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Esos a los que aplaudimos cada noche

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Clara Serra

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Tengo una amiga que, después de estudiar filosofía conmigo, decidió ser enfermera y se sacó el título en el año 2015. Cada vez que me cuenta las situaciones que vive día a día en el trabajo me parecen relatos increíbles, una especie de exageración surrealista de la incertidumbre y la precariedad vital y laboral de nuestro siglo. Voy a contar algunas de sus historias hoy aquí porque son las historias y la experiencias de una enfermera o un enfermero cualquiera. Estos días, que salimos a aplaudir el trabajo que mi amiga, junto a miles de enfermeros, médicos y auxiliares siguen haciendo en nuestros hospitales, quizás son días para conocer un poco más de cerca la situación laboral que llevan viviendo tantos años.

Mi amiga, como la gran mayoría de enfermeras y enfermeros que trabajan en nuestros hospitales públicos, no tiene una plaza fija. El mismo año que se licenciaba se hacían unos exámenes de oposiciones a los que no llegaba a presentarse, unas oposiciones celebradas en 2015 que habían sido convocadas en 2007 y que no se resolvieron hasta 2018, lo cual da buena cuenta del nivel de oferta pública de empleo que hay al alcance de las y los enfermeros que se licencian en nuestro país.

Como casi todos y todas ellas, mi amiga se apuntó al acabar la carrera en listas de contratación, en su caso en una lista para todos los servicios de atención primaria y otras dos correspondientes a los dos hospitales públicos de su provincia. Lleva cuatro años y medio trabajando y ha pasado por distintos ambulatorios y por los dos hospitales, haciendo urgencias, UVI, quirófano, radiodiagnóstico, hospitalización, maternidad, medicina interna, cardiología, oncología y muchos otros servicios más.

En menos de cinco años ha firmado más de 120 contratos. Tiene que estar siempre disponible y pendiente del teléfono porque en cualquier momento le pueden llamar y ofrecer un contrato. Si tiene suerte puede ser un contrato de cinco o seis meses para cubrir una baja, aunque la mayoría de contratos que ha firmado han sido de un mes aproximadamente. Muchas otras veces son contratos de varios días y, a veces, solo de un día. Puede recibir una llamada a las 14:00 de la tarde para empezar a trabajar esa misma tarde y solo en este caso en el que el trabajo sería para el mismo día, podría rechazar la oferta laboral sin ser penalizada. Si le ofrecen un contrato de un día para el otro y no tiene una justificación suficiente para no poder aceptarlo mi amiga corre el riesgo de ser expulsada de la lista.

La eventualidad del personal médico y de enfermería supone unos niveles de precariedad laboral y vital escandalosos y tiene como consecuencia que profesionales de la salud que nos atienden todos los días no tengan asegurado su derecho a vacaciones o a bajas por enfermedad. Una vez mi amiga, que acababa de terminar un contrato un viernes, recibió una llamada para empezar el lunes en otro sitio con un nuevo contrato. Se puso mala en fin de semana y llamó para pedir la baja para el lunes pero la respuesta fue que no había baja ninguna porque no estaba contratada así que podía, simplemente, justificar su ausencia el lunes y no firmar el contrato.

En otra ocasión, un jueves que acababa de terminar un contrato, tuvo un accidente en moto. Le habían llamado para empezar un nuevo servicio el viernes y, dado que el contrato del jueves ya había terminado y no tenía derecho a curarse del accidente con una baja cubierta, tenía que ir el viernes a firmar el contrato para poder ir después al médico. Ese viernes, sin embargo, le dijeron que ese contrato duraba solo ese mismo día y que podía empezar con uno nuevo el lunes siguiente. El problema, por tanto, era el mismo; si no se presentaba el lunes perdería el nuevo contrato y no podría tener una baja laboral cubierta así que fue por segundo día a trabajar con un esguince en un pie. Cuando el lunes le dijeron que el martes había un nuevo contrato decidió asumir que esos días serían días sin cobrar, rechazarlo e irse a su casa a curarse.

Como tantos otros y otras, mi amiga ha estado durante cuatro años trabajando pero sin derecho a disfrutar de sus vacaciones. Solo a partir de los contratos de seis meses es posible disfrutarlas así que, durante todo el tiempo en el que se encadenen contratos más pequeños, los enfermeros y las enfermeras cobran sus vacaciones proporcionales pero -obligados como están a no rechazar las ofertas que les llegan si no quieren caer de las listas de empleo- no tienen derecho a coger sus vacaciones y disfrutarlas.

El carácter eventual del trabajo de nuestros profesionales de la salud no es una excepción: a finales de 2019, los contratos eventuales en los hospitales y centros de salud españoles representaban un 42,2% del total en el sector. El Sindicato de enfermería (Satse) considera que nos falta un 34% más de enfermeras y enfermeros en España y lleva años denunciando que en nuestro país tengamos 5,3 enfermeros por cada mil habitantes cuando la media europea está en una ratio de 8,8.

Estos días, en plena crisis de coronavirus, cientos de miles de personas estamos aislándonos en nuestras casas mientras, paradójicamente, sentimos más que nunca que estamos viviendo algo en común. Tenemos miedos, incertidumbres y miles de preguntas compartidas y tenemos, también, un mismo sentimiento de gratitud hacia algunas personas que no dejan de trabajar para sacarnos de esta. Hemos salido por la noche a aplaudir juntos y juntas a la misma hora porque nos damos cuenta del inmenso valor que tiene el trabajo que enfermeros, médicas, auxiliares, celadores, administrativos, técnicos de rayos, personal de limpieza o conductores de ambulancias siguen haciendo en hospitales y centros de salud. La historia de mi amiga enfermera es un poco la historia de todos ellos.

Estos días podemos ver a defensores del laissez faire exigir la intervención y el control estatal y podemos ver a políticos que han estado décadas recortando y privatizando nuestra sanidad pública sacar pecho de la calidad de nuestro sistema de salud. Pero lo cierto es que las políticas de privatización de la última década, ensayadas ya en los laboratorios neoliberales en los que el Partido Popular convirtió Madrid y Valencia, han hecho un daño profundo a nuestro sistema sanitario.

Convertir nuestra sanidad en un negocio ha reportado grandes beneficios a los gestores privados pero la falta de inversión pública ha supuesto precariedad, sobrecarga y falta de derechos laborales para quienes tienen que cuidarnos. Son los recortes y las privatizaciones que se hicieron en nombre de la austeridad y con la excusa de la crisis los que siguen teniendo efectos lesivos para todas y todos nosotros. De esta aventura común deberíamos salir decididos y decididas a defender nuestra sanidad pública junto a esas y esos a los que aplaudimos cada noche.

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