Las amenazas de la IA y las fortalezas de los profesionales
En un ciclo de conferencias, que complementa la imperdible exposición sobre Inteligencia Artificial (IA) que ha organizado el CCCB (cuando se cumplen treinta años de su puesta en marcha), intervino el profesor Frank Pasquale, magníficamente entrevistado por Xavier Nueno. Pasquale defiende en su libro cuatro leyes de la robótica, que se añadirían a las propuestas por Isaac Asimov hace ya ochenta años. Lo que ante todo defiende el profesor de Cornell University es que los sistemas robóticos y de IA deberán servir de complemento a los profesionales, no reemplazarlos. Y sigue postulando que los mencionados sistemas no tienen que falsificar lo propiamente humano, no deben fomentar la carrera armamentística de suma cero y que tienen que indicar siempre la identidad de sus creadores, controladores y propietarios. Toda la conversación giró alrededor de la necesidad de regular el vertiginoso cambio en el que estamos inmersos, y, al mismo tiempo, evitar encorsetar innecesariamente la fuerza transformadora y positiva que puede incorporar.
Nos adentramos aceleradamente en un mundo en que no está muy claro ni el terreno que pisamos ni las reglas que están en vigor. A través de la palabra mágica innovación, se quiere esquivar la regulación, cuando casi siempre los intereses mercantiles que mueven tal disrupción están por encima de las necesidades sociales. La semana pasada, en un centro comercial de Barcelona, la empresa Worldcoin, controlada por OpenAI y Samuel Altman, pagaba 70 euros en criptomonedas a quienes aceptasen que se les escaneara el ojo. Como es sabido, el iris de cada persona es absolutamente único, y así la empresa quiere avanzar en la creación de un pasaporte digital. La Agencia Española de Protección de datos ha tenido conocimiento de la iniciativa a través de algunas denuncias que se han producido, y la Autoridad Catalana en el tema ha puesto de relieve los peligros de todo tipo (incluida la suplantación de personas) y las dinámicas de control autoritario que esa cesión puede conllevar.
Eso es solo un ejemplo más sobre las grandes potencialidades de la IA así como de las amenazas que proyecta en muchos campos. Un tema clave es el de la sustitución de muchos empleados y profesionales que serían reemplazados por las máquinas. No es algo nuevo, aunque esta vez la robotización o el reemplazo maquinal afectará a profesionales con trabajos de alto valor añadido que no habían visto amenazados sus lugares de trabajo en anteriores grandes transformaciones tecnológicas. Es importante entender que el trabajo no es sólo una fuente de recursos para vivir, sino que es un espacio de proyección personal y cubre funciones sociales que son significativas. Por lo tanto, de entrada, deberíamos entender los procesos de automatización como iniciativas que pueden reforzar la significación de la aportación de cada persona en las tareas a desarrollar, complementar la labor de los humanos, reducir los tiempos laborales o simplificar los procesos más repetitivos y demandantes. En la práctica, una buena expansión de la IA puede permitir una ampliación muy sustantiva de lo que hoy consideramos el campo de las profesiones.
No va a ser coser y cantar la implementación de los procesos de automatización que facilita la IA. Hay campos más propicios que otros, pero incluso en los que la labor a desplegar es más repetitiva, la transición puede ser larga. Los aspectos precisamente menos gratificantes de cualquier trabajo deberían ser los prioritarios en ese proceso automatizador, manteniendo espacios de decisión de cada trabajador y acompañando su seguridad. El equilibrio y la sensatez será clave en ese proceso. Pero, lo realmente nuevo es, como decíamos, que la IA puede repercutir de manera muy significativa en la labor de un conjunto de profesiones, como la medicina, la abogacía, la arquitectura, la ingeniería o las vinculadas a la educación (para mencionar algunas), que no habían sido afectadas en el núcleo duro de lo que es su ejercicio profesional. Pero, precisamente el hecho que se liberen de muchas tareas que antes eran muy costosas en tiempo y poco enriquecedoras personalmente (buscar precedentes de casos, establecer primeros diagnósticos, buscar información y referencias…), lo que va a provocar es que la tarea de los profesionales se convierta en más compleja. Y es esa complejidad y su capacidad de navegar en ella, la que determinará el valor de su ejercicio profesional.
No es precisamente esto lo que opinan algunos de los más entusiastas defensores de la IA y sus efectos en el mundo del trabajo. Cuando se habla de la ilimitada cantidad de datos que se pueden llegar a procesar y la consiguiente capacidad de autoaprendizaje de la propia dinámica de IA, se infiere que cualquier labor profesional, por compleja que sea, puede llegar a ser sustituida. Pero, es precisamente en la intersección entre experiencia profesional y exigencias del sistema público y democrático en el que las labores profesionales podrán llegar a mantener su especificidad. Donald Schön publicó hace muchos años un magnífico libro (The Reflective Practitioner. How Professionals Think in Action, Routledge, 1983) que ahora recupera, si alguna vez la había perdido, toda su vigencia. Siguiendo a Schön, lo que la robotización podrá sustituir es todo aquello que la teoría y el bagaje de cada profesión ha considerado como su acervo racional-técnico, pero no precisamente lo que han acumulado en su propia experiencia profesional. Lo irreemplazable es su práctica específica. La que constantemente les ha obligado a navegar entre datos, normas, especificidades, valores y que ha ido construyendo su propia intuición, acumulada a lo largo de los años. La parte no estandarizada de su actuación es aquella que precisamente puede enfrentarse mejor con la complejidad de lo desconocido. Ese saber tácito que da el saber actuando es lo que puede permitir aprovechar más eficazmente el reconocimiento de patrones que facilita la IA, sin convertir en automática toda intervención en temas tan sensibles como la salud, la aplicación del derecho o el cuidado de los que queremos.
Las consecuencias de todo ello en los procesos de aprendizaje de cualquier profesión, en las pautas de códigos deontológicos de las mismas, y, en definitiva, en el ejercicio de las labores cotidianas de cualquier persona que se enfrenta a dilemas en su desempeño laboral abre un campo en el que la mezcla de saberes, técnicas y valores deberá desplegar todo su potencial. El reto es aprovechar todo el potencial transformador y positivo de la IA sin dejarse arrastrar por procesos deshumanizadores y falazmente eficaces. Politizar el debate sobre la IA es esto: hablar de valores, de quién gana y de quién pierde, de costes y beneficios.
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