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La adopción no es el placebo de la gestación subrogada

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Violeta Assiego

Hay quien señala la adopción como la vía a la que tendrían que acudir las personas y parejas que, deseando formar una familia, están usando la gestación subrogada para ser padres y madres. Al hacerlo olvidan o ignoran que la finalidad de esta figura jurídica (sea la adopción nacional o internacional) no es dar respuesta a los deseos de formar una familia por parte de quienes no pueden tener hijos biológicamente por sí mismos. En una especie de afán por señalar el individualismo y egoísmo que supuestamente motiva a quien acude a la gestación por sustitución, se contribuye (seguramente sin querer) a desfigurar una medida clave para la protección jurídica de las niñas y niños que se encuentran en situación de desamparo. La adopción, afortunadamente, no está para hacer realidad los sueños que un adulto pueda tener de ser papá o mamá. En todo caso, si se trata de hacer realidad sueños son los de los chavales más vulnerables que no encuentra los abrazos, la ternura y el hogar en los centros donde viven.

Ahora que se vuelve a abrir el enconado debate sobre los vientres de alquiler y la gestación subrogada es importante reclamar la identidad propia que tiene la adopción antes de que unos y otros la sigan usando como arma arrojadiza o escudo protector. Igual que no sirve que las detractoras a ultranza de los vientres de alquiler manden a adoptar a quienes quieren ser papás o mamás y no pueden hacerlo por sí mismos biológicamente, tampoco es de recibo que quienes quieren acudir a la gestación señalen como excusa para hacerlo que la vía de la adopción presenta dificultades insalvables y plazos inaceptables. Ambas partes se confunden, la adopción no es la sustitución de la gestación por subrogación. La adopción es otra cosa.

En la adopción, tanto nacional como internacional, lo que prima (y así debería ser) es el interés del menor. Lo que se buscan no son niños que se adapten a las expectativas de sus ‘futuros padres’ sino que se buscan personas y parejas que les ofrezcan su hogar y su familia de por vida y estén dispuestos a acompañarlos en un desarrollo que nunca será igual al de un niño biológico. No porque sean mejores ni peores sino porque su condición de adoptado marcará en su proceso vital una serie de hitos que ningún padre o madre adoptante podrá ignorar. Es esta diferencia, esta especial necesidad de comprender que el niño trae su propia historia de vida (por muy pequeño que sea) la que lleva a las instituciones públicas a exigir a quienes desean adoptar que cumplan con unos requisitos y sigan unos trámites encaminados a certificar si la familia es la idónea para cada niño. Por tanto, la adopción está muy lejos de ser una fórmula a la que acudir para aplacar los deseos de ser padres o madres de nadie. En la adopción si algún derecho prevalece es el del menor a tener una familia.

Por tanto, la gestación subrogada y la adopción no son realidades comparables y mucho menos sustituibles. Sin embargo, de la adopción y de por qué ha sido necesaria su regulación se podrían extraer lecciones importantes. Entre estas principalmente dos: una que el deseo de formar una familia no es razón suficiente como para aprovecharse de la situación de necesidad, pobreza y vulnerabilidad de las mujeres y las familias donde se gestan los niños; y otra que la única manera de evitar la venta de niños y el negocio que se mueve gracias al mundo de los deseos que buscan hacerse realidad ha sido que los Estados estableciesen mecanismos, procedimientos y garantías para que cuando se dieran los procesos de adopción se velasen por los derechos de los sujetos más vulnerables.

A pesar de esa regulación nada es blanco ni es negro y hay mucho que se podría decir de cómo se han venido dando las adopciones desde que en los años 90 se empezaron a regular. También en la adopción, muy especialmente la internacional, hay historias vergonzosas de personas y parejas que han pagado grandes cantidades de dinero a intermediarios acreditados por la administración pública. Intermediarios que aseguraban que iba a entregar un bebe racialmente muy parecido a los solicitantes de adopción. Quienes trabajan en este ámbito seguro que pueden contar historias muy dolorosas de adopciones truncadas donde el niño real no respondía al niño ideal e imaginado por la familia adoptante. Historias difíciles donde el rechazo, la no aceptación de la condición de adoptado, la personalidad del chaval y la falta de acompañamiento en esos momentos han dado lugar a que muchos chavales hayan seguido escribiendo su biografía desde los centros de protección a los que han sido devueltos.

Así que no, la adopción no puede convertirse ahora en la solución fácil de una realidad compleja como es la de la gestación por subrogación que debe tener una respuesta propia. Así pues, la adopción y la gestación por subrogación responden a motivaciones muy diferentes e incompatibles entre ellas.

Otra cosa es que a raíz de este debate, aprovechemos para señalar que las instituciones tienen que invertir más recursos para que haya cada vez más familias que adopten a esos chavales, muchos de ellos con necesidades especiales. Chavales que no lo pondrán fácil porque sus mecanismos de defensa ante la vida les hace no manejarse del todo bien en las emociones que les han sido negadas desde muy pequeños: la seguridad del apego y la ternura del amor. Niñas, niños y adolescentes que ni son un niño ideal ni un bebé a la carta, pero que en esto de crear familias son los únicos que tienen derecho: el de crecer en un entorno familiar que les quiera, les potencie y les respete. De eso va la adopción de no olvidarse de los que nadie quiere en su casa.

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