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Alguien tenía que hacerlo

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en una rueda de prensa.
16 de marzo de 2021 23:09 h

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La vertiginosa semana que llevamos vivida no hace más que corroborar los cambios que la pandemia –en sus situaciones límite– ha operado en nuestra sociedad. De las ramas desnudas del esqueleto caen las últimas hojas muertas. Como Ciudadanos, el partido creado en laboratorio para apoyar a un PP infectado de corrupción, que sufría el potente efecto de su inconsistencia desde Albert Rivera. Los “fichajes” –así llamados en prensa– de algunos de sus miembros mutantes constatan de igual modo la calaña de las partes en la compraventa (del fichaje naturalmente). Y tanto o más espectacular: la comprensión de los medios adictos que ya justifican ésta y otras prácticas con potente olor a putrefacto.

La actual gerente de la empresa, Isabel Díaz Ayuso, convertida en musa del trumpismo patrio, convoca elecciones en Madrid, segura de que la justicia de la comunidad le dará la razón y el apoyo mediático será incondicional. Lo más eficaz sería una sola lista de consenso, aventuramos incluso algunos periodistas pero no van por ahí las cosas. El PSOE confirma a Ángel Gabilondo como su candidato: un intelectual de altura, que habla precioso, desaparecido durante toda la creación del “ayusismo”. A Isa Serra la tiene enfilada un lawfare; Mónica García, de Más Madrid, es una excelente parlamentaria, pero ninguno de los tres candidatos ha logrado atenuar siquiera el ascenso de una presidenta como Ayuso que compite con el gobierno de España como si de dos Estados se tratara. Unida ahora a Vox, se disponía pues a un paseo triunfal. La oposición venía derrotada de antemano. Y la desolación se extendía entre los demócratas que residimos en Madrid, conscientes de lo que tal triunfo representa o representaría.

Pablo Iglesias salta entonces a competir con Ayuso en Madrid. Ella inicialmente se descompone pero sabe la red con la que cuenta. A Iglesias querían echarle del gobierno de España desde antes de entrar, demuestra que no se aferra al sillón por muy alto que sea y ahora tampoco están contentos. Impulsar a la muy eficaz Yolanda Díaz para la vicepresidencia desmonta otra de las películas de esa oposición de cizaña. Los más considerados del establishment dicen que Pablo Iglesias ha dado ese paso (atrás en las carreras convencionales) para salvar... a Podemos. No les cabe en la cabeza que sea –como dice– para evitar un gobierno fascista. Ese peligro es real y no se oculta. En la misma mañana del lunes, Ayuso declaraba, ante una de sus complacientes colegas mediáticas: “Si te llaman fascista estás en el lado bueno de la historia”. De la historia que desencadenó la Segunda Guerra mundial, muerte, campos de concentración, destrucción y pobreza, desde luego. Menos mal que entonces fue derrotada. Por los aliados occidentales y la URSS por cierto.

Ayuso, de ganar, precisaría a Vox. No le supone ningún problema, dice, y es cierto, que comparten ideología. Los hechos lo demuestran, lástima que no tengan la misma amplitud informativa las decisiones trascendentes que las anécdotas para el espectáculo.

El gobierno de Ayuso ha demostrado hasta ahora un sesgo claro y terrible: los pobres e improductivos le sobran, se diría que como a los nazis o un clasismo total. Sumen: Ayuso rechazó en noviembre dos millones de euros del Ministerio para alumnos vulnerables. Aquí está la carta que lo prueba. Madrid ha destinado solo un 0,5% del fondo COVID–19 a residencias y pobreza. De los 3.300 millones de euros que recibió del Gobierno, ha consignado a ese fin 17 millones. Al punto de rechazar dinero que llega si es para pobres. Esta misma semana hemos sabido que Madrid recortó en 2020, 135 millones de euros al sistema de dependencia y el sistema sufrió “un importante revés de las valoraciones de personas dependientes”. No parece que haga falta mucho para entender el propósito.

Es la misma tendencia –o ideología– aplicada en las residencias de ancianos a su cargo. Hasta en el Telediario de TVE de las 21.00 se despacharon este lunes convulso al informar de la confrontación entre Ayuso e Iglesias con un “intercambio de reproches sobre las residencias”. Hay que decir con toda rotundidad que la presunta equidistancia favorece al que miente. Porque la responsabilidad y las firmas para no derivar ancianos enfermos de Covid fue de Ayuso y hay pruebas. Los periodistas que aportan esas pruebas, como Manuel Rico de Infolibre, aparecen en algún programa de tertulias pero no en los telediarios. No digamos ya en otras cadenas y emisoras y periódicos.

Hay más. Una de las primeras ocurrencias que soltó Ayuso en su campaña a la Comunidad hace dos años fue que “el concebido no nacido” fuera considerado un miembro más de la unidad familiar. No era una ocurrencia. Ahora sus correligionarios de Vox proponen la reforma de la Ley del Registro Civil para poder registrar a los hijos “desde el momento de la concepción”. Se presta a muchos chistes, pero es extremamente serio: tendría consecuencias penales, económicas y administrativas y es un ataque frontal a los derechos consolidados de la mujer.

Hay mucho más, pero solo con estas evidencias se demuestra la urgencia de atajar el fascismo en Madrid, punta de lanza de España. La UE y el Consejo de Europa afirman que “el peligro para la democracia no procede de los gobiernos socialdemócratas ni de la izquierda poscomunista, sino de las derechas radicales de Hungría y Polonia”, como recordaba hoy el periodista Ramón Lobo, por ejemplo. El sesgo al que se apunta el Madrid de Ayuso y Monasterio. Ése capaz de soltar de una tacada que Pablo Iglesias es del entorno de ETA, entre otras barbaridades, que implicaría una denuncia en un país normal. No, en la España, o el Madrid, en el que la justicia respeta tanto la libertad de expresión de la ultraderecha marcadamente.

Ignacio Escolar, director de elDiario.es, escribía ayer un muy argumentado artículo señalando la dificultad de la tarea de Pablo Iglesias en una comunidad que vota derecha en la mayor parte de las convocatorias. Las pocas veces que ha cambiado el signo en 20 años se ha topado o con un “tamayazo” –que tizna también a la víctima que no lo ha previsto– o con esas divisiones que propician los egos y las envidias, como el famoso pacto de las magdalenas. Esta frase de Escolar es clave: “El PP ha fabricado a sus propios votantes, a los que primero ha expulsado de los servicios públicos y después ha convencido de que no merece la pena pagar impuestos por un Estado del bienestar que cada vez usan menos”.

Lo peor es que les ha convencido también para que apoyen la supresión o precarización de esos servicios esenciales a quienes no pueden pagarlos. La mayoría de sus votantes tampoco podrían costearse el tratamiento de un cáncer complicado, por ejemplo. Y, van a ver, falta otra perla del “ayusismo”, idéntica en la intención: Madrid es la última comunidad en comenzar a vacunar a grandes dependientes, acaba de hacerlo dos meses después de la primera, que fue Navarra en enero y cuando otras ya han terminado. Dependientes y ancianos, como en las residencias. Caros, “defectuosos” e improductivos. ¿A dónde miran los votantes de PP y Vox para secundar esto?

¿Y a dónde la reedición del fracaso de las elecciones autonómicas de 2019 que en la práctica no han impedido encumbrar a Ayuso? Más Madrid rechaza concurrir con Unidas Podemos como les ha propuesto Pablo Iglesias, negociando la cabeza de lista. Pero Mónica García comparece afirmando que las mujeres saben ganar a la extrema derecha (¿a Ayuso y Monasterio que también son mujeres?). La candidata de Más Madrid habla de testosterona y de hacerles la parte de juego sucio a los hombres. Un uso torpe e inadecuado del feminismo –justo cuando Iglesias ha propuesto a dos mujeres para el gobierno de España– y un volver al punto de partida de la rivalidad entre los fundadores de Podemos. Pero éste es un tema en extremo delicado, porque entra en el terreno de las creencias y pasiones, del pensamiento religioso. Y contra eso poco se puede hacer. Lamentablemente, con la derecha extrema ocurre lo mismo.

Ayuso es una presidenta que, en un país serio, estaría inhabilitada siquiera por la gestión –probada– de los geriátricos. En cambio, marca la agenda entre aplausos desaprensivos. Pablo Iglesias compite para que no revalide en su triunfo lo que representa. Es un peligro grave y real. Alguien tenía que mover esa ficha para animar la esperanza del centro–izquierda. No es tan imposible. No está escrito que se repitan los resultados de 2019, lo llovido desde entonces no ha caído en saco roto. Si sus protagonistas lo ven igual, ignoran lo largo y penoso que ha sido para los ciudadanos y el terror a que se repita.

Si Iglesias produce rechazo en los más conservadores o por cualquier otra razón, Gabilondo y Mónica García, no. Pueden cooperar si no se obcecan. Y Pablo Iglesias tiene seguidores fieles y entusiastas. Como Ayuso ahora, tras dos años de promoción en vía libre. Y lo que no se apunta es que Ayuso suscita, entre los demócratas, auténticas arcadas. 

Decíamos que este tiempo de pandemias está desnudando nuestra realidad. Veremos qué hojas muertas caen en la batalla por Madrid. Esperando que los vientos de la ira no arramplen con todo hasta dejar solo en pie de gobierno al fascismo.

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