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Asesinar a las mujeres para que no sean libres e iguales

Parte de la manifestación del 7N que ha recorrido este sábado las calles de Madrid. / Efe

José María Calleja

Ha sido una reacción fulminante, brutal. Después de una manifestación que ha devuelto a la agenda política el terror que sufren las mujeres a manos de algunos hombres, después de que los movimientos feministas consiguieran que todo los partidos tuvieran que definirse respecto de su convocatoria y no pudieran mirar impunemente para otro lado -como ha hecho el PP con sus recortes durante toda la legislatura-, una reacción furibunda se ha llevado por delante la vida de cuatro mujeres y un hombre en apenas 48 horas.

Algo así como si los asesinos hubieran visto en la televisión las imágenes de miles de mujeres gritando por la libertad, denunciando el terror, clamando ¡Basta ya!  -como se decía contra otros terrores- , y ante esa evidente puesta en cuestión de su estatus maltratador, hubieran decidido tomar venganza y asesinar a las mujeres con las que tenían un vínculo. Hasta ahí podíamos llegar, parecen haberse dicho los asesinos.

Asesinar de manera compulsiva a cuatro mujeres, a la nueva pareja de una mujer, para que sepan quién manda aquí, para que escarmienten ellas y otras mujeres que piensen lo mismo que las manifestantes, para que no se les ocurra cuestionar su poder, quebrar su ancestral autoridad, sublevarse ante el miedo paralizante.

Asesinar a mujeres para tratar de borrar su visibilidad, nuevamente adquirida, su denuncia, su exigencia de que la violencia machista sea un asunto de Estado; es decir, de todos, urgente, que precisa solución y medidas legales.

Este lunes, medio centenar de mujeres,  las que son asesinadas cada año en España, se tiraron al suelo frío de la Puerta del Sol en Madrid, se hicieron las muertas durante unos minutos para denunciar esta arremetida de terror concentrada en el tiempo que pretende, inútilmente, volver a la posición anterior a la manifestación: a la invisibilidad, la clandestinidad y el asesinato casi siempre impune.

Denunciaban las mujeres de Sol el apelotonamiento de crímenes y los veían como una reacción ante la manifestación por la libertad y la igualdad del sábado.

A estas alturas del artículo ya estarán cargando los trabucos aquellos que pretenden un empate en violencias  -la que ejercen los hombres, realmente existente,  y las presuntas e inventadas que, dicen, ejercerían de las mujeres-.

Resulta muy significativo de lo que falta por hacer que, a estas alturas de los casi mil asesinatos de mujeres en los últimos treinta años -sí, más víctimas mortales que las provocadas por ETA en cuarenta años de sangrienta historia-, haya todavía mujeres que digan que están contra todas las violencias: “la violencia feminista y la violencia machista”, como dijo una oyente el pasado viernes en el Hoy por hoy de la SER.

La violencia de género es la principal causa de muerte violenta en España. La violencia machista es la primera causa de asesinato y homicidio en nuestro país. La violencia de género mata más que ninguna otra forma de terror. Sin embargo,  los crímenes de mujeres solo saltan a los medios de comunicación cuando se concentran en el tiempo, o cuando se llevan por delante la vida de los hijos de la madre que decide separarse para liberarse (violencia  vicaria)  -aunque muy pocas veces se cuente así-, o cuando hay aspectos escabrosos en el crimen.

En los medios de comunicación no se suelen contar los estadios previos a los crímenes de las mujeres: las humillaciones, los insultos, los golpes; todas esas formas de violencia que anteceden al asesinato, violencia máxima. Formas de violencia impunes y no narradas casi nunca.

Una de las cualidades de la manifestación de las organizaciones feministas del pasado sábado en Madrid es que no se ha convocado a rebufo de ningún asesinato, que no se ha hecho como reacción; ha tomado la iniciativa y ha creado un marco que pretende poner en la agenda este tremendo problema.

La manifestación ha obligado a definirse a todos los partidos, lo que demuestra que las convocantes han convertido en una idea hegemónica la denuncia de los asesinatos de mujeres como algo intolerable, un terror con el que hay que acabar.

Es más que probable que a partir de ahora, tras la visibilidad de la manifestación contra la violencia machista, sea más difícil encogerse de hombros con frases del tipo “algo habrá hecho” la mujer para merecer ser asesinada  -otra vez la similitud con otros terrores-. Será más complicado que los crímenes de mujeres no se cuenten, o se cuenten mal: como sucesos, como algo morboso, mezclados con atracos, alunizajes y otros sucesos.

¿Sería mucho pedir que , a partir de ahora, los medios de comunicación no esperemos a que se produzca el asesinato de una mujer para hablar del terror que sufren las mujeres; que hablemos de sus miedos, de sus horrores, de lo que es una evidente falta de libertad, de un sistema de terror que parte de la consideración de las mujeres como seres inferiores, propiedad del hombre?

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