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El asesino es el lector

Miguel Roig

Rajoy ha hecho suyo el relato del suspense y ha tenido en vilo a su partido y a buena parte del colectivo mediático con la designación de los candidatos de Madrid. Lo curioso es que, como en las buenas novelas policiales, alrededor del trama principal hay muchas circunstancias paralelas que la alimentan. Rajoy pretende ser discípulo de Alfred Hitchcock y no se ahorra aquello que el maestro llamaba MacGuffin, un elemento que parece nuclear en lo que nos están contando pero que en realidad es para distraer.

El gran relato, en realidad es la corrupción endémica y no la anécdota que intenta ocupar el primer plano. Detrás de la designación de Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre –un potente MacGuffin mediático­–, hay narraciones accesorias que en realidad no lo son como es el caso del ático del presidente Ignacio González, la Operación Púnica o la más célebre de las tramas del Partido Popular, la Gürtel.

¿Cuál es el gran protagonista del género policial? El dinero. Y por eso, junto a todos estos movimientos hay un banco, Caja Madrid o Bankia, que el propio González quiso un día presidir apoyado por Aguirre y que desde las preferentes hasta las tarjetas black, ha conseguido un movimiento transversal del delito cuya mancha inunda a la mayoría de los partidos políticos de Madrid. Bertolt Brecht afirmaba que peor que robar un banco es fundarlo. Aquí el talento desborda a Brecht: crearon Bankia y lo vaciaron.

De momento la trama policial que crece aquí desde el Estado carece de cadáveres como ocurre, desafortunadamente, en Argentina, donde la muerte del fiscal Alberto Nisman, hallado muerto a causa de un presunto suicidio y que trabajaba en la causa del atentando contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), ha llegado a contar con la especulación de la presidenta Cristina Fernández quien aseguró que se trataba de un asesinato aunque no poseía pruebas. Pero aunque en España no haya sangre no significa que no existan víctimas: los desahuciados, los estafados por las preferentes y otros productos financieros tóxicos o simplemente quienes alimentan la cifra del paro; todos son cadáveres morales de esta crisis.

En su novela negra Cosecha Roja, paradigma del género, Dashiell Hammet describe una trama barroca de corrupción y sangre en Personville, una ciudad a la que llaman Poisonville (ciudad veneno). Si quitamos la sangre, podemos situar la acción en el Madrid que describimos, la comunidad valenciana donde junto con las fallas se han quemado millones de euros en carreras de Fórmula Uno, en la visita papal, en las crujientes obras de Santiago Calatrava e incluso, para darle color costumbrista al relato, en trajes a medida para el expresidente Camps. O en Catalunya, donde los Pujol han conseguido con el dinero algo singular que el president atribuía a su país: el hecho diferencial.

No es casual que el género negro sea coetáneo al capitalismo, que el dinero sea una de sus máquinas centrales y que, más allá de que lo consiga o no, el fin último de la novela policial es vender porque hay un mercado específico para ella.

En la época del crack, en plena crisis del treinta, estas narraciones se leían para saber. Chandler, Cain, Hammet, entre otros, eran autores que ponían en la superficie la trama de un tiempo. Hoy el interés en los libros de Andrea Camillieri o Donna León son buenos vehículos de entretenimiento para descansar de los medios que narran de manera desnuda el complot de Rajoy contra Grecia o publican en portada sus mensajes de texto dando ánimos al tesorero de su partido cuando éste estaba preso.

Olvida Rajoy –y no solo él– que los lectores de sus relatos, en tanto ciudadanos, forman parte activa de la narración. No son malos lectores; todo lo contrario. Y desde ese lugar pueden, si lo quieren, ser potenciales asesinos simbólicos.

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