugia en un voto de rechazo y hay que entender las razones, que son profundas. Y es cierto que debemos reflexionar sobre el porqué. Este país tiene retos difíciles porque el mundo es complejo, hemos vivido una pandemia sin precedentes y además estamos en un momento clave de transición productiva, energética y digital. La realidad es que el país dista del relato de Vox, que nos describe como ciudadanos de un país de tebeo, con buenos y malos en un infierno en el que la cruzada a caballo nos salvará de la globalización, de la crisis de Ucrania y su impacto energético, de la inflación y de la horda de salvajes que está invadiéndonos. Sin embargo, los problemas existen, y mucha gente los vive en primera persona en forma de pobreza pero también de una percepción de degradación moral, social, cultural e incluso territorial. Todo caldo de trumpismo.

Estamos pues en un momento clave y por eso el PP también hurga en ese espacio de la antipolítica que prefiere culpar de los problemas antes que afrontarlos con soluciones. Quien crea en estos días que podemos solucionar los retos con soflamas de laboratorio o con políticas negacionistas, nos haremos todos un flaco favor. 

La antipolítica que tan bien se refleja en el libro 'La tiranía de los bufones' de Christian Salmon es un buen cóctel para desparramar la ira y convertir en líderes en estrellas de prime time, pero provoca resacas que conocemos a través de los años de Trump, Orban, Salvini o Bolsonaro. No lo olvidemos. Tampoco debería olvidarlo el líder que quede de la crisis más salvaje que se recuerde en el Partido Popular.

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