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Anabel

Pies de recién nacido.

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¿Qué muere cuando muere una partera si todo nace con ella? Ayer en el velatorio estaba su cuerpo y estaban los niños. Estaban las flores y las madres y los padres. Había un piano. Y una canción sobre una mujer que ayuda a dar a luz con su propia luz. Y junto a las imágenes emocionantes de los nacimientos de nuestros hijos que se agolpaban esa tarde en nuestras memorias, y en las que siempre estaba Anabel, poco espacio había para la muerte o la tristeza. Como dijo Paca, su compañera doula, cuando muere gente como ella no se puede estar solo triste. Nos contó que, con su ironía habitual, Anabel se reía del barrigón que le había dejado el cáncer en los últimos días, decía que “mira que venir a embarazarme de mellizos justo cuando me voy a morir”. Cómo no sonreír: Anabel y comernos la placenta para recuperar la musculatura del útero. Anabel y el ascensor anal, para el suelo pélvico. Anabel y el taller Mi vulva, mi vagina, repartiéndonos espéculos, linternas y espejos para mejorar nuestra autogestión ginecológica. 

“Descansa Rocío, respira profundo”, se escucha en el vídeo del parto de mi mujer. Quisimos que Anabel Carabantes fuera nuestra guía hace cinco años, como lo fue de otras compañeras que se decidieron por un parto respetuoso en casa, un privilegio para evitar la habitual violencia y extrema medicalización de los partos hospitalarios, la infantilización y objetualización de las gestantes y el desprecio por nuestro deseo. Así, con esa voz que tenía, cavernosa e inspirada, enseñó a cientos de mujeres y cuerpos gestantes a luchar por su derecho a decidir la manera en que querían parir, ese viaje del dolor al alivio, del placer al amor. Tuve la suerte de verla en acción en el ritual del comienzo de una vida, quizá el más hermoso que exista. Como toda buena maestra, dejaba a las gestantes descubrir su poder creador y entonces las veías irrumpir como chamanas de su propio fuego. Los cientos de mensajes de madres agradecidas en redes tienen que ver con esto.

Anabel no solo era una matrona todoterreno, era una visionaria, una activista del parto natural y una auténtica luchadora por ese derecho para las madres y sus hijos, que nos descubrió el verdadero sentido de un parto que debemos recuperar para nosotras. Y lo hizo contra viento y marea, padeciendo el acoso burocrático que sufren siempre las experiencias autónomas, las que se resisten a pasar por el aro. Anabel sabía que estábamos ante una ofensiva reaccionaria contra esas otras formas de ser madre fuera del sistema, desde documentales en televisión en abierto criminalizando el parto en casa, hasta mujeres obligadas por la Policía a dejar su casa e ir al hospital porque lo manda un juez. A todo ello se enfrentó.

Por eso la atacaron, la persiguieron y la enfermaron. La Comunidad de Madrid, con su miopía, sigue castigando administrativa y económicamente a las profesionales del parto natural y la salud reproductiva, matronas y doulas, al no reconocer que realizan un trabajo domiciliario, acompañando durante el embarazo, el parto y el postparto. Esa fue una de las últimas luchas de Anabel, conseguir, desde su asociación, seguir atendiendo partos libres, cuidadosos del ritmo de cada persona, y concientizando sobre su importancia, sobre la necesidad de dar continuidad a los cuidados después del parto. Esa lucha la ha legado a sus compañeras. Aquella vez del taller Mi vulva mi vagina nos enseñó que el cuello del útero tiene forma de sonrisa en una mujer que ha parido y forma de beso en una que no ha tenido hijos. Nada muere cuando muere una partera.

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