Aplausos
El presidente italiano Sandro Pertini se disculpaba ante la población después de sus discursos de fin de año: “Perdonen que les haya molestado en una fecha tan señalada”. Lo del perdón político en España no deja de ser un unicornio. Dice la Real Academia que aplaudir significa palmotear en señal de aprobación o entusiasmo. El pasado jueves, en el Congreso, hubo de todo en la bancada del PP. Sus Señorías, en mayúsculas, como figuran en el discurso de Rajoy, se pusieron en pie y comenzaron a palmotear eufóricos en señal de aprobación después de que su presidente, del país y del partido, anunciase la subida del IVA y más recortes para los funcionarios. La Real Academia recoge una segunda acepción para aplaudir: celebrar con palabras u otras demostraciones a alguien o algo. Las palabras las puso en este caso la diputada Andrea Fabra: “¡Que se jodan!”, clamó entusiasta. Visto que el perdón es improbable, estaría bien que aclarase su deseo. No es lo mismo que jodamos voluntariamente a que nos jodan. La diferencia está en que dentro de unos años podríamos estar hablando del baby boom del 2012 y no del boom de las pistolas de pelotas de goma.
El actual Gobierno se ha convertido en una suerte de nueva academia del lenguaje. Ya nos hemos acostumbrado a los discursos “metafísicamente imposibles”, que diría el ministro de Industria, José Manuel Soria, y repletos de estos “términos hacendísticos” de los que habla el responsable de la cartera de Economía, Luis de Guindos. Siempre terminan mal. Cito a Rajoy: “Sé que las medidas que he anunciado no son agradables. No lo es cada una de ellas en particular y, menos aún, lo son todas juntas. No son agradables pero son imprescindibles”. El presidente del Ejecutivo no se rasga las vestiduras al reconocer, firme, que dijo que bajaría los impuestos y los está subiendo. Pertini pedía perdón por molestar a la gente en fin de año. Rajoy asume que nos engañó desde el principio y no solo no se disculpa, sino que es recibido con aplausos. Lo peor de todo es que existen serias dudas de que el Gobierno tenga la misma suerte que Carlos Fabra —padre de Andrea Fabra— en este juego de azar en el que directamente apuesta la soberanía del país. Otro hachazo más y el árbol se cae por el lado equivocado.