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¿Dónde están los otros 98 contertulios?

Escena del film 'No mires arriba'

98

Se avecina un curso especialmente duro a poco que se mantengan las actuales circunstancias. Y es evidente que encuentra a buena parte de la sociedad cansada, furiosa, profundamente desinformada en líneas generales, y con grandes deseos de encontrar algún soporte al que agarrarse y remontar. Todo ello, en diferentes porcentajes y predominios.

La guerra va a seguir. Ninguno de los responsables apuesta por la paz, siquiera la negociación. Josep Borrell, paradójico jefe de la diplomacia europea, anuncia la intención de la UE de entrenar y organizar al Ejército ucraniano en los países cercanos. Hace poco declaró que la guerra no sale gratis y, en efecto, la estamos pagando todos los ciudadanos en inflación, escasez de productos, restricciones y prioridades malsanas que ponen en lugar prominente el gasto bélico, desplazando necesidades perentorias de los ciudadanos. El alcalde de Londres denuncia que este invierno millones de personas tendrán que elegir entre comer y calentarse. Y que algunos no podrán hacer ninguna de las dos cosas. Otros sí, ambas. Y es demasiado precio por secundar la lucha de poder entre Estados Unidos y Rusia.

Son hechos que chocan con las creencias, esa figura cada vez más extendida para sustituir la realidad. Hay gente que desprecia los datos y se autoconvence –a menudo con ayuda de los medios o gente de su confianza- de que las cosas son distintas a como son. Las ven como quieren verlas. Afrontar así un futuro difícil lo complica en gran medida.

Y a la vez es agotadora la presión de esta verdad que parece no ofrecer resquicios. Muchos ciudadanos necesitan –necesitamos- la ilusión de que es posible enderezar el rumbo. Cambiar las agujas de la vía como los viejos ferroviarios para enfilar otro futuro.

En una charla reciente del Foro Social de Rototom aludí al programa satírico “Last week tonight” que dirige John Oliver desde Nueva York. Hace ya tiempo trató el cambio climático. Los medios tradicionales incluyen a menudo como noticia un enfoque opinativo, decía: “Uno de cada cuatro estadounidenses son escépticos acerca del cambio climático”. La realidad es que hay un 97% de consenso científico sobre que la acción humana es la responsable de esas alteraciones que hoy demuestran sus consecuencias en daños constatables a nuestro ecosistema. Lo estamos viendo, la Naturaleza maltratada grita y lo estamos sufriendo como parte de ella, si me permiten la metáfora.

Pues bien, lo habitual es que sean llamados a las mesas de análisis, o de entrevista, el que opina a favor y el que opina en contra de lo que sea. A menudo, uno que cree y otro que sabe. Creer no necesita razones, recordemos. Así que John Oliver llamó a los 98 analistas que faltaban en aquel plató para obtener la proporción real del 100%. Lo tienen a partir del minuto 3,40.

No podemos fundamentarnos en opiniones sin base sino en hechos. No en emociones que expulsen la realidad, pero ya son el absoluto colmo esas mesas tan desequilibradas del 1 y 1, del éste dice y el otro dice que han colonizado como plaga fatal el periodismo. No son reales, casi nada mantiene un apoyo y rechazo igual al 50%. Añadan manipulaciones interesadas - algunas al nivel de auténtica delincuencia mediática -, y cuanto gusten para entender a qué grado de desconcierto y desesperación han conducido esta sociedad, o a la abulia que deja hacer que es tanto peor. ¿Es cuerdo siquiera que un 65% de los votantes tories apoye que siga gobernando Boris Johnson después de haberlo echado? Y a tantos otros.

Es el cambio climático, las vacunas, cualquier hecho científico sobre todo, las versiones de los políticos de lo que quieran vender o tumbar, las de sus voceros y sicarios. La información se ha convertido en un pantano cenagoso en el que falta como poco el equilibrio y muy a menudo la verdad y la propia intención de ofrecerla a los ciudadanos. Faltan los datos y las voces que sitúan y contextualizan lo que ocurre en su justa medida.

Esos políticos que manipulan hasta el sonrojo de la cordura son escuchados por personas que les creen o emocionalmente les quieren creer. Porque hace falta tener un estómago a prueba de lejía para tragarse lo que a menudo dicen. Feijóo se ha transformado en otra máquina expendedora de bulos, como la jefa oficiosa del PP que reina en Madrid. Lo mismo estragan sus corifeos mediáticos en compacto equipo.

Tiene consecuencias. La manipulación pone en manos de ladrones sin escrúpulos asuntos vitales de todos. La corrupción quema los bosques y las vidas. Y si cuela entregar nuestro patrimonio, el labrado con nuestros impuestos, a sus empresas amigas, se engulle también la muerte por mor del gasto de miles de ancianos sin siquiera atención médica. Y, fuera, si se aceptan los términos que justifican la guerra y la muerte, se consienten las sanciones universales hasta inundar de hambre el sur del planeta a donde llegó el “aleteo” de las armas en un efecto que no es precisamente el de la mariposa.

Piden “fuentes” para las noticias sobre autorías de atentados. ¿Periodísticas? ¿De quienes cambien tantas veces el sujeto de las noticias? ¿De quienes escriben que acusar a una “ciudadana ucrania” es lo que amenaza con elevar la tensión entre Moscú y Kiev? ¿Más que la muerte de la ciudadana rusa? ¿Y que lo que se buscara con ella? ¿Y que sus consecuencias?

Necesitamos abrir caminos de esperanza aunque cada vez ponen más difícil habitar este mundo en el que vivimos porque seguimos aquí, con los nuestros, con todos. Y queremos vivir y ser felices. La información rigurosa es imprescindible. Marca la diferencia entre saber o vivir en una nebulosa a merced de desaprensivos, de convertirse en uno de ellos por complicidad. Oír las voces y aparcar los ecos. Buscar la verdad más ajustada. Convertirse cada uno en los 98 tertulianos que hurtan casi siempre para lograr al menos el prototipo base del 100%. Mejor en los especialistas, los que saben, los que buscan los datos para informar, los que incluso afloran las emociones que la realidad produce para entenderla mejor. Y apaguen el odio, por encima de todo apaguen los surtidores de odio, porque sin nosotros no son nada: un electrodoméstico apagado, sin voz ni fuerza alguna.

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